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Votar desde la desobediencia

Votar desde la desobediencia


Erick R. Torrico Villanueva*

martes, 29 de septiembre de 2020

En democracia, la resistencia al poder arbitrario es un derecho legítimo del pueblo que, por tanto, como soberano que es, queda habilitado para exigir y conseguir la reconducción de un gobierno que se ha apartado de la ley.

Esta sabia regla, recogida actualmente en diversas constituciones políticas del mundo bajo la fórmula del derecho a la desobediencia civil, ya fue señalada en el célebre Ensayo sobre el gobierno civil que hace 330 años publicó John Locke, uno de los pensadores fundadores del Estado moderno.

Pero ese no es el único parámetro útil de esa obra para dar cuenta de la naturaleza y el alcance de la decisiva movilización ciudadana nacional que entre octubre y noviembre de 2019 logró la renuncia de un grupo político que había violado sistemáticamente las normas en Bolivia y estaba empeñado en reproducirse en el poder por tiempo indefinido y a como diera lugar.

“Allí donde termina la ley comienza la tiranía si se infringe la ley en perjuicio de otro”, dice Locke a tiempo de remarcar que “tiranía es el ejercicio del poder fuera del Derecho”. Es claro que esto describe muy bien el carácter del desconocimiento de la soberanía popular perpetrado tras el referendo constitucional de febrero de 2016 y el atropello posterior expresado en la invención de un absurdo “derecho a la reelección indefinida”, avalado por un vergonzante tribunal que, al contrario de lo que hizo, debía haber garantizado el respeto de la Carta Fundamental.

“¿Qué significa transformar las modalidades de la elección, sino minar las raíces mismas del gobierno y envilecer el auténtico manantial de la seguridad pública?”, sostiene el filósofo inglés en otro acápite de su Ensayo, igualmente aplicable a la situación sufrida en el país.

Y, como resulta obvio, un tirano no puede ser considerado “demócrata” por nadie, ya que traicionó la causa y la confianza del pueblo al ser alguien que “lo somete todo a su voluntad y sus deseos”. Añade Locke al respecto: “quien pretende arrollar (…) los derechos del pueblo, y trama la destrucción de la constitución y de cualquier gobierno lícito, se hace culpable de lo que yo considero el mayor crimen que puede perpetrar un individuo”.

La búsqueda de los medios para superar una circunstancia irregular así se presentará, si se sigue el razonamiento lockeano, “si todo el mundo nota que se afirma una cosa y se actúa de forma contraria, que se echa mano a artimañas para evitar el cumplimiento de la ley, y que la utiliza de una forma contraria al objetivo con que le fue dado el derecho de prerrogativa”.

Los 21 días de resistencia que terminaron en 2019 con el esquema que ya había degenerado en tiranía fueron exactamente eso: la construcción de un camino colectivo pacífico para restablecer la vigencia y el respeto de la ley y para recuperar la democracia.

Desde el momento mismo en que el ahora fugado ex gobernante se arrogó la voluntad popular y pretendió burlar la decisión mayoritaria de la ciudadanía, se convirtió en un usurpador, es decir, en la definición lockeana, en aquel que “se apropia de lo que le corresponde a otro por Derecho”. Frente a ello, como resultaba lógico, el pueblo ocupó los espacios públicos para acabar con el abuso de poder.

Cercanas ya las nuevas elecciones nacionales, el derecho ciudadano de resistencia contra los excesos del poder tiene que volver a manifestarse en Bolivia, esta vez en las urnas. Superar el pasado autoritario reciente y su fraude pasa indefectiblemente por esa condición.

*Especialista en Comunicación y análisis político

Twitter: @etorricov 

Se cerró el ciclo de Evo Morales

Se cerró el ciclo de Evo Morales

Rafael Puente

viernes, 11 de septiembre de 2020

No es sorprendente que se le haya negado a Evo Morales la posibilidad de ser candidato a senador por Cochabamba, esa pretensión estaba descartada por el largo tiempo en que Evo vive fuera del país, y más largo fuera de Cochabamba (el departamento por el que pretendía ser senador). Lo sorprendente es que la militancia del MAS (incluyendo sus diputados, que son mayoría en dicha Cámara) hayan aceptado dicha resolución, y ése resulta un indicador de que el ciclo político de Evo ya se cerró.

Eso no quita que haya sido un presidente excepcional, elegido y reelegido (dos veces, aunque haciendo “una trampita”, como él mismo reconoció) con porcentajes de votos que en los decenios anteriores no habíamos visto. ¿Y por qué excepcional? No sólo por ser un presidente indígena, sino porque realmente salvó al país del desastre neoliberal. No olvidemos que Evo re-nacionalizó todo lo que había regalado el Goni a empresas transnacionales (con la extraña excepción de la PIL que, en manos de la transnacional Nestlé, sigue siendo la típica expresión neoliberal).

 Esa cadena de nacionalizaciones (exitosas y rentables) explica la reeleción de Evo con más votos que ningún presidente anterior, y resulta más fuerte que las inconsecuencias de Evo durante su primer gobierno (que también las hubo, pero resultaban de menor importancia).

Pero al mismo tiempo, la larga presencia de Evo en la Presidencia demuestra lo acertado de la fórmula de que “el poder produce un daño cerebral”. Ya el año 2010, empezando su segundo mandato, se comprueba que a Evo se le subió el poder a la cabeza, y empieza a ser inconsecuente con sus propios principios. El mismo presidente que había sorprendido al mundo con su novedosa afirmación (pronunciada en una asamblea de Naciones Unidas) de que “los derechos de la Madre Tierra son más importantes que los derechos humanos” (afirmación que nadie pudo desmentir), ese mismo presidente se presta a destruir a la Madre Tierra en el Tipnis, y eso en aras del “desarrollo”. Esa fue la primera muestra del “daño cerebral”, y de ahí en adelante se le siguió subiendo el poder a la cabeza.

Por su parte el vicepresidente García Linera, el brillante intelectual en el que tantas esperanzas habíamos depositado, y que parecía el mejor complemento para Evo, no quiso complementarlo, sino que se limitó a adularlo, casi hasta el extremo de divinizarlo, y ése fue el peor favor que pudo hacerle. Pero eso no quita que Evo sea el principal responsable de su degeneración política.

La peor expresión de dicha degeneración fue la de desconocer el referéndum que no le permitía volver a candidatear (apelando al acuerdo de Costa Rica y alegando que candidatear a la presidencia es un “derecho humano”). Después le llamaron “golpe de Estado” a la movilización que lideró un cívico cruceño, cuando el auténtico “golpe de Estado” fue el que dio Evo al desconocer un referéndum. Y para ser consecuente con lo del “golpe”, Evo se auto-exilió, primero en México y después en Buenos Aires, aprovechando la presencia en ambos países de gobiernos que se sentían afines al de Evo.

Y para colmo de esta decadencia, aparecen los informes de Amalia Pando (que deberán ser comprobados, aunque dicha periodista siempre ha demostrado estar bien informada) en los que aparece Evo complicado en el “robo” de una vagoneta de la Gobernación de Cochabamba y de su traslado a Tiraque para que la usen las hermanas jovencitas Noemí y Rosario Meneses, de las que hay fotos con Evo, y que por lo visto tienen relaciones amorosas con él desde hace cinco años, cuando ellas eran menores de edad…

Es el final de la vigencia política de Evo. No sólo se le subió el poder a la cabeza, no sólo se aprovechó de ese poder para ordenar gastos millonarios en supuestas “obras” suntuarias e innecesarias (y donde falta investigar los datos de corrupción), sino que su obsesión sexual (reforzada por su inigualable machismo cultural) habría llegado a ser un escándalo público…

Es evidente que se acabó el ciclo de Evo Morales, y aunque en el MAS lo consideren jefe de campaña desde Buenos Aires, para el país se acabó.

¿Y su obsecuente candidato presidencial? De él hablamos otro día.

Rafael Puente es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (CUECA) de Cochabamba.

Una candidatura de patrones

Una candidatura de patrones

Erick R. Torrico Villanueva*
lunes, 31 de agosto de 2020

Una de las candidaturas inscritas para las elecciones nacionales de este 2020, aquella que dice reivindicar la existencia y los derechos de los pueblos tradicionales en el país, representa en la práctica justamente lo contrario.

El binomio que la integra tiene como personaje principal a un delegado del grupo de los sectores medios urbanos que se apropió del “gobierno de los movimientos sociales”, mientras que el secundario, que expresa parcialmente a esos pueblos, ha sido relegado y condenado a las sombras y el mutismo. Pero esta reproducción política de las jerarquías discriminadoras requiere para su comprensión algo de contexto.

“¿Qué hace el indio por el estado? Todo. ¿Qué hace el estado por el indio? ¡Nada!”, preguntaba y afirmaba Franz Tamayo hace 110 años, aunque en tono magnificado, con lo cual sin embargo señalaba un problema estructural de la sociedad y el Estado bolivianos que se mantiene irresuelto.

En apariencia, esta histórica cuestión, que viene a ser la “cuestión nacional”, iba a ser superada con la puesta en marcha del “Estado plurinacional”, que para 2009 se consideró una idea más avanzada que las del multiculturalismo y la interculturalidad ensayadas al menos desde 1994. Como garantía de ello se tenía, además, el gobierno del “primer presidente indígena”. Los hechos, empero, mostraron y prueban que aquello no pasó de ser un recurso propagandístico de los que se instalaron en el poder a inicios de 2006.

Es claro que la manera excluyente en que fue organizada la sociedad colonial no fue alterada por la independencia política criollo-mestiza de comienzos del siglo diecinueve y que la revolución modernizadora de 1952, el retorno a la democracia en 1982 ni el “proceso de cambio” 2006-19 actuaron en vista a su transformación efectiva. Así, el problema de la dominación social heredado del tiempo anterior a la república y prolongado por ella, generador además de la incompletitud de la nación boliviana, continúa como la gran asignatura pendiente de la política y el Estado en el país.

La condición de colonialismo interno –que supone la continuación de la explotación de los pueblos subordinados y la vigencia de unas relaciones racializadas– es uno de los cimientos sobre los que se irguió la vida republicana, hasta el presente. Tal condición constituye un mecanismo de infravaloración y desconocimiento de la otredad que sirve de soporte al aparato de sumisión que manejan los controladores del poder.

El antecedente hay que hallarlo en el establecimiento de la relación señorial colonial, con “señores” o “patrones” que se adueñaban de las posesiones, el trabajo y los cuerpos mismos de sus “siervos”. Mas esta práctica reencarnó sucesivamente en la figura del pongueaje hasta 1952, en la utilización de las masas obrero-campesinas por el Movimiento Nacionalista Revolucionario hasta su caída en 1964, en el “pacto militar-campesino” que empezó entonces y se extendió durante la dictadura de Hugo Banzer (1971-78) o en la más reciente y prolongada cooptación de las organizaciones sindicales y campesinas por el club gobernante que renunció en noviembre de 2019.

Este último esquema político, que todavía se encuentra en proceso de descomposición, apeló a una retórica “indigenista” y anti-discriminadora no sólo para usufructuar del poder sino, quizá peor aún, para asegurar en Bolivia la pervivencia del proyecto tradicional de dominación interna y dependencia externa.

Las propuestas contestatarias del indianismo que buscaba resignificar el término “indio” en clave de liberación social incluso radical, o del katarismo que apuntaba a construir una sociedad de ciudadanos iguales en una democracia anticolonial, fueron oportunistamente ignoradas o empleadas para nutrir un discurso que cada vez coincidía menos con la práctica real. Los nuevos “señores” se montaron en las espaldas de los “siervos” haciéndoles creer que gobernaban obedeciéndoles.

Variados estudios y análisis sobre el tema hablan de la “falsa descolonización”, el “Estado plurinacional aparente”, los “resultados trastrocados”, el “confuso socialismo comunitario”, la “recreación del momento constitutivo del colonialismo” o la “reconstitución de la dominación” atribuibles al gobierno que se derrumbó en noviembre pasado (véase, por ejemplo, las publicaciones del colectivo alteño Willka, de Teófilo Choque, Fernanda Wanderley, Nicómedes Sejas, Luis Tapia o Huáscar Salazar).

Lo vivido desde octubre de 2019 en la política nacional aporta evidencias al respecto. Que ciertos grupos, sin importar la suerte que corrieran, hubiesen sido empujados a las calles o carreteras para tratar de salvar los privilegios de un pequeño círculo de beneficiarios, al igual que ocurrió hace escasas semanas, o que la mayoría parlamentaria subsistente –cuya sola presencia es ya la negación del absurdo de que hubo un “golpe”– haya vuelto a su estado anterior de manipulación luego de un brevísimo ínterin de autonomía que no supo aprovechar, son parte de esa utilización típicamente colonial.

Y este espíritu señorial está traducido en la candidatura señalada: entre los patrones designaron a un reemplazante de su desgastada imagen-símbolo para que aparezca en las papeletas de votación y éste se alzó de inmediato como patrón del subordinado aymara, ese que en un primer momento tuvo la osadía de proponerse a sí mismo como el que debía ser elegido.

En nada ha cambiado la condición de la vieja “masa disponible”. Tras el más reciente fracaso de los bloqueos inducidos, algunos de sus miembros empiezan a darse cuenta de que fueron usados y “traicionados”, pero eso todavía no indica que dejarán de votar por el candidato de corte señorial que les han impuesto.

*Especialista en Comunicación y análisis político

Twitter: @etorricov

El club de Paulo Abrão

El club de Paulo Abrão

Alfonso Gumucio Dagron*

sábado, 5 de septiembre de 2020

A mis 10 años, en el garaje de mi casa en Obrajes, tenía un “club de detectives” con tres amigos del barrio. Nos reuníamos dentro de una enorme caja de madera que quedó de un traslado, para leer a la luz de una candela las novelas de Enid Blyton (famosa por la serie El club de los 5, que vendió 600 millones de ejemplares) y para inventar inocentes conspiraciones. 

Recuerdo eso cuando pienso en Paulo Abrão, hasta ahora Secretario Ejecutivo de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), quien pasó su gestión inventando con su club de amigos conspiraciones nada inocentes, más bien dañinas para la paz y la convivencia en la región latinoamericana. Recientemente, cuando la OEA no quiso renovar su contrato, hizo un berrinche de adolescente y movió todos sus contactos para conseguir apoyos de instituciones como Clacso, venida a menos desde su adhesión al peronismo conservador. 

Gente como Paulo Abrão, con una carrera meteórica que logró trepando con escalera gracias a apoyos políticos, suele luego hacer maromas para prorrogarse en sus cargos. 

Por eso mismo nunca respondió a la consulta que le hicieron repetidas veces sobre el intento de prórroga de Evo Morales, contra lo que dice la Constitución Política del Estado. Años después de que le hicieran esa pregunta me queda claro que Abrão no respondió porque estaba planeando su propia prórroga, su última posibilidad de ocupar un alto cargo en la burocracia internacional. A partir de aquí, lo que le espera en un camino de bajada. 

La mala fe de Abrão la señalé en otro artículo en estas mismas páginas: convirtió a la CIDH en un club de amigos que responden obsecuentemente a las decisiones que él toma de manera inconsulta. 

Su ojeriza con la democracia boliviana y su defensa del régimen corrupto y autoritario de Evo Morales son bien conocidas. La CIDH no censuró las violaciones de derechos humanos y las arbitrariedades cometidas por el “jefazo”, con quien Abrão mantenía afinidades temperamentales. De 115 solicitudes de medidas cautelares, la CIDH solo aceptó tres en 14 años de régimen autoritario. Se pasó por el arco la masacre del hotel Las Américas y la de El Porvenir, la represión en Chaparina y de los discapacitados, o el hostigamiento hasta la muerte del Ingeniero Bakovic, entre otros casos que, a lo largo del régimen de Morales, suman cerca de 150 fallecidos. 

Cuando el pueblo boliviano se rebeló contra el fraude electoral y el autócrata pedófilo escapó de Bolivia después de renunciar públicamente a su cargo, Abrão pulió su microscopio para observar cualquier desliz que pudiera cometer el gobierno constitucional provisional que asumió el poder para garantizar elecciones libres, transparentes y democráticas.

Desde el fraude de octubre 2019, Abrão miraba la realidad boliviana con un solo ojo.  Con una lupa agrandaba los hechos que dañan al proceso de retorno a la vida democrática y cerraba el otro ojo para no ver los actos de terrorismo que alienta Evo Morales en plena pandemia, para impedir las elecciones generales y crear un clima de zozobra y miedo en Bolivia. 

Paulo Abrão no es trigo limpio, no es una persona en la que se puede confiar.  Es un arribista manipulador, cuya estrategia ha sido sumarse a quienes crean inestabilidad social en Bolivia. 

Ni siquiera consultaba con otros en la CIDH: en pocas horas exigió “medidas cautelares” para la actual Defensora del Pueblo, que ya lleva meses prorrogándose en el cargo (como el propio Abrão quiso hacer). Cuando visitó Bolivia, diputados del MAS lo llevaron de la mano para mostrarle lo que a ellos les convenía que viera: Senkata, donde hubo un enfrentamiento entre grupos violentos que al grito de “ahora sí, guerra civil” trataban de impedir el abastecimiento de combustible para la ciudad de La Paz y atacaban la planta de gasolina y gas, que de estallar habría afectado un radio de 5 kilómetros. 

Del mismo modo, Abrão exigió proteger a cocaleros del Chapare que subieron hasta Sacaba para cercar la ciudad de Cochabamba y fueron repelidos por la población y por las fuerzas del orden. 

Ninguna de esas razones figura en el expediente que justifica la salida de Abrão de la CIDH, sino su vergonzosa actitud con funcionarios de esa misma institución, que se quejaron públicamente del acoso de que han sido objeto por parte del oportunista secretario a quien se acusa también de manipulación de contrataciones. En total, 61 denuncias documentadas. 

Señor Abrão, ya no me escriba un mensaje privado, como hizo la vez pasada, tratando de justificarse y de explicarme lo honesto que es, porque su comportamiento dentro y fuera de la CIDH demuestra todo lo contrario.

*Escritor  y cineasta.

@AlfonsoGumucio 

Cromwell, Evo y la banda sonora religiosa

Cromwell, Evo y la banda sonora religiosa

Gonzalo Mendieta Romero

sábado, 29 de agosto de 2020

Oliver Cromwell no fue un filósofo, pero llegó a ser Lord Protector de Inglaterra, sufriendo antes por los escrúpulos de matar a un rey. Gajes del oficio, dirían hoy esos políticos con callo de ángel caído.

Pero traer a colación a Oliver no tiene como fin aterrar (o enfervorizar) a nadie con profecías cromwellianas para el país (aunque después de husmear el pasado, es difícil no imaginar el futuro. La imaginación es pues “la loca de la casa”, como decía Santa Teresa de Jesús). Cromwell no viene a cuento por un vaticinio, sino por un libro que leo estos días y porque, aunque sin formación humanista, Cromwell destilaba erudición bíblica. Él la usaba como formato para juzgar sus acciones o medir si la Providencia iba a su favor, dependiendo de las batallas que ganara.

Por culpa de Cromwell, entonces, recalé de nuevo en las profundas causas por las cuales la mayoría, tampoco poblada de filósofos, sucumbió a la idolatría de Evo, con minoritarias disidencias. Entre ellas, las de los que cargamos un gris escepticismo o las de otros que adujeron peores o mejores razones contra Evo.

La matriz bíblica le servía a Cromwell para evaluar la guerra civil o rechazar la corona británica. En Bolivia, a su vez, la memoria religiosa fue crucial en el auge de Evo, pues hasta los ateos han sido criados entre fibras de corte cristiano, aunque no lo sepan.

Esa sensibilidad informa una visión de las relaciones humanas, aunque su origen no sea ya evidente para muchos. En la debilidad contemporánea por minorías u oprimidos se oye aún el eco de franciscanos con radicales anhelos de simplicidad, pobreza o caridad. Es central el influjo de la creencia, a estas alturas cultural, de que Dios no está en el trono, sino en el pesebre.

De ahí que Evo, líder de cuna humilde, fue una quimera de redención ante tanta injusticia. Para los pobres, de realizarse a través suyo; para los no tan pobres, mitigando sus males de conciencia al módico precio de un voto o una polera del Che. Esa sintonía emotiva sirvió hasta para reclutar agnósticos.

Con el indigenismo del MAS, la narrativa bíblica quedó redonda. Un pueblo abusado, el judío, se libera con un redentor que incluso llega a ser clase dirigente egipcia, pero que ofrece justicia a su gente. Cambie usted detalles y escenas; la impresión afectiva es análoga.

De vuelta al relato evangélico, Jesús fue condenado por una autoridad imperial. Milenios después pudo leerse en ese molde la DEA en el Chapare o la evocación de la muerte de Katari. En clave sentimental de clase, nacional, étnica y bíblica, Evo fue el reprís de una película con una banda sonora reconocida.

Además, estuvo el débil que derrota a los poderosos. David y Goliat sintetizan el tópico boliviano de la víctima que remonta, vence y reina. Con trompetas que hacen caer las murallas de Jericó, nada es imposible para quien dice actuar por los justos. Encima, Evo acusó al capitalismo, como un Moisés iracundo por el becerro de oro o un sencillo Gedeón, presto a destruir el altar de Baal.

Esa tentación redentora tocó muchos corazones. Pero quien la tuvo clara fue el anterior general de los jesuitas, Adolfo Nicolás S.J., experto en esas trampas concienciales, quizá por algunos de sus hermanos, inermes ante esa clase de compasión que nubla la verdad. Nicolás escribía que una tentación fácil es la identificación con quienes han sufrido injusticias, pero pueden llegar a “reclamar un estado de ‘víctima’ eterna” para imperar. Y como hay religiosos con una vocación pronunciada, caen en “esa distracción”.

Si a los religiosos les pasa, en el mundo secular esa emoción es menos detectable, agravando así la dificultad de lidiar con las “ambigüedades y las áreas grises de la realidad”. Un montón cedieron por eso al corazón, “ciegos a los matices, las ambigüedades e incluso a las contradicciones de una cosmovisión ‘en blanco y negro’ ”.

Y aquí estamos, no en la Ciudad de Dios, sino en una realidad más bien prosaica. Y no sé si me da para terminar la columna con Cromwell porque no faltaría el lector que viera en ello un mal augurio.

(Publicado en el periódico Página Siete el 29 de agosto de 2020)

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