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Es hora de imponer sanciones a Israel

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Jamal Zahalka

Anticipándose a las elecciones israelíes del próximo enero, se ha anunciado una fusión de entre los partidos del primer ministro, Binyamin Netanyahu y el ministro de Asuntos Exteriores, Avigdor Lieberman. Se presentarán a las elecciones en una lista conjunta, con la intención de convertirse en el mayor bloque de la Knesset [Parlamento de Israel].

Este paso se considera un logro para ambos. Netanyahu se ha visto sacudido por el reciente descenso de popularidad de su partido, el Likud, a un ritmo de escaño por semana. Más concretamente, su temor se centraba en el posible retorno de Ehud Olmert, el antiguo primer ministro israelí, como líder de una alianza opositora compuesta de Tzipi Livni, antigua ministra de Exteriores, Shaul Mofaz, líder de Kadima, y Yair Labed, una estrella política en ascenso.

El objetivo declarado de Netanyahu consiste en reunir una fuerza política de primer orden que garantizaría su reelección y aseguraría su dominio de la derecha israelí. Lieberman es el principal beneficiario de esta alianza: le garantiza poder a su partido, Yisrael Beiteinu, y siguiendo este acuerdo, Lieberman puede escoger dirigir el ministerio que desee, entre ellos el importante Ministerio de Defensa. Ganará legitimidad política y pasará de ser mero participante en una coalición de gobierno a transformarse en parte activa clave. Si en años recientes el gobierno ha sido una construcción de Netanyahu y Ehud Barak, el ministro de Defensa, el próximo gobierno será un gobierno Netanyahu-Lieberman. Lieberman puede ´presentarse asimismo para dirigir el Likud después de Netanyahu.

La alianza refleja una arremetida a la derecha, en un momento de mayor extremismo. Antes, Lieberman se encontraba muy en los márgenes. Cuando accedió al Ministerio de Transportes, dimitió un ministro del Partido Laborista, negándose a sentarse en la misma mesa que él.

Después de aquello, Lieberman se convirtió en ministro de Exteriores. Hubo muchos que creyeron que esto provocaría la ira de la comunidad internacional. Pero recibió una calurosa bienvenida en las capitales europeas. Si hace diez años hubiéramos dicho que Lieberman se convertiría en ministro de Exteriores, nos habrían acusado de ignorancia, si no de hostilidad e instigación en contra de Israel.

Entre los resultados evidentes de esta nueva coalición está el hecho de que el Likud se ha vuelto más extremista, y Lieberman más influyente y más peligroso. Hace pocos meses, Lieberman apeló al derrocamiento de Mahmud Abbas, pese al hecho de que el líder palestino ha mantenido la paz a la sombra de la ocupación, y continúa llevando a cabo negociaciones, en ausencia incluso de un socio israelí. Lieberman apeló también a sanciones económicas, políticas y de seguridad contra la Autoridad Palestina después de que ésta diera pasos diplomáticos para conseguir el reconocimiento de un Estado palestino por parte de las Naciones Unidas.    

Lieberman ha propugnado políticas hostiles a los ciudadanos árabes de Israel, que constituyen el 17% de la población. El lema de su partido es "No hay ciudadanía sin lealtad"; intenta forzar a los ciudadanos árabes a declarar su lealtad al Estado sionista como condición para la ciudadanía, incluyendo el derecho de voto y de ser miembros de la Knesset. Puesto que el peligro del racismo depende no sólo de su insensibilidad sino de su poder e influencia, esta coalición en el corazón del gobierno sugiere un brusco ascenso de los niveles de racismo y un espectacular declive de la democracia.

En la política de Lieberman resulta central el reconocimiento oficial de la anexión de  Jerusalén y los asentamientos judíos ilegales, a cambio del traslado de centros importantes de población árabe de Israel a Palestina. En conjunto, el objetivo de Lieberman estriba en convertir la ciudadanía de los árabes palestinos en condicional y temporal. En última instancia, esto podría tener como resultado un Estado puramente judío, libre de ciudadanos árabes.  

Cuando Jörg Haider y su partido de la extrema derecha entraron en el gobierno austriaco, varios países europeos impusieron sanciones. Lieberman es bastante más peligroso que Haider. Su importancia es una prueba de que el extremismo ha llegado a prevalecer en Israel. ¿Debe encontrar acomodo en Tierra Santa el tipo de política que se rechaza en Europa? 

El último gobierno y la Knesset, cuya legislatura acaba de terminar, han sido los más extremistas conocidos hasta el momento; en las inminentes elecciones, es probable que la situación cambie a peor. Por tanto, ¿qué deberíamos hacer? Creo que tratar de persuadir a Netanyahu y su gobierno de que adopten medidas políticas más moderadas es una pérdida de tiempo y esfuerzo. La única forma de garantizar el cambio será por medio de  presiones y de sanciones al gobierno israelí. La conducta política de Netanyahu muestra que solo se doblega cuando se le planta cara. Quien quiera una paz justa e impedir las guerras que acechan, quien quiera poner fin a los crímenes cometidos por la ocupación, quien quiera combatir el racismo, debe ayudar a imponer sanciones

Jamal Zahalka es diputado árabe en el Parlamento israelí y jefe del grupo parlamentario de la Asamblea Nacional Democrática.

Traducción para www.sinpermiso.info: Lucas Antón

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The Guardian, 4 de noviembre de 2012

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