Pensar (en) Bolivia
Erick R. Torrico Villanueva*
27 de julio de 2020
A diferencia de las décadas de 1980 y 1990, las dos primeras del siglo veintiuno se han mostrado más bien rezagadas en materia de análisis, discusión y conocimiento sobre la realidad política, económica y social del país.
Poco después de la redemocratización iniciada en 1982, la reorganización de la sociedad boliviana impulsada por la aplicación del programa neoliberal en 1985 fue objeto de examen reiterado y dio lugar a importantes como variados diagnósticos que, a su modo, incidieron en las políticas públicas.
Junto al ocaso del proletariado minero ocurrido en ese tiempo y al protagonismo que adquirieron las organizaciones partidarias, en particular de derecha y centro-derecha, se tuvo el debilitamiento de los sindicatos obreros y campesinos, a la par que el brote de los que más tarde pretenderían ser sustitutos sectoriales de estos últimos: cooperativistas mineros, productores de coca y agricultores colonizadores, en buena medida también cocaleros. La economía se liberalizó, en tanto que la política se tecnocratizó y desideologizó. Tales fueron las consecuencias generales –y aquí caricaturizadas– de la “democracia de mercado” que se instaló desde entonces.
Resultante de la ruptura conservadora del “empate hegemónico” (proyecto empresarial-militar versus proyecto obrero-popular) que se arrastraba desde la revolución nacionalista modernizadora de 1952 y que trajo reformas significativas como el reconocimiento de la condición multicultural y pluriétnica de la nación, ese lapso fue, sin embargo, sumamente propicio para que se pensara en el país y sobre el país.
Espacios de la universidad pública, como también algunos de la izquierda política, del sindicalismo obrero-campesino y otros apoyados por la cooperación internacional actuaron como verdaderos “centros de pensamiento” (think tanks) y aportaron valiosos elementos para caracterizar la historia nacional y el presente de ese momento, así como para trazar rutas de futuro.
La riqueza de los exámenes, debates y propuestas que se registraron en ese marco al menos hasta comienzos del nuevo milenio no es resumible en pocas palabras, pero se puede destacar algunas de sus líneas de reflexión: el quiebre multidimensional que supuso la “Nueva Política Económica” establecida en 1985, el carácter colonialista, anti-campesino, monocultural y centralista del Estado, las potencialidades y debilidades de los sindicatos obreros y campesinos como órganos de poder, la identidad étnico-política de los grupos sociales subordinados más allá de la definición clasista, el sentido privatista de la economía, la condición dependiente de la nación, los problemas de narcotráfico y corrupción o las insuficiencias de la democracia formal.
Como era lógico, de ese conjunto de cuestiones, todas apremiantes, tenían que emerger planteamientos para su enfrentamiento y superación, lo cual aconteció entre 1985 y 2002, años en los que fueron echadas prácticamente todas las bases de los asuntos que acapararon la atención política posterior. Por ejemplo, el seminario “Repensando el país” de 1985, los congresos de 1987 y 1988 de la Central Obrera Boliviana y la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, los programas de gobierno del Frente de la Izquierda Unida (en 1989) o del Movimiento Bolivia Libre (en 1991), los documentos “Por una Bolivia diferente” del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (en 1991) y “Bolivia - Visiones de futuro” del Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (en 2002), tenían las marcas de ese temario.
Desde la necesidad de conformar un Estado y una sociedad plurinacionales e interculturales –con antecedentes surgidos en el movimiento indigenal de la década de 1940, el indianismo de los años sesenta y el katarismo de los setenta–, pasando por la busca de formas de democracia participativa y directa o un poder descentralizado, hasta llegar a la demanda de realización de una asamblea constituyente, todo ese “programa” estaba ya establecido para cuando se desencadenó la crisis de Estado, democracia y gobernabilidad en el período 2000-2005, en que se sumó a la agenda el reclamo por las autonomías departamentales.
La compleja aprobación en 2009 de una nueva Constitución, negociada al final con los partidos dominantes del sistema impuesto en 1985, pareció dar término a los debates respecto a las reivindicaciones sociales esperadas y el gobierno, que había sido posesionado en enero de 2006, se ocupó de hacer creer que de ahí en más sólo se trataba de consolidar una “revolución democrática y cultural” que iba a durar cinco siglos.
Entre los efectos perversos de este último tiempo político estuvieron no sólo la neutralización de todo pensamiento crítico y la gubernamentalización de la esfera pública, sino también la apropiación oficialista de la interpretación de la realidad nacional.
Debe recordarse, al respecto, que el ahora fugado ex vicepresidente intentó hacerse con el monopolio del análisis, para lo cual utilizó unas “sesiones de honor” los días 6 de agosto para decir “su” verdad sobre la situación y el rumbo del país en un parlamento aplaudidor, creó con financiamiento estatal un centro de investigaciones atado a los objetivos propagandísticos del gobierno, gozó de verdaderos “quinquenios sabáticos” en que escribió y habló lo que mejor quiso y, en vez de pensar en el país, optó por ocuparse de “pensar el mundo desde Bolivia” en costosísimos foros que aprovechó, de nuevo con dineros públicos, para fotografiarse con intelectuales del “progresismo” internacional especialmente invitados.
Frente al vacío e infertilidad de casi dos decenios, hoy es imperativo recuperar la capacidad y la voluntad de pensar. Sin embargo, los principales actores políticos aparecen más preocupados por la conquista urgente del poder que por hacer posible una real transición democrática con ideas precisas y proyectos factibles de mediano y largo plazo.
Es hora de que Bolivia vuelva a ser un lugar donde pensar plural y libremente, pero en que lo pensado sea prioritariamente la propia Bolivia y el espíritu de tal pensamiento sea uno comprometido con su destino.
*Especialista en Comunicación y análisis político
Twitter: @etorricov
(Publicado en la Agencia de Noticias Fides el 27 de julio de 2020)
De golpe
sábado, 25 de julio de 2020
“Ya han pasado 40 años, estamos viejos”, le digo a un amigo. “Hablá por ti, yo estoy joven…” replica con picardía. Cuatro décadas, pero no parece. “Parece ayer”, decimos al unísono, y así lo sentimos, porque la memoria —siempre selectiva— ha grabado esos momentos con fuego y parecen muy cercanos en el tiempo.
Hace cuarenta años, como hoy, yo estaba escondido en una casa en San Jorge donde me acogieron generosamente mis amigos Macri y Chaskas. Ni ellos mismos sabían el riesgo que corrían al tenerme de alojado, pero se dieron cuenta en pocos días. Cada noche, en la televisión del Estado asaltada por periodistas de uniforme se emitían amenazas: “Quien esconda a terroristas sufrirá las mismas consecuencias que ellos”.
El terrorista era yo. Un terrorista libertario sin partido ni aparato de protección ni armas de fuego, un francotirador solitario que lanzaba palabras en lugar de granadas. Mis crímenes estaban a la luz del día en las páginas del semanario Aquí, donde escribía junto a Luis Espinal y otros compañeros tan o más peligrosos por su pluma.
Una semana antes, el 17 de julio, se había producido el golpe militar de García Meza, un hombre sin pies ni cabeza. El ambicioso general de caballería solía montar cuadrúpedos más inteligentes que él y su notoria torpeza no tenía un ápice de la elegancia de un caballo. Estaba rodeado de asesinos, el más notorio de ellos Luis Arce Gómez, quien durante más de una década había urdido atentados y crímenes, entre ellos el de Luis Espinal, en marzo de 1980.
El día del golpe me encontraba trabajando en CIPCA, en lo alto de la calle Sagárnaga, cuando escuchamos en vivo y en directo los disparos de los paramilitares atacando la COB. Decidimos bajar corriendo a “defender” la sede sindical con las manos desnudas, pero llegamos tarde. Ya se habían llevado a Marcelo Quiroga malherido, habían asesinado a Gualberto Vega y Carlos Flores, y los demás estaban ya capturados camino al Estado Mayor para ser torturados. Traté de volver a mi casa, pero había paramilitares en la puerta.
En el semanario Aquí habíamos “cantado” el golpe de Natusch Busch y el de García Meza con meses de antelación, desde las elecciones democráticas del 1 de julio de 1979. Cuando uno revisa la colección del semanario, encuentra numerosos artículos donde subrayamos la reticencia de los militares a regresar a los cuarteles luego de siete años de dominio absoluto durante la dictadura de Banzer, y mucho antes, desde el golpe de Barrientos en 1964.
Nos acusaban de provocar a los militares, pero en realidad solo publicábamos lo que todos sabían que iba a suceder más temprano que tarde debido a la terquedad de las fuerzas políticas para unirse frente al autoritarismo. ¿Suena conocido cuatro décadas más tarde?
Estuve escondido hasta que no quise seguir arriesgando a mis amigos, y entonces pedí asilo en México. Ximena Iturralde, amiga y vecina en Obrajes, me recogió y me dejó en la puerta de la embajada mexicana, donde junto a más de un centenar de asilados me acogió el embajador Plutarco Albarrán, quien despejó todos los ambientes de su residencia en la calle 5 de Obrajes, menos su dormitorio, para que pudiéramos dormir codo a codo sobre el suelo.
Pequeño, introvertido, don Plutarco enviaba al ministerio del Interior las listas de asilados solicitando su evacuación a México. Luego de varias semanas comenzaron a salir grupos de 20 cada sábado. Los despedíamos con “La caraqueña” de Nilo Soruco, con el vozarrón de Luis Rico y su inseparable guitarra. Salían unos y entraban otros al asilo, algunos saltando la pared como nuestro querido amigo el “Intruso” (Jaime Durán Llano). En el bosquecillo de la esquina elevada del terreno de la embajada, Coco Manto, René Bascopé, Ramón Rocha y otros componían versos o canciones. Yo me aplicaba en la redacción de un testimonio: “La máscara del gorila”, que luego fue premiado en México en 1982.
No supe hasta semanas más tarde que en manos de Arce Gómez había una lista de seis nombres: “Estos que se pudran, no les vamos a dar salvoconducto”, habría dicho el ministro del Interior en la cúspide de su brutal arrogancia. Y entonces decidí que no debía darle gusto, y monté una operación clandestina de fuga hacia Perú, con la complicidad de varios amigos dentro y fuera de la embajada de México. Pero esa ya es otra historia, mucho más larga.
*Escritor y cineasta.
@AlfonsoGumucio
(Publicado en el periódico Página Siete el 25 de julio de 2020)
La nueva "política a distancia"
Erick R. Torrico Villanueva
13 de julio de 2020
El proceso electoral que se tiene pendiente tras la anulación de los comicios nacionales de octubre de 2019 por fraude trae a Bolivia una manifestación reforzada de la “política a distancia”, la tele-política (del griego tele = “a distancia”), que será potenciada esta vez por la separación que implican las redes digitales y la actual pandemia.
Este fenómeno se conoció ya en la década de 1980 gracias a la intensificación del uso de los medios de difusión masiva, en particular de la TV, por parte de candidatos y gobernantes en los cinco continentes. Desde entonces, el marketing electoral, el marketing político y la campaña permanente sólo han ido en consolidación.
La forma actual de la propaganda política, heredera de la bélica, surgió a mediados del siglo XX. Antes, lo común era recurrir a panfletos, carteles, notas en prensa, emisiones de radio y hasta al cine para distribuir ideas o promocionar a sus líderes, pero el peso mayor del accionar político radicaba en el contacto directo, traducido en el apretón de manos y la concentración de masas.
Recién en 1952 empresas de publicidad en los Estados Unidos de Norteamérica asumieron la tarea de organizar los discursos y presentaciones de las candidaturas, diseñar los primeros spots de TV y cuñas radiofónicas y perfilar su estructuración estratégica para persuadir a los votantes “a distancia” para ganar una elección. Los memorables debates televisados entre John Kennedy y Richard Nixon completaron esta modalidad en 1960.
En Bolivia, el ingreso oficial del marketing electoral ocurrió en 1985 con las campañas del amenazador anuncio “Banzer vuelve”, de la Acción Democrática Nacionalista, y la no menos preocupante promesa “Para que el cambio sea total”, del Movimiento Nacionalista Revolucionario.
A partir de entonces, salvo el rechazo a la propaganda mediática de Evo Morales en las elecciones nacionales de 2002 (por carencia de fondos) y el marcado retorno a la política de contacto directo que hubo en las municipales de 2004, todos los procesos comiciales en el país se caracterizaron por un profuso y millonario despliegue de recursos comunicacionales planificados. Contradictoriamente, Morales tuvo más tarde los gastos más dispendiosos de la historia en propaganda, no sólo electoral, sino de campaña permanente, al destinar un promedio de 100 millones de dólares anuales del erario nacional para tal cometido.
Por su parte, los principales medios masivos –sobre todo los televisivos–, además de captar significativos ingresos por esas circunstancias, desde finales de los años noventa siguieron una trayectoria que les llevó de narrar la política a ser su escenario, para luego pasar a protagonistas de hechos políticos, proveedores de actores políticos y, al final, a víctimas del poder político. Esta última condición empezó a cambiar cuando algunas redes privadas de TV rompieron su silencio al transmitir en directo los cabildos ciudadanos de rechazo al fraude electoral en 2019.
Así, para 2020 se tiene una larga experiencia de tele-política, que desplazó la política de la “plaza pública” a la “platea”, la convirtió en “espectáculo”, vació sus contenidos programáticos, sustituyó a los viejos líderes y estadistas por “personajes producidos”, como también redujo a la ciudadanía a “consumidora”.
Para el politólogo Giovanni Sartori, en sentido amplio, esto es efecto de que el homo sapiens, racional y de la palabra, se transformó en homo videns, de la sensación y la imagen. Y para Al Gore, político estadounidense y experto en Comunicación, las emociones forman hoy la opinión pública —la de los votantes, por ende— y la ciudadanía bien informada no hace más la democracia porque la TV “atacó a la razón” y la venció.
A ello se agregan las consecuencias de la casi omnipresencia que posee el dispositivo canalizador de imágenes, la pantalla, que en criterio del comunicólogo Humberto Marcos impulsa la desaparición de las fronteras entre lo real y lo imaginario, la ilusión de un “nosotros vacío” en el espacio público y un ansia de los individuos por “ver” y “ser visibles”. Y ese mundo de pantallas, donde la gente vídeo-vive (Sartori), obviamente trastorna la naturaleza misma de la política, sus modos de realización y la participación ciudadana.
La telemática, la telefonía celular, la TV satelital, la “Galaxia Internet” y el boom de las redes sociales virtuales acrecentaron tal reinado de la imagen y el ecran: hay pantallas en las calles, los domicilios, el trabajo, la educación, el transporte, el entretenimiento, el comercio, el gobierno, etc., y los “nativos digitales” parecen venir con una pegada al cuerpo. Las pantallas subyugaron a la gente.
Estos nuevos medios complejizan la tele-política y compiten con los tradicionales (prensa, radio y TV), pero también los complementan. La pandemia ha forzado interacciones entre ambos y es evidente que los viejos medios llevan las de triunfar en materia informativa. No sólo que los contenidos de las redes sociales digitales son poco confiables, fragmentarios, fugaces y trivializados, sino que para merecer la atención ciudadana formal deben ser recuperados, procesados y difundidos por algún medio convencional.
Ahí radica un nuevo gran poder potencial para los periódicos y las emisoras de radio y TV, que en la nueva “política a distancia” debieran rescatar su protagonismo y peculiaridad profesionales.
El proceso electoral de 2020 será, pues, un laboratorio interesante en esta materia, ya que transcurrirá sobre todo en los mass-media y las redes digitales, con el “distanciamiento físico y social” como plus.
Por eso, los medios noticiosos pueden ser fundamentales en esta etapa. Sería funesto que las opciones de los tele-ciudadanos, inundados por memes, clips y fake news, fueran apenas una política distante y dar clic o no hacerlo.
*Especialista en Comunicación y análisis político
Twitter: @etorricov
(Publicado en ANF el 13 de julio de 2020)
El inútil debate sobre la fecha de las elecciones
viernes, 17 de julio de 2020
Diariamente se publican opiniones y contra-opiniones sobre la pertinencia de tener elecciones en el mes de septiembre, dada la previsión de que la pandemia del Covid pueda alargarse hasta esa fecha. Que no se puede arriesgar (más de lo que ya está) la salud de la población, que sería favorecer a los electores fanáticos del MAS; que pase lo que pase no se puede seguir alargando la presidencia interina de Jeanine Áñez…
¿Realmente el problema es la fecha de las lecciones?
Personalmente —y me consta que no soy el único que piensa así— el problema no es la fecha, el problema es la falta de candidatos/as por quienes valga la pena votar. Sin contar los candidatos/as decorativos, que son la mayoría, encontramos tres que pueden contar con porcentajes significativos de votación.
Una es la actual presidenta interina, que ya está demostrando que, más allá de su permanente sonrisa, no sirve para el cargo, ya que como presidenta sólo genera decepción tras decepción (y de hecho el porcentaje de población que dice votaría por ella va disminuyendo). Y parte de la decepción proviene precisamente de que esté más preocupada de su candidatura que de su actual gestión.
Otro es Carlos Mesa, un político indudablemente inteligente, y muchos creemos que honesto. Pero ya fue presidente y, tras un discurso fantástico en su posesión del cargo, vino a demostrar que no sabía qué hacer con el país (que realmente no es un país fácil de gobernar), ni tiene la visión necesaria a la hora de seleccionar colaboradores; hasta el extremo de que se vio obligado a renunciar a la Presidencia, lo que por un lado confirma su honestidad política, pero por otro cuestiona su capacidad para dicho cargo.
Y el tercero —presunto ganador, con o sin la mayoría necesaria para no ir a segunda vuelta— es Luis Arce Catacora, famoso ex ministro de Economía de Evo Morales. Nadie discute su inteligencia ni su demostrada capacidad profesional. Pero su gestión como ministro nos deja un peligroso antecedente de autoridad más preocupada de sí misma que de la población, además de preocupada de satisfacer a su presidente.
Veamos algunos datos de los años en que fue autoridad nacional:
? Contrataciones irregulares de onerosos sistemas de software, que al cabo de 10 años demostraron haber sido un gasto inútil de millones de dólares, que beneficiaron a una empresa fantasma panameña, denominada Sysde.
? Luego Arce intentó contratar a la empresa colombiana Heinsohn, con la que se firmó un contrato con un supuesto sobreprecio de más de 5 millones de dólares.
? Dos años después Arce autorizó que se hiciera una invitación directa a la misma empresa (por 5,4 millones adicionales, realmente algo incomprensible en un profesional capaz).
? Autorizó el gasto de 2.000 millones de dólares para el Fondo Indígena (que no está claro dónde fueron a parar) y para decenas de “elefantes blancos”; y de 6,9 millones de bolivianos para la compra de vidrios blindados y otros equipos de seguridad (como un “servicio ultrasónico” para ese tremendo palacio de gobierno que se llamó “la Casa del Pueblo”), ¡y otros 10 millones de bolivianos para la compra de alfombras persas y muebles importados!
Es decir que compartió los delirios de grandeza de su presidente Evo Morales, un delirio de grandeza que afectó a Evo después de sus primeros cuatro años de mandato, confirmando aquel principio de que ”el poder crea daño cerebral”; pero con el agravante que Arce Catacora iniciaría su gestión presidencial ya con ese “daño cerebral” encima.
Realmente, más allá de su capacidad profesional que nadie discute, sería un presidente peligroso nada menos que por el desconocimiento de su propio país, al que parece confundir con Arabia Saudita.
Eso supuesto, lo que debiera preocuparnos no es la fecha de las eventuales elecciones. Lo que debiera preocuparnos es la aparición de candidatos o candidatas que tengan claridad sobre las condiciones de este país nuestro (y que además prevean las consecuencias a largo plazo de la pandemia que nos amenaza).
No lo tenemos nada fácil, ¿verdad?
Rafael Puente es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (Cueca) de Cochabamba.
(Publicado en el periódico Página Siete el 17 de julio de 2020)
Evo y salud
viernes, 10 de julio de 2020
La pandemia del coronavirus es una desgracia mundial (que empezó asolando a Europa, y ahora se concentra en América), y por supuesto, el expresidente Evo no tiene nada que ver con esa crisis. Pero ante la desfachatez con que sale haciendo declaraciones desde Buenos Aires (a pesar de su calidad de refugiado, y con la aquiescencia del Presidente argentino, que no se entera de lo que es un refugiado político), habría que preguntarle qué hizo él como presidente, no con respecto al coronavirus, sino con respecto a la capacidad del Estado boliviano para responder a esa pandemia o a cualquier otra.
Nadie puede negar que la economía de Bolivia nunca estuvo al nivel que sí tuvo durante el gobierno de Evo, en parte por una favorable coyuntura económica internacional, pero sin lugar a dudas también por la excelente visión con que Evo marcó nuestra economía durante su gobierno y de manera especial durante su primer gobierno. No olvidemos que nacionalizó (o re-nacionalizó) la mayor parte de las empresas públicas (con excepción de la PIL) y en parte por la habilidad y consecuencia con que manejó nuestra economía. Hasta aquí el diagnóstico positivo es innegable, y quienes lo niegan están mostrando muy poca serenidad política. Cierto que a partir de su segundo gobierno mostró que se le había subido el poder a la cabeza, confirmando el principio de que “el poder genera daño cerebral”.
Pero la crisis mundial generada por el Covid nos está mostrando otra debilidad, ¡incluso de su primer gobierno!, y es el manejo de la salud pública. En sus 14 años de gobierno, lo único que hizo Evo por la salud pública fue construir unos cuantos hospitales, grandes y caros, digamos espectaculares, pero que se reducían al tema infraestructura. No había el equipamiento necesario, ni la contratación del personal médico adecuado. Es decir pura propaganda. Se construyó y equipó más estadios que hospitales, y si bien es cierto que la práctica de cualquier deporte es positiva para la salud (como él argumenta), también es cierto que no es suficiente, y ahora esa insuficiencia ha salido dolorosamente a luz con la llegada de la actual pandemia.
Cada día tenemos más muertes por el Covid, y cada día resulta más evidente que nuestro sistema de salud no tiene ninguna capacidad para responder a esa pandemia. Los pocos hospitales con que contamos están todos repletos, cada día hay más personas contagiadas que no pueden ser atendidas, hasta el extremo de que muchas han muerto en la calle, o se encuentran tiradas en el piso de esos pocos hospitales. Y para responder a esta desgracia los estadios no sirven…
En la antigua Bolivia de economía mendicante es comprensible que estuviéramos condenados a sucumbir ante semejante pandemia, pero en la nueva Bolivia, que durante el gobierno de Evo dejó de ser mendicante, y que se vanagloria de sus logros económicos (pensemos por ejemplo en la estabilidad económica y monetaria de que hasta ahora hemos disfrutado) resulta inadmisible que haya enfermos en los suelos y en las calles. Y eso sólo puede calificarse de incapacidad presupuestaria (y técnica-profesional) por parte de un Ministerio de Salud que siempre fue la cenicienta del gabinete…
Por supuesto, a nuestra actual Presidenta (más allá de sus limitaciones profesionales y políticas); no podemos pedirle que invente soluciones, y menos aún cuando la economía ha dejado de ser saludable —y peor si pensamos en la creciente e innecesaria deuda externa—, no podemos pedirle que invente soluciones. Ella ha heredado la conducción de un Estado que nunca se tomó en serio el tema de la salud. Nuestros médicos y enfermeras son los primeros en arriesgar su propia salud, y la pandemia no deja de crecer diariamente, con graves consecuencias en todos los niveles (incluida la práctica del deporte, ¿para qué sus estadios, expresidente Evo?).
Mientras tanto, Evo vive tranquilo y seguro (y acumulando riqueza). Cuando tiene problemas viaja a Cuba (él, que nunca se había acordado de equipar los hospitales cubanos en Bolivia) y se da el lujo de sentirse víctima de un golpe, cuando el auténtico golpe fue el que dio él cuando desconoció el resultado del famoso 21-F).
Y ahora ¿quién podrá defendernos?
*Miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (Cueca) de Cochabamba.
(Publicado en el periódico Página Siete el 10 de julio de 2020)