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Había una vez una central obrera

Había una vez una central obrera

Erick R. Torrico Villanueva*

lunes, 10 de agosto de 2020

Desproletarización, prebendalismo y servilismo han terminado por convertir a la Central Obrera Boliviana (COB) en un caricaturesco remedo del sindicalismo revolucionario y democrático que caracterizó sus mejores días.

Lo primero fue producto tanto del despido masivo de los trabajadores de la Corporación Minera de Bolivia por la caída de los precios internacionales del estaño y la aplicación del programa de ajuste estructural en 1985, como de la consiguiente recomposición registrada en el mundo laboral, pero también de la inadecuación del clasismo frente a las demandas de integración campesinas y de sectores medios a esa organización obrera. Lo otro es ante todo fruto de la abierta cooptación a que el gobierno de casi 14 años sometió a la COB al igual que a otros sindicatos.

Nacida al calor de la victoria revolucionaria de abril de 1952, reemplazó desde el día 17 de ese mes a la poco trascendente Confederación Sindical de Trabajadores de Bolivia que existía por entonces. En sus primeros años, sus principales dirigentes pertenecieron al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y algunos hasta fueron ministros con ese partido, sin olvidar que su histórico líder, Juan Lechín Oquendo, fue vicepresidente de Víctor Paz Estenssoro entre 1960 y 1964.

Ese inaugural desconocimiento de su declarada independencia política permitió a la COB, sin embargo, incidir en la adopción de medidas tan importantes como la nacionalización de las minas.

Esa sujeción al “movimientismo” desembocaría luego en una ruptura y comenzaría poco después la etapa de los autoritarismos militares que proscribieron al sindicalismo o lo falsificaron, como cuando el dictador Hugo Banzer creó las “coordinaciones laborales” a su servicio. Lechín pasó mucho tiempo entre la cárcel y el exilio, hasta que retornó al país en 1978, momento en que la democracia volvía a avizorarse en el horizonte político.

La COB, reestablecida, entró de lleno en la lucha por la reconquista de las libertades. Ese fue, probablemente, el segundo y último momento –con posterioridad al de la revolución nacionalista– en que la organización aglutinó de manera efectiva a los sectores obrero-populares y expresó el sentir y las aspiraciones de una mayoría social.

Restituida la democracia en octubre de 1982, Lechín llevó a la COB a enfrentarse cotidianamente con el gobierno centro-izquierdista de Hernán Siles Zuazo, su antiguo adversario en el MNR, hasta que las fuerzas neoconservadoras –los partidos de Paz Estenssoro y Banzer, así como la gran empresa privada–, consiguieron quebrantar al Frente de la Unidad Democrática y Popular que, debilitado ya por un incontrolable proceso hiperinflacionario que empezó en 1981, adelantó las elecciones nacionales.

En 1985 Paz Estenssoro asumió la presidencia y en corto tiempo hizo un acuerdo político con Banzer. Ese año vino la “relocalización” de más del 80% de los trabajadores de la minería estatal junto a la aplicación de la liberalizadora “Nueva Política Económica”. La COB vio disminuir su fuerza más importante, la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia, y con ella su protagonismo político. Y en 1987 no sólo que una renovada conciencia campesina se enfrentó al predominio proletario por la dirección de la organización sindical, sino que Lechín dejó la secretaría ejecutiva que había ocupado por más de 3 décadas.

Los años siguientes fueron de sobrevivencia y de un franco como progresivo deterioro. Para mediados de la década de 1990 la realización de un congreso en El Alto con auspicios de Coca Cola, símbolo icónico del “imperialismo”, fue un claro indicador de la situación en que se encontraba la COB y de su pérdida de rumbo. La irónica condecoración que Banzer, reconvertido en presidente demócrata, entregó a un octogenario Lechín, fue otra señal equivalente. La organización obrera no llegó en pie al nuevo siglo, lo que facilitó su posterior reducción a uno más de los “movimientos sociales” que el gobierno que se instaló en enero de 2006 utilizó como instrumentos para darse “popularidad”. 

La historia reciente es más conocida. El objetivo fundamental cobista de “defender los derechos e intereses de los trabajadores oprimidos y explotados del país”, así como los principios por los que la organización no aceptaría “intereses contrarios a la clase obrera” y mantendría la “independencia política de clase” han sido claramente traicionados por las últimas dirigencias que, es obvio, dejaron de ser parte del proletariado y debieran ser sancionadas según reza el régimen disciplinario de su estatuto.

La COB, además de su dignidad, perdió representatividad, convocatoria y sentido democrático. Ahora aparece como ejecutora de acciones homicidas (bloqueos contra la salud) y suicidas (contagios masivos de sus “bases”) ordenadas por el grupo del ex gobernante fugado. Ese camino irracional y rastrero marca un claro retroceso respecto a la repentina y corta lucidez que tuvo su dirigencia la mañana del domingo 10 de noviembre pasado, cuando pidió al después huido personaje que renuncie a la presidencia ante el indefendible fraude electoral que insistía en negar.

La vieja COB, la verdadera, no necesitaba de “guardatojos” en las cabezas de su comité ejecutivo ni tenía que acudir a la efigie del Che Guevara para sentirse y mostrarse revolucionaria. Pero fue tomada por nuevos falsificadores y oportunistas que la condujeron a su actual debacle.

Había una vez una Central Obrera Boliviana.  Hoy parece ya tarde para que alguien intente hacerla rebrotar de sus cenizas.

*Especialista en Comunicación y análisis político

Twitter: @etorricov

(Publicado en Agencia de Noticias Fides el 10 de agosto de 2020)

El racismo: un mal no superado en Bolivia

Se acentúa en tiempos de Pandemia

El racismo: un mal no superado en Bolivia

Manuel Gonzales Callaú

domingo, 9 de agosto de 2020

El Movimiento Al Socialismo (MAS) en el curso de 14 años en el gobierno ha adquirido las peores mañas de todos los partidos en gestión de gobierno que le precedieron. La maniobra, la mentira, el chantaje, la victimización, la corrupción entre otros, fueron y siguen siendo sus recursos para mantenerse vigente en el escenario político.

Las promesas electorales de este partido, desde antes del 2006, que se definía de izquierda han ido cayendo en saco roto con el trascurrir del tiempo. La lucha contra la corrupción, el narcotráfico, el contrabando, la delincuencia quedaron en promesas; lo mismo sucedió con la promesa de respeto a los derechos humanos y de que no habría ni un muerto en su gestión o que gobernarían cumpliendo fielmente la Constitución Política del Estado o que respetarían la independencia de los poderes del Estado hoy llamado órganos.

Al incumplimiento del masismo a sus promesas se suma la victimización, a la que recurrieron y recurren cuando la sociedad les reclama la obediencia a las leyes. Esta permanente victimización se refugia, principalmente, en la condición étnica de su jefe y de varios de los dirigentes que controlan muchas organizaciones sindicales y sociales.

Recurrir al recurso étnico-racial tiene un tinte racista ya que durante los 14 años que gobernó Evo Morales, él y los principales jerarcas difundieron un discurso revanchista, excluyente y discriminador, sobre todo cuando señalaban que los indígenas —y solo ellos— son la reserva moral del país, cuando alentaban sistemática y permanentemente la revancha contra los k’aras o blancoides descendientes de los conquistadores. El discurso masista solo visibilizó el racismo que aparentemente habría desaparecido en el tiempo gobernado por el MAS, pues por un lado tanto Morales como los García Linera y muchos voceros de su régimen solo alentaron el odio, la revancha y la venganza y por otro, los que se consideran “blancos” discriminaron y siguen discriminando a la población indígena y mestiza, ocultando muchos de ellos sus orígenes.

Hoy en medio de la Pandemia del Covid-19 que nos azota, el masismo no cesa de victimizarse, alimentando más y más el racismo que está agazapado y que no pudo ser superado en la sociedad boliviana.

Si el MAS hubiera hecho, en 14 años que tuvo el poder absoluto, solo un poco de lo que hizo Nelson Mandela en Sudáfrica —impulsando políticas estatales de reconciliación, propagando el respeto, la igualdad, la no discriminación, la unidad, la armonía— no estaríamos ahora pasando estos momentos de discordia.

El revanchismo racial que tiene Morales hace que incluso en este período de crisis sanitaria siga emitiendo mensajes de odio y venganza, dando instrucciones para efectivizar acciones de destrucción, asfixia, bloqueos, violencia y muchos males más hacia quienes se niegan y se negaron a amarrarle los guatos de sus zapatos.

El país contradictorio

El país contradictorio

Rafael Puente*

viernes, 7 de agosto de 2020

En plena pandemia mundial (y que en nuestro país ya ha producido más de mil muertes), cuando ya llevamos mucho tiempo con una Presidenta interina, cuando lo que más necesitamos es un mínimo de tranquilidad social para enfrentar lo más democráticamente esta serie de problemas acumulados, con lo que nos encontramos es con una serie de movilizaciones, marchas y bloqueos que nos hacen muy difícil avanzar.

El ejemplo más patético es el de la falta de oxígeno en muchos de nuestros hospitales, precisamente cuando más lo necesitan; se puede decir que cuando los bloqueos producen muertes, dejan de ser legales, dejan de ser un derecho ciudadano (dado que el ejercicio de ese derecho es incompatible con otro derecho mucho más importante que es el derecho a la vida).

¿Y cuál es la causa o razón de esas marchas y bloqueos? Por lo menos formalmente es la fecha de las elecciones, que han sido postergadas de septiembre a octubre; y el debate es tan absurdo que por lo que nos informan los bloqueadores (formalmente militantes del MAS) están de acuerdo en que la fecha de las elecciones se postergue, pero “no tanto”. O sea que por dos semanas se paraliza el país… ¿Tiene sentido? Según los dirigentes masistas de la COB (lo que queda de aquella heroica y decisiva COB de anteriores decenios), sí tiene sentido.

¿Qué les pasa a los compañeros del MAS? ¿De dónde sale su miedo a esa postergación de semanas? La única explicación es que, con su candidato poco convincente, tienen la esperanza puesta en que los peligros del Covid mantengan en sus casas a muchos electores (y electoras), es decir, a los muchos y muchas que no ven candidatos que valgan la pena hasta el extremo de arriesgar la salud por votarlos. Es decir, tienen claro que cuanto más pronto sean las elecciones será menor la votación para candidatos opositores y se podrán imponer los del MAS…

Y para lograr ese objetivo mezquino no les importa que La Paz esté llena de filas y colas (y virus), y que buena parte del país aparezca también bloqueado, ¡precisamente cuando menos lo necesitábamos!

Menos mal que el presidente del Tribunal Electoral es un hombre íntegro que garantiza juego limpio, y, por cierto, su último informe es que los dirigentes del MAS se han puesto de acuerdo con dicho Tribunal y que las elecciones serán nomás en octubre…

Ojalá dicho acuerdo funcione y haya elecciones tranquilas (otra cosa es que no tengamos candidatos que valgan la pena). Pero mientras Salvador Romero nos proporciona esa información siguen avanzando los bloqueos que buscan paralizar el país; justo cuando lo que más necesitamos en este momento es paz social, ya que sólo uniendo fuerzas podremos contrarrestar los efectos económicos y laborales de la pandemia.

Esperemos que se imponga el juicio sereno, la preocupación por el país antes que la de ninguna candidatura. Aún así lo tendremos difícil (como lo tiene difícil la mayor parte del mundo), pero por lo menos no nos echaremos la culpa unos a otros.

¡Ajina kachun!

*Miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (Cueca) de Cochabamba.

(Publicado en el periódico Página Siete el 7 de agosto de 2020)

MAS terrorismo

MAS terrorismo

Alfonso Gumucio Dagron

sábado, 8 de agosto de 2020

El MAS cometió crímenes durante 14 años dentro del Gobierno y ahora los sigue cometiendo fuera del Gobierno. Lo que hemos visto en Bolivia en estos días no puede tener otra calificación que la de terrorismo.  

Quienes en medio de una pandemia mortífera bloquean carreteras para que no pasen las ambulancias y las apedrean, los que impiden el paso de camiones con tubos de oxígeno para salvar vidas, los que cercan las plantas de distribución de gas licuado y de gasolina, son verdaderos criminales y tienen que ser procesados por esas acciones. 

Ni siquiera en los peores momentos de la guerra en Líbano o en Irak (donde estuvo como corresponsal mi querido primo Juan Carlos Gumucio), se impedía el paso de la Cruz Roja, ambulancias y personal de salud, como está sucediendo en Bolivia por órdenes del MAS y sus huestes: lumpen sin conciencia de clase que aprovecha toda oportunidad de desorden para saquear camiones de transporte o fábricas. 

Estos criminales han causado muchas muertes en hospitales que no reciben el oxígeno y las medicinas que necesitan para tratar a los enfermos de Covid-19. La lógica perversa del MAS es provocar un estado de caos que hunda a nuestra sociedad en el desconcierto y la desesperanza. 

Mientras el “jefazo” está a sus anchas en Buenos Aires, sus operadores en Bolivia empujan a la gente a las calles no solo para que se contagien colectivamente y contagien a sus familias hasta colapsar los servicios de salud, sino también en búsqueda de muertos. En la medida en que provoquen enfrentamientos con las fuerzas del orden y haya muertos y heridos, podrán nuevamente hablar de “masacre” y de “mártires” que ellos mismos empujaron a la calle. 

No sería nada sorprendente que uno de esos operadores terroristas sea el capitán Juan Ramón Quintana desde la Embajada de México, gracias a la permisividad cómplice de esa misión diplomática. Quintana, quien alguna vez dijo “alguien tiene que hacer el trabajo sucio”, es el equivalente de otro capitán, Luis Arce Gómez, que sirvió los intereses más oscuros de las dictaduras militares. 

En la situación de crisis sanitaria y económica, el MAS se aprovecha de la debilidad de la gente que no tiene nada que perder, para lanzarla a la muerte. Con todo el dinero que se llevó el MAS del Banco Central días antes de la fuga de Evo Morales, están pagando a los que bloquean y organizan manifestaciones violentas. Circulan videos donde se ve cómo pagan 100 bolivianos a los “ponchos rojos” para que, contra toda norma de seguridad y bioseguridad, causen zozobra entre la población. Eso me recuerda un artículo que publiqué en Nueva Crónica en 2009, “Mi carpintero, poncho rojo” donde contaba cómo mi carpintero hacía mejor negocio pagado por el MAS para ponerse un poncho rojo en manifestaciones, que con su noble oficio de trabajar la madera. 

El resultado de esa plata que corre por debajo son los 100 lugares de bloqueo en todo el país. Los disciplinados y bien pagados bloqueadores son trasladados de un lugar a otro en camiones contratados para ese fin, tal como sugería Evo Morales en el audio en el que instruía crear caos. 

La Cancillería boliviana ha elevado a la Organización de las Naciones Unidas, a la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, a la Organización de los Estados Americanos, la Unión Europea y al Parlamento Europeo una denuncia sobre los sectores impulsados por el MAS que impiden la movilidad de los trabajadores médicos, la circulación de ambulancias, y el transporte de insumos médicos. 

También envió una carta a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, pero no hay mucho que esperar de este organismo que dirige Paulo Abrão, falto de ética y de profesionalismo, quien le debe su carrera arribista a los gobiernos del llamado “socialismo del siglo XX” y ha convertido en una célula del PT brasileño la oficina que apoya las movidas del MAS y protege a Evo Morales. Con la coartada de “progresista” Abrão es en realidad un oportunista autoritario y conservador. 

El Gobierno debe tener mucho cuidado en no caer en provocaciones que podrían costar vidas, porque eso sería pisar el palito que le ha puesto Evo Morales, acusado de terrorismo y sedición, sin que veamos que ese proceso —que merece la tarjeta roja de Interpol—, avanza en la justicia boliviana.

*Escritor y cineasta.

@AlfonsoGumucio 

(Publicado en el periódico Página Siete el 8 de agosto de 2020)

¿A dónde nos lleva la cultura del fuego?

¿A dónde nos lleva la cultura del fuego?

Rafael Puente*

viernes, 31 de julio de 2020

Otra vez sufrimos un incendio en el Parque Tunari, que se suma a los sucesivos incendios en diversos lugares, de manera especial y repetida en la Chiquitania. Otra vez el fuego matricida (reduce a cenizas a la Pachamama), que resulta tanto más grave a estas alturas del año en que impera la sequía y todavía no ha caído ni una nevada. ¿Serán capaces los autores de calcular el daño que le están generando a nuestra ya golpeada y maltratada “Madre Tierra”?

¿Es mala suerte, o mera ignorancia? Desgraciadamente creo que no, que lo que explica todos esos incendios es un problema cultural. Las comunidades indígenas de los Andes (donde los incendios no constituyen un problema repetido) han “aprendido” que cuando se trasladan a zonas tropicales y necesitan convertir la selva en chaco (cultivable) lo que hay que hacer es meterle fuego a la selva. Y cada año nos encontramos con graves incendios porque los “colonizadores” han perdido el control sobre esos “chaqueos”. Y pasan los años, y los decenios, y nuestros colonizadores no aprenden y siguen incinerando a la Madre Tierra.

Lo del Parque Tunari es mucho peor, se sabe que en dicho “parque nacional” no hace falta chaquear nada, primero porque no hay en él ni rastros de selva, pero sobre todo porque se trata de un parque en el que no se puede ampliar cultivos más allá de los que ya hay (que empezaron todos siendo ilegales, pero que casi siempre se consigue legalizar, ya que desgraciadamente en nuestro país todo tiene un precio).

Pero volviendo a las tierras tropicales, el uso del fuego es una prueba de que es obra de colonizadores, y como el expresidente Evo Morales había sido colonizador, se explica que él decretara legal el uso del fuego, precisamente en la Chiquitania. Sin tener en cuenta la experiencia de nuestros pueblos indígenas de tierras bajas, que tienen experiencia ancestral de lo que es cultivar en tierras tropicales sin acudir al lamentable procedimiento de empezar por quemarlas.

¿No será tiempo de repensar procedimientos? ¿No les preocupa a los propios colonizadores el peligro de quedarnos sin tierras cultivables en el trópico? ¿No es digna de reflexión —y aprendizaje— la experiencia de los pueblos que cultivan la selva sin destruirla previamente, sino utilizando sus propios recursos como fertilizantes del terreno? Cierto que el volumen producido por hectárea sería menor, pero a cambio sería repetible año tras año, y ahorrando los costos del chaqueo clásico.

Hemos visto en el Norte de La Paz, concretamente en Sapecho (Alto Beni), cómo se puede cultivar la selva sin destruirla, por el contrario, aprovechando los ingredientes fertilizantes que ofrece la propia selva, y conjugando la participación de colonizadores y de científicos (en el caso de Sapecho con un resultado sumamente positivo para el cultivo de cacao de primera calidad).

Nos estamos acostumbrando a entender a la “Pachamama” como una madre generosa, pero a la que por eso mismo no necesitamos cuidar ni proteger, y de la que podemos abusar impunemente. Y por tanto vamos camino de quedarnos sin Pachamama, de reducirnos a “Pacha-huérfanos”…

¿No podríamos recuperar una de las más logradas frases de Evo —a pesar de que él mismo la haya olvidado— cuando formuló en una reunión de Naciones Unidas que “los derechos de la Madre Tierra son más importantes que los derechos humanos”?

Si no lo hacemos acabaremos convirtiéndonos en habitantes del desierto, y cuando nos arrepintamos será tarde…

*Miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (Cueca) de Cochabamba.

(Publicado en el periódico Página Siete el 31 de julio de 2020)

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