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De golpe

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De golpe

Alfonso Gumucio Dagron*

sábado, 25 de julio de 2020

“Ya han pasado 40 años, estamos viejos”, le digo a un amigo. “Hablá por ti, yo estoy joven…” replica con picardía. Cuatro décadas, pero no parece. “Parece ayer”, decimos al unísono, y así lo sentimos, porque la memoria —siempre selectiva— ha grabado esos momentos con fuego y parecen muy cercanos en el tiempo. 

Hace cuarenta años, como hoy, yo estaba escondido en una casa en San Jorge donde me acogieron generosamente mis amigos Macri y Chaskas. Ni ellos mismos sabían el riesgo que corrían al tenerme de alojado, pero se dieron cuenta en pocos días. Cada noche, en la televisión del Estado asaltada por periodistas de uniforme se emitían amenazas: “Quien esconda a terroristas sufrirá las mismas consecuencias que ellos”. 

El terrorista era yo. Un terrorista libertario sin partido ni aparato de protección ni armas de fuego, un francotirador solitario que lanzaba palabras en lugar de granadas. Mis crímenes estaban a la luz del día en las páginas del semanario Aquí, donde escribía junto a Luis Espinal y otros compañeros tan o más peligrosos por su pluma. 

Una semana antes, el 17 de julio, se había producido el golpe militar de García Meza, un hombre sin pies ni cabeza. El ambicioso general de caballería solía montar cuadrúpedos más inteligentes que él y su notoria torpeza no tenía un ápice de la elegancia de un caballo. Estaba rodeado de asesinos, el más notorio de ellos Luis Arce Gómez, quien durante más de una década había urdido atentados y crímenes, entre ellos el de Luis Espinal, en marzo de 1980. 

El día del golpe me encontraba trabajando en CIPCA, en lo alto de la calle Sagárnaga, cuando escuchamos en vivo y en directo los disparos de los paramilitares atacando la COB. Decidimos bajar corriendo a “defender” la sede sindical con las manos desnudas, pero llegamos tarde. Ya se habían llevado a Marcelo Quiroga malherido, habían asesinado a Gualberto Vega y Carlos Flores, y los demás estaban ya capturados camino al Estado Mayor para ser torturados. Traté de volver a mi casa, pero había paramilitares en la puerta.

En el semanario Aquí habíamos “cantado” el golpe de Natusch Busch y el de García Meza con meses de antelación, desde las elecciones democráticas del 1 de julio de 1979. Cuando uno revisa la colección del semanario, encuentra numerosos artículos donde subrayamos la reticencia de los militares a regresar a los cuarteles luego de siete años de dominio absoluto durante la dictadura de Banzer, y mucho antes, desde el golpe de Barrientos en 1964. 

Nos acusaban de provocar a los militares, pero en realidad solo publicábamos lo que todos sabían que iba a suceder más temprano que tarde debido a la terquedad de las fuerzas políticas para unirse frente al autoritarismo. ¿Suena conocido cuatro décadas más tarde? 

Estuve escondido hasta que no quise seguir arriesgando a mis amigos, y entonces pedí asilo en México. Ximena Iturralde, amiga y vecina en Obrajes, me recogió y me dejó en la puerta de la embajada mexicana, donde junto a más de un centenar de asilados me acogió el embajador Plutarco Albarrán, quien despejó todos los ambientes de su residencia en la calle 5 de Obrajes, menos su dormitorio, para que pudiéramos dormir codo a codo sobre el suelo. 

Pequeño, introvertido, don Plutarco enviaba al ministerio del Interior las listas de asilados solicitando su evacuación a México. Luego de varias semanas comenzaron a salir grupos de 20 cada sábado. Los despedíamos con “La caraqueña” de Nilo Soruco, con el vozarrón de Luis Rico y su inseparable guitarra. Salían unos y entraban otros al asilo, algunos saltando la pared como nuestro querido amigo el “Intruso” (Jaime Durán Llano). En el bosquecillo de la esquina elevada del terreno de la embajada, Coco Manto, René Bascopé, Ramón Rocha y otros componían versos o canciones. Yo me aplicaba en la redacción de un testimonio: “La máscara del gorila”, que luego fue premiado en México en 1982.  

No supe hasta semanas más tarde que en manos de Arce Gómez había una lista de seis nombres: “Estos que se pudran, no les vamos a dar salvoconducto”, habría dicho el ministro del Interior en la cúspide de su brutal arrogancia. Y entonces decidí que no debía darle gusto, y monté una operación clandestina de fuga hacia Perú, con la complicidad de varios amigos dentro y fuera de la embajada de México.  Pero esa ya es otra historia, mucho más larga.

*Escritor y cineasta.
@AlfonsoGumucio

(Publicado en el periódico Página Siete el 25 de julio de 2020)

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