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Detrás del Festival

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Durante siete días la delegación cubana vive momentos inéditos en un país diferente y dentro de una vorágine de Festival que cambia por completo sus rutinas

Leticia Martínez Hernández, enviada especial

QUITO, Ecuador.— Han llegado hasta aquí más de 300 cubanos. Los convoca a la mitad del mundo el XVIII Festival Mundial de los jóvenes en un país parecido a la Isla pero que trastoca sus rutinas porque entre el frío, la altura, la llovizna, el sol, las comidas, los tranques del tráfico y alguna que otra añoranza momentánea, tienen que adaptarse al menos por siete días para vivir a tope esta cita que junta en un mismo sitio, el Parque del Bicentenario, antiguo aeropuerto de Quito, a muchachos de todas las latitudes.

Detrás del Festival —ese espacio libre para el debate, la discusión, el consenso, la toma decisiones—, la delegación cubana vive otros momentos más íntimos, marcados por las costumbres de su país, por la disciplina del lugar donde se aloja o por las relaciones de camaradería que se forjan cuando la Patria está lejos. Y se celebran cumpleaños, se hacen matutinos, se leen las noticias, y se descarga a guitarra limpia, y se baila reguetón, y se cuelgan nuestras banderas en las ventanas, y se da el de pie al amanecer...

Acá, andamos abrigados de pies a cabeza, no por aquel invierno suave que vivimos en Cuba, donde se anuncia un frente frío y los abrigos inundan las calles por una veintena de grados Celsius. Aquí hemos llegado a sentir seis, siete grados, sumados al viento impertinente del antiguo aeropuerto, que obliga a taparnos hasta los ojos porque de verdad pica y anuncia que "ahora sí va a chillar el mono", como a más de un cubano le gusta decir.

La delegación de Cuba vive por estos días en el Retiro Espiritual de San Patricio, en la Universidad Politécnica Salesiana de Quito, un espacio que nos ha acogido como en casa pero que por su naturaleza obliga a respetar ciertas normas. Por ejemplo, no era raro en las primeras jornadas trocarnos a la hora de servir el desayuno, el almuerzo o la comida, pues es costumbre del Retiro que un miembro de la mesa se levante a buscar los alimentos, los sirva luego a todos y finalmente recoja hasta el último cubierto.

Salimos en ómnibus en las mañanas hasta la sede del evento, donde cualquier cosa "extraña", conmovedora, puede pasar. Aquí los coreanos han cantado la Guantanamera; los cubanos han montado ruedas de casino que algún griego, vietnamita, saharaui o brasileño, han querido, en vano, seguir; se han juntado muchas voces a cantarle al Che aquella canción de "tu querida presencia" con la que prácticamente nacimos y que mucha gente del mundo se sabe; en cualquier carpa se escucha a Silvio o a Orishas; las imágenes de Fidel están plasmadas en pulóveres, banderas, cintas en la frente, y emociona aquella que está a un costado del stand de la República Árabe Saharaui Democrática en la que Fidel abraza a Mohamed, el muchacho que se hizo médico en Cuba...

Cuando cae la tarde y algún aguacero decide sumarse a este frío tan desacostumbrado, regresamos al Retiro Espiritual, ese que por algunas horas se olvida de serlo, se aparta del sosiego y es testigo de la música. Con Laritza Bacallao, Tony Ávila y su grupo, Adrián Berazaín, Baby Lores, y los repentistas Aramís Padilla y Héctor Gutiérrez, terminan las jornadas de Festival en Quito; mientras algún dominó recuerda que estas noches quiteñas son, también, esencialmente cubanas.

Y es que de eso se trata, de traer a la Isla con nosotros hasta el centro del mundo, como si fueran nada los más de 2 600 kilómetros que separan a La Habana de Quito; y así, con sus luces y sus sombras, compartirla, multiplicarla, amarla...

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