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René Bascopé, cuando la muerte venga a recordarnos

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rené bascopé aspiazu

Jueves, 24 de julio de 2014

El próximo domingo 27 se cumplirán 30 años de la temprana desaparición del autor de La tumba infecunda. En estos párrafos nos centramos en sus intereses, obsesiones y características a la hora de escribir, y en tratar de describirlo-conocerlo en voz de sus amigos y colegas de las letras.

Martín Zelaya Sánchez

Chaupi punchaypi tutayarka decía Carlos Medinaceli. A mediodía anochece. El escritor chuquisaqueño se refería a cómo tantas jóvenes promesas de la intelectualidad y la cultura en Bolivia dejaban (¿dejan?) extinguir su talento y brillo en la desidia y la vacilación.

Pero esta metáfora bien puede trasladarse también al extraño sino —como fue el del propio Medinaceli— de no pocos literatos y artistas nacionales cuya temprana muerte los privó de la trascendencia.

Eso le pasó a René Bascopé Aspiazu, el Basco, cuentista -ante todo-, novelista y poeta paceño que falleció a los 33 años el 27 de julio de 1984.

Si de describir las búsquedas e intereses del autor de La noche de los turcos se trata, surgen de inmediato tres palabras: ciudad (La Paz), muerte y marginalidad. Y como trasfondo, o más bien, como esencia tácita y transversal, la sociedad, la condición humana… y claro, pues además de hombre de letras, era un político de cepa.

Al cumplirse 30 años de su partida, proponemos algunas reflexiones, recuerdos, semblanzas y lecturas de René Bascopé Aspiazu.

La ciudad

Para seguir con la consigna del autor de La Chaskañawi, Chaupi punchaypi tutayarka, la oscuridad se ciñó temprano también para otros autores como Guillermo Bedregal (20 años) o Edmundo Camargo (28 años), con quienes —valga la coincidencia— Bascopé fue y es emparentado temática y ontológicamente: con ambos por la muerte como obsesión literaria; con Bedregal, además, por La Paz como escenario y espectro omnipresente. 

La Paz de los cuentos del Basco:

“Otra vez la llovizna. La calle se le antojaba un laberinto de baldosas mojadas y de puertas ocultas”. (Una visión).

“Yo pasaba esa madrugada húmeda por la calle semicolonial agotando con mis pasos la vereda áspera, cuando incrustado en la penumbra de un gran portón, lo vi”. (El portón).

“Cuando llegamos al quinto patio, la visión de los cuartos donde había vivido (estaban en la planta alta) me produjo un intenso miedo. La puerta estaba cerrada y se comunicaba con el patio empedrado mediante unas escaleras anchas de madera gastada”. (Niebla y retorno).

La Paz en su no ficción:

“Esta ciudad que le da las espaldas a su cielo azul y sustancialmente infecundo se sumerge en sus inmensos y mágicos suburbios para defenderse de la agresividad corrosiva del hormigón armado y del neón, como un Prometeo hundiendo la roca a la que fue encadenado”.

“(…) La Paz subyace en las contradicciones de sus hombres, agoniza arrodillada más allá de los líricos y sus instituciones. Sus primeras y últimas luces se encienden y es inevitable que una absurda y vaga tristeza lo invada a uno, más aún cuando ha escampado”. (Para una ciudad y sus cementerios).

Escribe Rodolfo Ortiz en la nota introductoria a Las cuatro estaciones: “este poemario se escribió a mediados de los setenta, cuando Guillermo Bedregal acababa de escribir Ciudad desde la altura en 1974 y un año antes Jaime Saenz Recorrer esta distancia. Creo que no es arriesgado decir que en todos los casos la ciudad aparece como una presencia medular e inevitable, iniciática”.

Lo marginal

El literato Omar Rocha, miembro del equipo editorial de la revista La Mariposa Mundial (que editó los Cuentos completos y el poemario Las cuatro estaciones, y está a punto de lanzar la reedición de la novela La tumba infecunda, es uno de los que más y mejor estudió la narrativa de Bascopé.

Escribe Rocha: “Los personajes de Bascopé Aspiazu son habitantes de un tercer, cuarto y quinto patios, viven atisbando, escuchando, inventando, (des)conociendo misterios, creando santos, santiguándose, purgando culpas, viven del gemido y el rumor de los demás”.

“Bascopé Aspiazu transcurre por las orillas, por los fantasmas de la propia ciudad: artilleros, aparapitas y locos, ellos saben que no hay pasión ni libertad sin estar en la miseria, al borde de la muerte, en el basural”.

“Nunca antes, hasta el día en que el hijo del portero de la casa tragó veneno para matarse por Yolanda, me di cuenta de que la habitación estaba ocupada por dos viejas y una muchacha alta y pálida llamada Ángela”. (Ángela desde su propia oscuridad).

“A eso de las siete de la mañana, Arminda despertó porque sintió un frío intenso, que le acalambraba los pies. Poco a poco recordó que toda la noche había pasado entre el sueño y la vigilia, cuidando a su marido que se moría con una pulmonía atroz. En ese instante una tos explosiva la sobresaltó y la hizo correr hacia la habitación contigua, donde Zacarías golpeaba desesperadamente con las palmas de las manos las frazadas que lo cubrían”. (Verano comienza fúnebre)

“Lo marginal —sostiene Javier Sanjinés en Literatura contemporánea y grotesco social en Bolivia— se hace centro con un grotesco jubiloso que requiere mayor teorización y explicación tanto en la literatura como en otras expresiones artísticas. ¿Será una renovada visión de lo grotesco la que ligue al Felipe Delgado de Jaime Saenz con novelas como El run run de la calavera de Ramón Rocha Monroy, y La tumba infecunda del prematuramente desaparecido René Bascopé Aspiazu?

La muerte

“Cuando la muerte venga a recordarnos / que es un segundo el irse, casi un verso, / habremos de cerrar todas las puertas / y ocultar a tiempo nuestro espanto”, escribe y canta Óscar García.

¿Por qué la parca marca? ¿Por qué tantos autores paceños de generaciones sucedáneas la piensan, la desmenuzan, la tienen tan presente? Saenz, el que más, pero también Borda, Bedregal, y los mismos Adolfo Cárdenas con sus cuentos sobre aparecidos y Edgar Arandia con su universo de las Ñatitas.

Y Bascopé no desentona. En 1978, en el número doble 8 y 9 de la revista Hipótesis, Luis “Cachín” Antezana reseña, en su artículo “Algunos libros de los más jóvenes”, el primer libro de Bascopé, titulado Primer fragmento de noche y otros cuentos y que en 1977 obtuvo el Premio Franz Tamayo.

“Los demonios de Bascopé, son demonios harto oscuros (…) su libro parece una colección de pesadillas sociales… El demonio dominante es la muerte”, escribe Cachín.

Cuando en 2007 la revista La Mariposa Mundial publicó el poemario Las cuatro estaciones, queBascopé dejó inédito en vida,Virginia Ayllón comentó: “si algo debo decir sobre este poemario es que su voluntad de palabra es una marca del deseo de silencio, prefigurado como sendero de muerte. De ahí que la genealogía de Bascopé, más que nombres (antes lo relaciona con Saenz, Bedregal y Camargo) tendrá intenciones, designios y, cómo no, iluminaciones”.

El escritor, el hombre, el político

Jaime Nistthauz, Manuel Vargas y Edgar Arandia, con quienes René creó y dirigió la revista Trasluz; Adolfo Cárdenas, Homero Carvalho y Ramón Rocha Monroy, con los que compartió noches de tertulia, y —en los dos últimos casos— militancia y exilio, dan su testimonio, en estas y otras páginas de este número especial de LetraSiete.

Le preguntamos a Adolfo Cárdenas:

—Quisiera que en tus propias palabras describas brevemente tanto al René, hombre, persona, amigo, como al René escritor, intelectual.

—Según varias opiniones, el tiempo de Bascopé fue muy corto, tanto que no le alcanzó para plantear una obra más madura, sin embargo, los escenarios que había escogido para el desarrollo de su narrativa (saenzianos obviamente) dan la pauta de que en algún momento se iba a plantear una cámara de eco de Felipe Delgado.

Su novela La tumba infecunda prefiguraría más o menos aquello, dándose sin embargo por entendido que dicha novela es un gran trabajo que se ha hecho en términos de literatura contemporánea.

En cuanto al Bascopé como ser humano y como político, era un hombre limpio y firme en sus convicciones, con una ética periodística bastante relevante; un tanto parco en torno a la charla cotidiana, lo que de alguna manera suponía una persona seria a quien, aparentemente, le gustaba más escuchar que hablar.

Y a Edgar Arandia:

—¿Qué recuerdas de René?

—Era una persona de una inteligencia excepcional, pero sobre todo, un amigo a toda prueba, valiente, solidario. Me acuerdo que durante un tiempo yo andaba muy mal económicamente y el me llamaba para que colabore en el semanario Aquí con dibujos e ilustraciones; no pagaban a nadie en el diario, pero él me daba plata de su bolsillo.

Por lo demás, pocos saben que tocaba guitarra, le salían bien las rancheras… y claro, era el más politizado del grupo de escritores y artistas. Fue militante primero del PCB y luego del PS-1, con Marcelo Quiroga Santa Cruz.

Como escritor, como todos saben, tenía un gran talento, no sólo para sus ficciones, también para diseñar, analizar y criticar estructuras narrativas y otros aspectos literarios.

Teníamos un mundo en común… ambos vivimos en conventillos y él los supo reflejar como nadie. Me acuerdo que yo le conté la historia que da argumento al cuento La pasión de Cirilo… y me lo dedicó en su primera edición.

“Cómo agarramos las ganas de pegarle un tiro al tiempo”, escribió René en una carta de despedida escrita a sus amigos más cercanos, ante la inminencia del exilio en 1980. Cuatro años más tarde, un tiro —perdido en el viento— acabó con su vida.

Anocheció más temprano de lo debido, y ahora la muerte viene a recordárnoslo.

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