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La transición y la Agenda del 21F

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 tribuna

 MOVIMIENTO AL SOCIALISMO

No está claro cuándo el proceso de cambio pisoteó todas sus banderas: la de izquierda, indígena, medioambiental y la anticorrupción.

domingo, 17 de febrero de 2019 · 00:00

Ricardo Aguilar, periodista

Es difícil precisar el momento en que el Gobierno se sumió en una chatura espiritual que terminó por envolver todas sus acciones, ¿cuál fue el momento de su primera traición, cuál su primera rapiña, cuándo ofreció espejitos electorales por vez primera?

Las banderas de la Agenda de Octubre, luego de haber sido izadas a media asta (en el mejor de los casos), fueron replegadas, sacudidas, dobladas y archivadas en un guardarropa construido en Orinoca con 50 millones de bolivianos. De ese ropero emana el vaho omnipresente de su falta de estatura.

Luego de una serie de reformas, el empuje mítico de la Agenda de Octubre terminó por engrosar al Gobierno (no al Estado): “queremos un Estado fuerte”, decían, pero querían decir “Gobierno fuerte”. Y el Ejecutivo creció y creció, engordado por la ingesta de todo el resto de los Órganos del Estado, para luego digerirlos y expelerlos como Órganos del Gobierno del MAS. 

La inmediata deglución de las competencias subnacionales terminó de cebar a un Ejecutivo que de ese modo dejaba raquítico al Estado. Así, otra de las insignias de la nueva constitucionalidad, las autonomías, fue catalogada y guardada en el museo de Orinoca.

No se sabe en qué instante el MAS se negó a hacer realidad los avances de la nueva constitucionalidad. No se sabe cuál es el “momento mágico” en que el proceso de cambio pisoteó todas sus banderas (la de ser de izquierda, la indígena, la medioambiental y la anticorrupción, por mencionar sólo sus capitulaciones más traumáticas). 

No se sabe en qué trance terminó por ser la encarnación de lo grotesco, dicho en su sentido estético: es decir un cuerpo donde conviven los opuestos irreconciliables, un lugar donde anida la disimilitud (por ejemplo, una anciana embarazada).

Desde hace no se sabe cuándo, usted puede observar la imagen del grotesco gubernamental en la cotidianidad del tiempo de las “cosas pequeñas” en que habita el proceso de cambio. Esa visión aparece en la desproporción entre la hinchazón mórbida del Ejecutivo y las bagatelas electorales que ofrece. 

Esta asimetría se ve en sucesos que se han señalado con vergüenza hasta el cansancio, pero se las enumera ahora rápidamente: Evo entrega canchas (hospitales, las llama), Evo entrega tinglados (escuelas, dice), Evo realiza el Dakar (cultura, asegura), Evo entrega “primeras fases” o escenografías de proyectos para sacarse alegres fotografías. El gasto que se hace en la propaganda de la entrega de una cancha, más los viáticos de la comitiva, más la borrachera prebendal, etcétera, etcétera, excede con creces el costo de la cancha inaugurada. (S. Almaraz)

Cuando la propaganda que se hace, digamos, de las políticas de salud es más onerosa que la salud de los bolivianos es que ha llegado (fanfarrias…) el tiempo de las “cosas pequeñas”. 

¿Cuándo es que esta anomalía estética terminó por ser la regla del proyecto del MAS? ¿Fue quizá cuando decidió capitular los avances de la CPE de 2009 en favor de un proyecto de país que tiene como único y solitario horizonte reelegirse y nada, nada, más?

“La historia sería simple si los avances y retrocesos respondieran exclusivamente al juego alternativo de gobiernos revolucionarios y contrarrevolucionarios. La revolución desde el Gobierno también puede capitular con retrocesos lentos, a veces imperceptibles. Una pulgada basta para separar un campo del otro.  Se puede ceder en esto o aquello, pero un punto lo cambia todo; a partir de él la revolución estará perdida. Por esto suena falsa la proclamación de la irreversibilidad de la historia cuando se confunde la totalidad del proceso con una de sus áreas particulares”, escribió Sergio Almaraz en Réquiem para una república (1969).

Si bien es claro que hay aspectos irreversibles (jamás se volverá al neoliberalismo de los 90, y menos a tiempos del pre 52), también es nítido que el proceso de cambio traspasó el punto de la capitulación sin retorno hace mucho tiempo. ¿Fue en el TIPNIS?, ¿poco antes?, ¿poco después?, ¿fue acaso cuando el rodillazo en los testículos? Es difícil de precisar.

Lo que sí es por demás sabido es que el 21F los bolivianos no votábamos sobre la reelección indefinida, sino sobre si debíamos embalsamar con formol al cadáver del proceso de cambio, pues la fase de transición había comenzado antes, suscitada por los propios retrocesos del MAS.

La voluntad popular dijo NO, no le pongamos más formol; pero por una reacción del mismo fermento, el Órgano de Gobierno movió cielo y tierra para desobedecer la decisión y ungir el cuerpo de absurdos bálsamos que, sin embargo, no pueden modificar su estado inerte, pues la transición avanzaba ya.

La transición germinó antes del 21F, pero la defensa de esa votación es el momento fundacional del tránsito, de ahí sale su empuje y de ahí tomará forma el nuevo paradigma que las fuerzas opositoras tendrán que convertir en un relato del que se desprenda la Agenda del 21F. Dicha agenda tendrá que recoger no sólo las banderas archivadas en el museo de Orinoca (como aquellas de respeto a los derechos de los pueblos indígenas, el cuidado del medio ambiente y la incorruptibilidad), sino también imaginar nuevas luchas democráticas, banderas que en el contexto de hoy parecen mundos imposibles, pero no lo son.

Al MAS, mientras tanto, le sucederá lo que al MNR luego de que replegó los ideales de abril: convertirse en un partido tradicional que jamás tendrá lo que un día tuvo; pugnará rutinariamente en las distintas elecciones, celebrando mayorías simples o lamentando derrotas, pero el proyecto del proceso de cambio no podrá blandir otra vez la bandera de la reforma, de la ruptura para bien.

El nuevo paradigma también tendrá que redefinir lo que entendemos por política o, más bien, volver a su sentido primigenio; es decir la política entendida como un aprender a vivir juntos, cosa a la que el MAS se ha opuesto tanto. 

Lo que no supo ver el proceso de cambio es que al negar que la política pueda ser ese aprendizaje de convivencia, resignaba la épica que le dio origen, épica de la que hoy queda sólo la sombra del reflejo de su chatura frente a un espejo.

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