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Partió para quedarse

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Partió para quedarse

Alfonso Gumucio Dagron*

sábado, 11 de julio de 2020

Hay quienes son injustamente olvidados cuando fallecen, pero hay los que parten y se quedan. Los recordamos todo el tiempo, no solo en los aniversarios de natalicio o fallecimiento, los tenemos presentes en la vida cotidiana porque nos han enriquecido en el largo recorrer de la amistad. A esta categoría pertenece Luis Ramiro Beltrán, que partió hace cinco años para quedarse. 

Luis Ramiro está presente en las conversaciones de quienes trabajamos en el campo de la comunicación en América Latina, pero también en una red mucho más amplia, donde se tejen sus ideas pioneras con sus picardías de niño y sus actos de nobleza y generosidad.

La “vieja guardia” de gente como Luis Ramiro atravesó la vida armada de valor pero sobre todo de valores y principios de ética, honestidad y solidaridad. Cada vez son menos y cada vez son más los que hacen del más descarado oportunismo su bandera, acomodándose sin escrúpulos no solo en la política, sino también en la academia e incluso en las relaciones sociales más básicas.  Aunque la palabra pueda sonar anticuada, Luis Ramiro era un “caballero”. Es decir, un caballero andante como don Quijote, un hombre armado de ideales como coraza. Y ese tipo de caballeros, con o sin Rocinante, dejan su ejemplo de vida: una totalidad que no se fragmenta porque es compacta, hecha de nobles materiales.

Han pasado cinco años desde el 11 de julio en que falleció. Estuvimos con su esposa Nohorita Olaya y con Karina Herrera hasta la noche y lo dejamos en su cama del hospital Arco Iris confiados en que lo veríamos al día siguiente, como todos los días anteriores. Nos despidió con una mirada chiquita que probablemente quería decir muchas cosas y no supimos leerla. Fuimos los últimos en verlo con vida. Esa madrugada Nohorita recibió la llamada que nunca hubiera querido recibir. 

Es un privilegio decir que Luis Ramiro me honró con su amistad durante varias décadas, y también fue mi mentor y maestro. Desde su puesto como asesor regional de la Unesco para América Latina, en 1985 apoyó con un primer financiamiento, pequeño pero fértil, al Centro de Integración de Medios de Comunicación Alternativa (CIMCA), una ONG que fundé al regresar del exilio en México. Con un puñado de dólares que nos dio Unesco organizamos en Potosí (donde tenía que ser) el Primer Simposio Internacional sobre las Radios Mineras, del cual salió el primer libro sobre ese tema, que coordiné con Lupe Cajías. 

Muchas veces compartimos encuentros académicos para los que se preparaba con un esmero obsesivo compulsivo. Para él, escribir una ponencia magistral de una hora o tres páginas de un prólogo o una presentación de cinco minutos, era un asunto de tanta seriedad que le provocaba úlceras. Perfeccionista, se creía en la obligación de leer toda la bibliografía existente y solía empezar con meses de anticipación. Después de un congreso en La Habana, donde presentó La comunicación antes de Colón, volamos a México para presentar allá en simultáneo su libro y mi Antología de comunicación para el cambio social.

Cuando tuve la oportunidad de hacerlo, como director del Consorcio de Comunicación para el Cambio Social, lo invité a una reunión a puerta cerrada en Bellagio (Italia), a orillas del lago Como, donde durante cinco días alternó con algunos de los más importantes pensadores de la comunicación para el desarrollo del mundo. Fue la culminación de varias reuniones anuales donde además de Luis Ramiro pudimos contar en años diferentes (de 1997 a 2004) con Everett Rogers (su maestro y amigo), Jan Servaes, Daniel Prieto Castillo, Rosa María Alfaro, Robert White, Juan Díaz Bordenave, Colin Fraser, John Downing, Alfred Opubor, por no citar sino algunos especialistas de nivel internacional. 

Veinte años más tarde yo transitaba los caminos que él había abierto con sus propuestas pioneras sobre políticas nacionales de comunicación y comunicación horizontal, entre otras. En mis viajes pisaba sus huellas: colegas y estudiantes que lo habían leído en todo el mundo me preguntaban por él con admiración. Cuando yo le anunciaba que regresaba a Bolivia por unos días, me decía: ¿a quién quieres que invite a la casa? Y así podía ver yo a sus amigos que eran también los míos, con quienes celebrábamos todos sus cumpleaños con algarabía. 

Su sola presencia era un visto bueno para cualquier actividad académica. Así fue cuando organizamos con algunos colegas el Primer Coloquio de Políticas y Legislación para la Radio Local en América Latina, o cuando en la UMSA impulsamos la Cátedra IPICOM, para traer sin costo para la universidad a colegas internacionales como Manuel Chaparro, Omar Rincón, Paco Sierra, Juan Ramos Martín, Jorge González, entre otros. 

Hasta el final de sus días fue un hombre generoso y desprendido. Yo le decía: “Eres una chica fácil”. Porque era incapaz de decir no a los pedidos que recibía de prólogos, presentaciones y ponencias. 

@AlfonsoGumucio

*Es escritor y cineasta.

(Publicado en el periódico Página Siete el 11 de julio de 2020)

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