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Bicentenario de la carta de Jamaica

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Letra viva, dos siglos después

Este 6 de septiembre harán 200 años que Simón Bolívar escribió la Carta de Jamaica, legado inconmensurable del pensamiento y la acción de El Libertador

Autor:Dilbert Reyes Rodríguez,

enviado especial | Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.

4 de septiembre de 2015

Bolívar define en la Carta de Jamaica a la unidad continental como factor esencial para la emancipación completa. Foto: Archivo

CARACAS.- Ni siquiera en los cortos anales del continente más joven, como es el Nuevo Mundo, será esta la primera o la última vez que en las líneas de una epístola se hable de las circunstancias pasadas, presentes y del futuro probable de Nuestra América; pero la Carta de Jamaica, legado inconmensurable del pensamiento y la acción de Simón Bolívar, exalta demasiado por tener tanto de fundación, de visión y trascendencia.

Este 6 de septiembre harán 200 años del formidable escrito de El Libertador, que aún bajo la angustia del exilio en la colonia insular inglesa y presuntamente desplazado en su optimismo por la derrota de lo que se considera el fin de la primera fase de la Independencia de la América Meridional, blinda el ánimo contra esas influencias y reserva una agudeza de análisis y claridad meridiana sobre lo acontecido y por suceder.

Por medio de una prosa cultivada en el estilo y sustentada por un amplio bagaje político, histórico y cultural de la civilización universal hasta ese entonces, Bolívar describe con detallada objetividad las condiciones que en las distintas porciones del continente emancipado del yugo español, generaron esa fragmentación que minó el sueño de construcción colectiva de la soberanía, e impusieron por la fuerza los intereses diversos de las oligarquías regionales, quienes arrastraron contra las tropas patrióticas, incluso, a grupos de las capas más explotadas y humildes.

En primer lugar, la Carta fija una posición de separación irrevocable de las tierras americanas con España, no por voluntad política del pensador, sino por las condiciones insalvables que mediaban en la relación de la Metrópoli con las colonias tras la primera parte del proceso liberador y la intención de aquella de reimponer su dominio.

Pero la realidad del momento era muy compleja, y para mediados de 1815, las circunstancias rompieron con la continuidad de la revolución independentista. En la Nueva Granada los realistas se adueñan del control, y la Segunda República venezolana cae por una sublevación de esclavos y llaneros aupados contra Bolívar, que es empujado al exilio, en un capítulo parecido al practicado contra Francisco de Miranda al final de la Primera República.

A estas alturas, instalado en Jamaica, ya él tiene claro que la derrota de la revolución independentista ante el ejército realista fue básicamente una consecuencia del conflicto de intereses entre el entramado de clases sociales que componían la sociedad colonial del continente. O sea, que la primera fase de la gesta liberadora no había sido sino una revolución política contra el absolutismo monárquico, en la cual las capas superiores lucharon por sus derechos políticos en una especie de monarquía constitucional, las clases medias por los suyos en una república independiente, y las castas explotadas solo por mejorar sus vidas y ser tomados en cuenta.

Ya pronto se verían cómo los efectos de la restauración de Fernando VII, la anulación de la Constitución de Cádiz y la contraofensiva sanguinaria del general Pablo Morrillo en Venezuela y Nueva Granada, pasarían sin distinguir privilegios sobre los intereses de todas las clases, y entonces los convocarían a la unidad que consolida la independencia de España en su segunda fase, entre 1818 y 1825.

En el debate sobre la conveniencia de los regímenes que han de imperar en las naciones de América, Bolívar establece la posibilidad, en unas de la monarquía, y en otras de la república; pero insistió en que por naturaleza y principios habrían de ser, en cualquier caso “liberales y justos”, basados en el equilibrio de los poderes públicos.

Habría participación, pero bajo una conducción ilustrada que garantizara el gobierno sobre la base de los más avanzados pensamientos, y es en este acápite donde apela a las formas y asistencia del modelo británico. Devoto, como era, de los postulados de Montesquieu, se remite a su sentencia: “Es más difícil sacar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre.”

Sin embargo, lo más descollante planteado por Bolívar, y que coloca a la Carta de Jamaica como documento adelantado, premonitorio, y si se quiere, con carácter de proclama, es el reconocimiento expreso de la unidad continental como factor esencial para la emancipación completa y la articulación de su defensa posterior.

Con la próxima campaña militar empezaría a constatarse la certeza de las reflexiones bolivarianas en cuanto a la unidad continental, aunque no deberá caerse en el equívoco de que la propuesta de la Carta sea un llamado a la constitución de la América Meridional como un único estado nacional. Bolívar pone en alta estima ese objetivo, pero solo alcanza a describirlo como deseable, ideal, porque en las condiciones de entonces y del futuro inmediato sería imposible de realizar. Ubicados objetivamente en el contexto político real de la época, y atendiendo a lo que expresa bien la Carta, Bolívar eleva una propuesta de alianza, de confederación de varias repúblicas (15 o 17 estados independientes entre sí) que formarían una especie de bloque en pos de la fuerza política, económica, militar de la región, como la que convocara una década después en el Congreso de Panamá, saboteado al final.

Otras evidencias hay de la luz larga con que Bolívar vio por encima, y mucho más allá de la realidad de entonces: entre ellas el papel que en la dinámica mundial del comercio podría jugar el istmo panameño, la participación de las clases explotadas, la necesidad de una política pensada contra la esclavitud, así como el carácter y los modos de las revoluciones que sucederían en cada porción del continente.

No obstante, nadie, a estas alturas de la historia, dudaría de que en el concepto de unidad esté la más encumbrada visión de los postulados expresados en su Carta de Jamaica. No importa que haya sido saboteada cuando intentó practicarla. En definitiva, así pasó periódicamente, de aquellos días acá, en cada esfuerzo de integración regional. Hoy mismo, en nuestro continente, nada hay más amenazado por los Estados Unidos (del que pronto Bolívar comprendería su carácter hegemónico imperial y advertiría) y por las oligarquías regionales de antaño, que la conjunción magnífica de las naciones de la América del Sur. Ahí permanecen, bregando contra los mares secesionistas y desestabilizadores, esos mecanismos de integración en desarrollo tan fuertes y efectivos como Celac, Alba, Unasur o Mercosur. La anunciación legendaria de la Carta de Jamaica, 200 años después, no es letra muerta.

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