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Deschapando un poco a René

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Memorias

Jaime Nisttahuz

Jueves, 24 de julio de 2014

A la memoria del hermano en la

comprensión de la incomprensión

(J.N.)

No fue un amigo de infancia. Ambos ya escribíamos al conocernos.

Él tenía más formación política que yo. Aunque todos somos más o menos animales políticos, en mi caso, más escéptico y anárquico. Y es que los libros sobre política no son agradables, son tediosos y plagados de muletillas y lugares comunes. Carecen de pensamiento y abundan en sociologías.

Felizmente, con René nunca nos agobiamos en discusiones de política. Preferíamos hablar de libros y mujeres. Ahorramos camino comprendiendo que más del 50% de libros están pésimamente escritos, y que en cada mujer hay un mundo por descubrir.

Daba la talla de humanista. Recuerdo que cuando el amigo Isaac Sandóval lo llamó periodista, porque dirigía el semanario Aquí, René le aclaró que él era escritor y que hacía opinión, no periodismo.

Compartíamos la idea de que el fútbol es el deporte favorito de los mongólicos, y que eso de pasión de multitudes no es más que fabricación de dirigentes y cronistas deportivos, que así medran y hacen sus negocios. Por eso estamos como estamos futbolísticamente. Y no estoy propiciando mayor desempleo.

René tenía vocación de maestro y orientador. Su inconformismo lo llevaba al donjuanismo. Y nada discriminativo: morochas, rubias, plebeyas, riquillas… Y como el amigo era encachado, ellas le aflojaban.

Me demostró su preocupación por las palabras, cuando discutimos en su casa sobre si era mezquinidad o mezquindad. Le pedí el diccionario. No tenía. ¿Por qué? Es que un escritor… Claro, los escritores tenemos el lenguaje en el bolsillo.

La siguiente vez que fui a su casa me miraba desde la mesa un diccionario Larousse, ya hurgueteado y garabateado por sus hijos.

Jamás lo vi violentarse. Puedo creer que a ratos quería que yo hiciera el trabajo sucio, como cuando me pidió que lo acompañara donde su hermana, a quien tenía amedrentada el marido. Íbamos con ganas de romperle. Afortunadamente, el hombrecito había adivinado y había huido.

Recuperándose en la clínica del balazo que acabó con su vida, me dijo, con su estilo elusivo, que cuando estuviera mejor me contaría el affaire. Dicen que el odio como el amor son inmortales. Benditos los santos.

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