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Discurso del presidente de Uruguay, José Mujica, en plenaria de la Cumbre G77

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Presidente de Uruguay, José Mujica, sesión plenaria de la Cumbre Extraordinaria de jefes de estado y de gobierno del G77+China “Por un nuevo orden económico mundial para vivir bien”, en el salón Tiwanaku de la Fexpocruz

(Santa Cruz-Bolivia)

José Mujica

Gracias, querido hermano Evo, lo primero, agradecer a Santa Cruz, a su pueblo, a ti, a Bolivia, por el calor y la oportunidad que nos brinda.

Segundo, saludar con mucha memoria, a lo largo de largas décadas, a todos los amigos que están aquí representando pedazos grandes o chicos de nuestra civilización, de nuestra humanidad.

En realidad, nos toca vivir una época donde el desarrollo industrial ha creado una civilización paradojal, nos regala 40 años de vida más en los últimos 100 y pocos años en términos promedio, y eso hay que saludarlo y agradecerlo; pero al mismo tiempo, y por eso digo paradojal, los 50 años de vida de este conjunto humano representativo de las sociedades subdesarrolladas del mundo, ha visto pasar muchas cosas, ha visto la construcción de formidables utopías por un mundo mejor, ha contemplado injuriosas guerras provocadas…

Por eso es un tiempo paradojal, porque nunca el hombre tuvo tantos medios, nunca los hombres tuvieron tantas herramientas y, a la vez, nunca los hombres han tenido tanto peligro de socavar la propia vida del planeta, por su codicia, por su irresponsabilidad; porque no me voy a detener, acá lo que menos sobra es tiempo, se han dicho muchísimas cosas que comparto; pero más que nada quiero sumar también una forma de pensar.

Todos conocemos la prepotencia financiera, el neocolonialismo, las políticas de agresión más o menos encubierta; todos conocemos el saqueo que significa desventajas en los mecanismos de intercambio, la existencia de un padrón monetario imposible de definir. Todos conocemos eso; pero por encima del poder de los ejércitos, de la ventaja tecnológica, por encima de todo ello se ha generado una cultura subliminal que camina a paso raudo por todo el planeta, y que tiende a colonizar nuestros corazones, nuestra mente, mucho más poderoso que el poder material, ese conjunto de valores que proceden en una vida, porque es obvio que este grupo humano lucha por el desarrollo.

Pero ¿cuál es el desarrollo que anhelamos? ¿El mismo que ha creado occidente industrial, u otro desarrollo? ¿Son los mismos valores? ¿Es la misma cultura? Porque si es lo mismo el zorro va adentro de nosotros, y la trampa está tendida, porque nuestras formas de vida apenas mejoramos tienden a copiar las formas de vida que ha generado ese occidente industrial: nuestros hoteles son iguales, nuestros autos son iguales, nuestra opulencia aparentemente es igual en sociedades que tienen otras necesidades. Es que esta civilización tiende una trampa que considera que el reconocimiento, el honor tiene que estar vestido de una cantidad de derroches materiales que en definitiva nos terminan separando de la esencia de nuestros pueblos, porque las repúblicas vinieron al mundo para decir que los hombres somos iguales y fundamentalmente iguales a la mayoría en su forma de ser y en su forma de vivir. Esa cultura la tenemos impuesta en casa, la tenemos impuesta en cada uno de nuestros hogares, en todos los medios de comunicación, y eso es más peligroso, muchísimo más peligroso que la fuerza material, porque en definitiva tendemos a reproducir nuestra forma de vivir en la forma que terminamos pensando.

He visto hombres universitarios en masa, de una enorme calificación, calificación posible por el esfuerzo tributario que han hecho los pueblos, y los he visto cerrarse a la banda a sus intereses materiales en problemas de salud, en una forma inconmensurable, razonando como mercaderes frente a la salud humana, y eso está en todas nuestras sociedades.

Me quedé pensando mucho, hermano Evo, en tu forma de discurso y de decir, y traes algo ancestral de los pueblos indígenas; pero lo ancestral es lo eterno, el amor a la vida, el amor a la vida que no puede estar separado de la sobriedad de vivir, de la sencillez, de la fraternidad, de la solidaridad elemental.

Pero si me educo y nos formamos en una cultura, en la cultura del despilfarro necesario para que el capitalismo siga acumulando, porque si no mete una cultura de despilfarro pierde la fuente esencial de la acumulación, si seguimos en esa trampa, es posible que logremos desarrollo material, pero no lograremos desarrollo humano.

Otra humanidad es posible a partir de otros valores. Este enfrentamiento va mucho más allá de la fuerza material. ¿Por qué? Porque tenemos más de 50 años de balconear la historia, hemos visto construir hermosas utopías, los mejores sueños, y hemos visto que el peso sordo de la mercadería y las aduanas termina destrozando los sueños de solidaridad que los hombres podemos construir.

Y tenemos que darnos cuenta que hay un frente, el frente cultural, que no alcanza con todos los frentes materiales si la batalla no se da en el terreno de la cultura, y en el terreno de la cultura hay que sembrar ejemplo, y los ejemplos deben de corresponder fundamentalmente a los hombres que gobiernan.

Y no están los gobiernos de nuestras repúblicas para hacer plata o consumir plata, o para acumular riqueza, se está para luchar sencillamente en el sentido más profundo de conmover las mejores fuerzas de nuestros pueblos.

Pero esto es tramposo porque nos tienden la mesa, nos invitan a coparticipar con un espíritu espléndido y abierto, y somos buenos, somos hasta potables, y hasta nuestras rebeldías pueden servir para decorar el museo de las buenas intenciones.

Yo vi el mundo de los hippies, casi revolucionarios, harapientos, mugrientos, felices, llenos de amor tocando su música; en poco tiempo se transformaron en unas revistas capitalistas que se vendían en masa, hubo gente que se dedicó a estropear pantalones porque había que tener pinta de hippie, se transformó en una moda y se transformó en un estupendo negocio, como se ha transformado tanta cosa.

Y entonces me parece que hay que dejar un capítulo para la lucha cultural, que está mucho más cerca de los pueblos indígenas que de los pueblos contemporáneos. Si hay una reserva de la humanidad, está en lo más hondo de la historia, porque el hombre por necesidad biológica es un bicho fraternal en el sentido que precisa de la familia para poder enfrentar las dificultades del mundo, y cuando digo la familia me refiero a la familia en el sentido gentilicio, en el sentido tribal. El hombre en soledad no puede vivir, esa fraternidad se perdió a lo largo de la historia en la medida en la que fuimos construyendo civilización y recortamos al individuo.

No es que el individuo no tenga importancia, nada hay más importante que la vida. No sobra el tiempo, y sé que estoy diciendo cosas muy polémicas; pero yo invito a pensar, porque esta causa es muy vieja, esto arrancó en una coyuntura del mundo con una división oriente y occidente y cosas que pasaban en este mundo. Vimos desaparecer a Tito, Nasser, a Neru, vimos sucumbir a la Unión Soviética, vimos el largo cerco que le hicieron a Cuba revolucionaria, vimos la esperanza levantada, y aquí estamos, amontonando canas, callos y dolores, pero que tenemos que transmitirle a las generaciones que van a venir, que esta pelea es mucho más profunda que una cuestión de desarrollo, porque no es el desarrollo de ellos, es un cambio civilizatorio, no podemos renunciar ni a la ciencia ni a la tecnología, ni al deseo ni a la necesidad de que nuestros pueblos vivan mucho mejor, ¡eso es obvio! Pero no podemos seguir dándole manija a la civilización del despilfarro cuando se está agrediendo nada más ni nada menos que la vida del planeta.

Por eso creo que la batalla cultural en el seno de las discusiones de nuestras juventudes universitarias, nuestra forma de vivir, ¡todo hay que ponerlo arriba de la mesa!, como lo hacían las viejas religiones, la religión de la vida, la de nuestro tiempo que se siente hackeada, y sé que esto no es simple. Es más fácil cambiar relaciones de propiedad, que cambiar relaciones culturales; pero si no cambia la cultura, no cambia nada. Gracias.

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