

Erick R. Torrico Villanueva*
15 de diciembre de 2025
Fuente: ANF
Son probablemente los políticos los personajes que tienen mayor afán por sentirse parte de la Historia con mayúscula, es decir del proceso social que puede moldear la vida de un colectivo o que al menos le deja huella, lo cual es muy diferente de tener que sumirse apenas en una historia circunstancial periférica y anecdótica.
Entrar en esa historia es,así, uno de los móviles fundamentales del accionar de aquellos que se presumen llamados a ejecutar una suerte de mision salvífica para un grupo social dado, pero también del de quienes creen ye haber cumplido tal cometido.
Esa historia grande consiste tanto en el entrecruzamiento de acontecimientos más o menos definitorios vividos por una sociedad en un determinado cruce espacio-temporal, como en la memoria solemne o no que queda registrada al respecto. Ese doble carácter explica muy bien la angustia de varios que, a como dé lugar, anhelaban o aun anhelan ver sus nombres inscritos en mármol.
Aunque lo cierto es que tal devenir siempre es el producto de lo que haces o deja de hacer mucha gente frente a las posibidades que se abren a cierran bajo condiciones concretas, le percepción normal tiende a considerar que el eje de lo histórico radica en la actuación de individuos a los cuales confiere rasgos singulares y que a veces hasta vincula a una presunta predestinación
En Bolivia, no pocos de los libros que cuentan la vida del país se limitan a ofrecer cronologías descontextualizadas que reflejan travesias de héroes y martires con fecha y lugares, cliché que profesores de escuela y dirigentes politicos o sociales suelen reproducir con entusiasmo.
En general, las narraciones históricas, como inventario panorámico de lo acaecido, otorgan un lugar a sujetos y sucesos que terminan clasificados en función de los ángulos de mira adoptados por los cronistas que las generan y en relación con valoraciones éticas, intencionalidades polticas o angustias e interese del momento en que son construidas.
Cuando esos relatos se ocupan del pasado relativamente remoto, las visiones que reflejan —que de todos modos nunca serán definitivas—dependen en su credibilidad de la documentación fidedigna en que se apoyen; mas cuando se trata de otros, y en particular los referidos a la “historia inmediata”, la más cercana al tiempo actual, las disputas por lo que ha de ser consignado y la manera en que lo debería hacer pueden ser muy intensas, ácidas e inconciliables.
Si casi no se hallaria problema en sañalar y aceptar el carácter histórico de la guerra del Pacifico (que en la bibliografia chilena no pasa de ser un “incidente”), la guerra del Chaco o la revolución modernizadora de 1952, como tampoco de determinados personajes (los forjadores de la nación o los contructores de la democracia, por ejemplo), si surgen dudas, divergencias y conflictos frente a otro tipo de casos, como los de hechos o personas quе nada sugieren ser fruto de la inventiva popular (unos dichos de Mariano Melgarejo o Eduardo Avaros), de otros reales que más bien son ignorados por los anales oficises —como los 13 años desaparecidos (1987-2000) de la relación boliviana con Chile en el “Libro del Mar” publicado en 2014— o de ciertas controversiales decisiones deacerca de qué incluir o nno en los registros de los memorable (¿puede un dictador ser integrado en una lista de gobernantes que no lo fueron?).
Después de in apuntado, si algo podria terminar siendo un poco claro, sobre todo para algunos individuoa, es que jamás será igual entrar en la queHistoria que quedar fuera de ella, pues mientras unos resultan agraciados con una colocación privilegiada en ese ansiado territorio —lo que no significa necesariamente que hayan sido “buenos” o “valiosos” en él (solo piénsese en Adolf Hitler)—, otros deben resignarse a mirarlo, a lo lejos, desde la ventana de la opacidad o el ostracismo.
Esto último es lo que parece estar ocurriendo a los exgobernantes del llamado Movimiento al Socialismo: el primero, el fugado, todavía se resiste a darse cuenta de que está afuera, porque la propia Historia lo expulsó; el segundo, su heredero inesperadamente autonomizado, empieza recién a percatarse de que la hora de salir le había llegado.
Convendría a los políticos tomar nota de que la Historia solo maneja una lista corta en la que siempre es difícil entrar o permanecer y más aún a reingresar.
* El autor es especialista en comunicación y análisis político y vicepresidente de la Asociación de Periodistas de La Paz