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Subvertir la resignación y el silencio

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Roger Cortez Hurtado

Al mezclarse fugazmente lo electoral con el maltrato y violencia que acosa a las bolivianas, la atención general se ha detenido momentáneamente sobre esa realidad. Lo suficiente en cualquier caso, para enterarnos que las tendencias evolucionan con notoria negatividad y que estamos entre los que encabezan los rankings de palizas, humillaciones y asesinatos de mujeres. Queda desmentido el supuesto de que las cifras han aumentado porque los casos se difunden más rápida y ampliamente y que podamos concebir la esperanza respecto a que la cínica utilización del tema entre los partidos, pueda considerarse como anuncio de que la falta de reglamentos, personal calificado, diligencia, oportunidad, eficiencia y calidez con que se reciben las denuncias ahora, vaya a modificarse pronto y consistentemente.

El problema es, así, un fardo más que pesa sobre la espalda de la sociedad, que es (o debería ser) la primera y mayor interesada en que la situación cambie. El estado tiene una responsabilidad enorme e ineludible, cuyo cumplimiento no debe dejar de reclamarse, pero el empujón que lleva a las mujeres a tolerar todo tipo de abusos se inicia en la familia, el vecindario y la escuela.

El primer paso de esa vil ruta se inicia con el uso del miedo en las relaciones de la familia; no hablo del mecanismo de defensa que sirve para prevenir que no nos expongamos a riesgos innecesarios o excesivos; se trata del temor, primero, y el pavor después, ante la violencia ejercida por los progenitores y/o en general los mayores. De la parálisis y la incapacidad de reaccionar que se induce con gritos, amenazas, golpes y agresiones contra la víctima y sus hermanas o hermanos y su madre. Este espanto colectivo que provocan los verdugos “queridos” suele lubricarse con la carga ideológica que suelen inocular madres, parientes, docentes, pastores y parientes al afirmar que no hay otra cosa que hacer, excepto aguantar y resignarse.

Por ello, el enfrentamiento y la erradicación del maltrato contra las mujeres es inseparable de la supresión de la violencia contra los menores.

De allí nace la responsabilidad colectiva de enfrentar y extirpar los usos y costumbres que inducen a aceptar el miedo como recurso de socialización. Nuestras niñas, niños y mujeres deben ser impulsados a no callar –a gritar, quejarse, armar escándalo- como primera forma de resistencia contra el acostumbramiento al uso del pánico como mecanismo y arma de dominación y nosotros a responder inmediatamente, sin vacilaciones, ante cualquier señal de alarma, sin temor a invadir, a “meternos donde no nos llaman”….porque nos están llamando.

Esa es la forma de inmunizarnos contra la sumisión, o sea, la aceptación automática, refleja y ritual de la voluntad del que oprime, cualquiera que sea su título y jerarquía. La sumisión normaliza estas aberrantes relaciones y abre la puerta para que, en un determinado momento, se pueda, más que aceptar la imposición, agradecerla o reconocerla como legítima y necesaria. Lo que nos ocurre en la esfera personal, íntima, familiar se irradia a lo público, a las relaciones entre personas y de ellas con lo público y lo estatal. Es así como preparamos a nuestros hijos para que toleren abusos de sus maestros, de sus instructores militares, de los sacerdotes, de los empleadores, de los funcionarios, de los gobernantes, de cualquiera que, con el aplomo suficiente, actúe comol nuestro dueño y patrón.

La lucha contra la violencia ejercida contra mujeres e infantes debe elevarse al rango de política de estado y, más relevante aún, al de un acuerdo estratégico de la sociedad, expresado en voto de las parejas, del juramento profesional de maestros, médicos, pastores y de muchas otras especialidades. Necesita ser tan ambicioso, tan grande, tan constante, tan ineludible, porque los terrores y pesadillas de nuestros niños, niñas y mujeres, los maltratos que reciben y el creciente riesgo de morir prematuramente, limita y condiciona la libertad de todos, encadena nuestro futuro, asfixia nuestra autonomía, ahoga nuestra creatividad y nuestros sueños, individuales y colectivos.

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