Natalia Terrazas Tejerina*
21 de agosto de 2025
Fuente: Datapolis
La motivación principal para que un grupo de personas se una en la conformación de un partido político es la afinidad ideológica y programática, con el objetivo de tomar el poder a través del voto electoral y democrático. Su organización interna cuenta con canales de coordinación especializados por áreas e instancias, para el flujo de información y consulta de bases de forma orgánica. Asimismo, la legislación nacional les ha dotado de características específicas con la intención de que su funcionamiento contenga la mayor inclusión social, democrática y representativa posible.
Sin embargo, esta dinámica interna descrita no guarda relación con la realidad. En los hechos, el partido gira en torno a un líder o caudillo, y sus allegados, conformando un pequeño círculo de decisión y de difícil acceso donde la militancia pierde esa condición para reducirse a miembros de una potencial agencia de empleos, siempre y cuando se demuestre lealtad, sumisión y compromiso. Pensar diferente o mostrarse como potencial alternativa de renovación es considerada una amenaza a los intereses de esta jerarquía, donde el líder o la lideresa busca consolidar un nicho personal, tergiversando el sentido ontológico de un partido político.
La adhesión militante hacia una u otra opción política ya no se da en función a una ideología o convicción personales, sino que obedece a un frío cálculo de alternativas con el fin de obtener mayor acceso a ciertos niveles de estabilidad laboral. Actualmente, ya no importa en qué color de camiseta tenga la opción partidaria para el militante, siempre y cuando se cumplan estas premisas.
Por otro lado, la escasez o inexistencia de partidos políticos estructurados en militancia, con vida orgánica, participación democrática interna, formación de cuadros y candidatos propios, entran a la pugna electoral aceptando tácitamente estas reglas del juego, reduciéndose a simples siglas en alquiler, un mero negocio para candidatos que carecen de base social, pero que cuentan con los recursos suficientes para sostener una campaña y capacidad absorber la mayor cantidad de adhesiones y compromisos políticos sin perder credibilidad o reventar. Las pocas siglas que cuentan con alguna militancia comprometida suelen atravesar por rupturas internas intencionalmente coordinadas a través de sus dirigentes cercanos al círculo interno cerrado para manipular las bases y hacer prevalecer una línea patronal, bajo la sombra del eterno caudillo, donde, aun así, sus más leales seguidores no gozan de la total confianza del líder, obligando a éste a impulsar a sus familiares como nuevos “liderazgos” impuestos para dar continuidad a un patronazgo real y leal.
Con esta introducción, se puede tener un panorama más claro de lo que fue la votación presidencial del 17 de agosto y lo que muchos describen como sorpresa en cuanto a los resultados.
Primero, estamos claros en que los porcentajes de votación no representan una militancia partidaria, sino que obedece a una serie de intereses, ya sean sectoriales, económicos o prebendales. Claro ejemplo es el voto en provincia, donde se debate en asamblea y se define una votación comunitaria consensuada y en bloque, aunque esta decisión también pasa por la definición de las necesidades e intereses comunitarios, que pueden tener connotaciones variopintas.
Segundo, el voto indeciso pertenece a una población no militante, de tradición de izquierda pero que vivió la grotesca decadencia gubernamental del MAS a lo largo de los años y asumió la tarea de cerrar el ciclo con el MAS. Para ese sector, el MAS y sus opositores pertenecen al pasado. La presencia de una longeva oposición persistente tampoco iba a ser la opción. Estar desencantado con el MAS no necesariamente significa virar hacia el carril contrario.
Y tercero, es cierto que la mitad de una campaña electoral se la lleva en redes sociales, puedes posicionar o destruir a cualquier persona en cuestión de días. Sin embargo, la otra mitad es escuchar a la gente, hablarle, tocarle las manos y mirarle a los ojos para percibir si realmente había almorzado; y no al contrario, delegar a los operadores coordinar, ya sea con organizaciones urbanas o con provincias y traer posibles acuerdos a sus oficinas cómodamente instaladas en la ciudad, para quedar rápidamente en una fecha de “visita-proclama” que no genera lazos reales con la población, que se deben hacer de manera masiva y a paso de galope.
Considerar la existencia de acuerdos partidarios detrás de quienes dieron la “sorpresa” es una visión de espectro limitado. Simplemente hicieron su tarea al visitar todo el país, municipio por municipio y si hay presencia de personas con ciertas etiquetas “militantes”, nuevamente creo que obedecen a intereses sectoriales y no a la lealtad a uno u otro caudillo. La militancia ha muerto, los partidos han muerto.
*La autora es socióloga.