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Bolivia en 1978 y 2025: Algunos paralelismos

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Erick R. Torrico Villanueva*

Fuente: ANF

14 julio 2025

Hace casi 48 años, el 2 de noviembre de 1977, como efecto de una indetenible presión social, la dictadura de Hugo Banzer Suárez convocó a elecciones nacionales para el 9 de julio de 1978. Transcurrió cerca de medio siglo desde esos momentos y el círculo de la historia pareciera haber dado una vuelta completa, con algunos lógicos matices.

El gobierno autoritario de ese entonces, instaurado mediante golpe de Estado el 21 de agosto de 1971, había anunciado su aspiración de mantenerse en pie al menos hasta 1980.

Siendo producto de la violencia, ese esquema militar no tuvo reparos a la hora de controlar todos los espacios de decisión existentes. Su recurso a la represión (con víctimas mortales, desaparecidos, presos políticos, torturados y exiliados) y a la consiguiente censura le aseguró un septenio al mando del país, pero no pudo superar la hora de su agotamiento.

Ya había tomado el Palacio Quemado por la fuerza de las armas, así que en los comicios que organizó no vio inconveniente en utilizar la fórmula del fraude, que le resultó imposible de disimular, pues fue tan malo que le salieron más votos que votantes. Juan Pereda Asbún, sucesor designado por el autócrata, pareció avergonzarse y planteó convocar a nuevas elecciones, pero luego se arrepintió. Tras ser anuladas las votaciones, reclamó el reconocimiento de su amañada victoria y con amenazas llegó a la silla presidencial, aunque por corto tiempo.

En esos años, aparte de la tiranía castrense reinante, los problemas nacionales centrales se expresaban en la pérdida del poder adquisitivo de la moneda, el creciente peso de la deuda externa y la carga presupuestaria de la subvención estatal al precio de los carburantes.

En ese contexto, el proceso electoral de 1978 representaba para la mayoría de la población un ansiado retorno a la democracia y una esperanza de certidumbre, por lo que hubo una variedad de partidos que quisieron intervenir. Al final solamente figuraron nueve en las papeletas de sufragio, postulaciones que se polarizaron en cinco fuerzas de derecha (militar y civil) y en cuatro de izquierda, las cuales incluían por primera vez a dos agrupaciones de origen campesino: el Movimiento Indio Tupaj Katari y el Movimiento Revolucionario Tupaj Katari.

Una alianza preelectoral que se conoció como el Frente de la Unidad Democrática y Popular (FUDP), y estuvo compuesta por el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda, el Partido Comunista de Bolivia, el Movimiento de Izquierda Nacional, el Movimiento de la Izquierda Revolucionaria, la Alianza de la Izquierda Nacional, la Ofensiva de la Izquierda Democrática, el Partido Socialista Aponte y el Movimiento Revolucionario Tupaj Katari, se constituyó en la principal alternativa opositora, a la que el fraude le negó el triunfo.

Luego de aquellos hechos, Bolivia atravesó por más gobiernos militares y otras dos elecciones frustradas, hasta que el 10 de octubre de 1982 logró por fin que recomenzara la democracia. Sin embargo, solo en 1985 fue controlada la crisis inflacionaria que el país venía arrastrando –el FUDP no pudo enfrentarla–, pero lo fue en términos del programa de ajuste estructural introducido por la concepción neoliberal. Su ejecutor fue un régimen civil que representaba a una derecha tecnócrata que ya no necesitó delegar las tareas administrativas del Estado en las fuerzas armadas.

En 2025, una misma organización política continúa en el gobierno por prácticamente dos décadas, con un breve intermedio (noviembre 2019 a noviembre 2020). Había anunciado su ambición de detentar el poder por 500 años e hizo todo lo que pudo –uso de la fuerza, violación de la Constitución, persecución judicial de opositores, adecuación y desconocimiento de las normas, fraude electoral e incluso golpe de Estado simulado– para reproducirse en el tiempo. Su cariz autoritario terminó siendo inocultable, al igual que su ascendente corrupción.

Bajo presión ciudadana, tras develarse que acondicionó los datos electorales a su favor en octubre de 2019, su cabecilla tuvo que renunciar y fugar. Más tarde, desde su refugio en Argentina, designó a su delfín, que fue elegido gobernante en octubre de 2020 ante el temor ciudadano de la violencia que desatarían sus huestes. Poco después, como hizo Pereda con Banzer, el heredero se desmarcó de su jefe, solo que en esta ocasión éste comenzó a dar batalla al recién autonomizado.

Los problemas primordiales actuales son la escalada inflacionaria, la cada vez más insostenible subvención al precio de los carburantes y la falta de divisas para atender tanto necesidades internas como compromisos internacionales, entre ellos los de la deuda externa.

Las elecciones presidenciales programadas para agosto próximo son vistas por gran parte de la población como una oportunidad para recuperar la institucionalidad democrática, marco en el cual se considera que se podrá adoptar medidas que enfrenten la grave crisis de la economía nacional. El gobierno, así sea a regañadientes, está obligado a realizar los comicios.

Para participar en esa competencia salieron a la palestra variados postulantes, pero, al momento, solo quedan nueve en carrera. Las fuerzas a que representan están polarizadas en derecha e izquierda, aunque la primera (con seis organizaciones) sea más real que la segunda (con tres), que es más bien retórica. En los hechos, el otrora movimiento campesino ha sido subsumido en difusas opciones clasemedieras o simplemente acabó borrado.

El oficialismo, con su fracaso político (2019) y económico (2025), dividido en siquiera tres facciones en disputa más una cuarta obcecada que está quedando al margen del juego electoral, se acerca a su final y no da señales de que pueda remontar la hora de su agotamiento.

Ahora no se pudo concretar ninguna alianza preelectoral, pero todo indica que sí serán indispensables las poselectorales; de lo contrario, no se avizora gobernabilidad posible.

De todos modos, y pese a que el ajuste que se anticipa para solucionar la grave situación económica del país no podrá esperar, es muy probable que el tiempo de transición política abierto a fines de 2019 todavía requiera de otras condiciones –más años y otros protagonistas, algún liderazgo remozado y creíble– para traducirse en una efectiva recomposición democrática capaz de dar pie a un nuevo comienzo.

*El autor es especialista en comunicación y análisis políticoy vicepresidente de la Asociación de Periodistas de La Paz

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