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Marcos Campero Marañón, un héroe que nunca quiso ser

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De sábado a sábado 317

Marcos Campero Marañón, un héroe que nunca quiso ser

Remberto Cárdenas Morales

A Marcos Campero Marañón empecé a conocer en Cochabamba los primeros meses de la dictadura de Banzer. Allí me visitaba en la casa de familiares míos, mi primer refugio durante el largo período de la resistencia antifascista del que participamos miles de bolivianos y bolivianas.

Marcos fue uno de los precursores de esa resistencia entre los jóvenes comunistas cochabambinos y bolivianos. Era la hora en la cual apenas comenzaba la reorganización de la Juventud Comunista en nuestro país (quedó maltrecha como consecuencia del golpe banzerista de agosto de 1971). En aquellos meses, todo cuanto pude conocer de los camaradas fue porque Marcos me refería una vez por semana o al menos cada 15 días.

A esas citas llegaba y partía en bicicleta, un medio de transporte que los cochabambinos y en particular los jóvenes usaban mucho más que ahora. Marcos, en su llajta pasaba desapercibido, así como nunca llamaron la atención de tíos y primos míos aquellas visitas, siempre esperadas y fraternas, porque mediaba una vieja amistad entre el tío político que me cobijaba y el papá de Marcos. Ambos, un prolongado tiempo, alentaron y dirigieron el boxeo en la capital del valle.

Fue Marcos el que desafió las amenazas del ministro del Interior de Banzer, Andrés Selich Chop, quien dijo en una conferencia de prensa y en tierra valluna que «los militares demostraron ser mejores que los guerrilleros» comandados por el Che, a los que «derrotaron», y que por orden suya se iba a «peinar» la ciudad para capturar a los «extremistas» que se camuflaban con lentes neutros, melena y barba. Peinar la ciudad, en jerga militar, es registrar las casas para descubrir a los activistas de la resistencia a la dictadura (que sólo daba sus primeros pasos) o de los dirigentes sindicales y políticos que residían, quizá temporalmente, en Cochabamba.

En todos los encuentros que tuvimos, Marcos me transmitía valor, mucho valor para emprender la resistencia, cuyos alcances y riesgos apenas advertíamos en parte.

Entonces, con él, aprendimos a conversar lo imprescindible, así como entendimos que los secretos (difíciles de guardar), especialmente ante los agentes de la represión, eran una de nuestras obligaciones ineludibles. Tratamos de cambiar o al menos variar nuestra identidad.

Saludos de los compañeros y libros para leer fueron los mejores presentes de Marcos durante mi estancia en Cochabamba. Conservo una biografía de Simón Bolívar de autor soviético y editada por los comunistas cochabambinos que me entregó aquel entrañable compañero en uno de nuestros encuentros clandestinos, siempre fraternos, que nos ayudaron a reforzar nuestras convicciones antifascistas.

Torturado y lisiado

Nunca me pude enterar de los detalles, acaso por discreción o más bien porque me resultó imposible preguntar, sobre las sesiones de tortura de la policía banzerista que lesionó, desapareció y/o asesinó a presos políticos.

Marcos Campero M. fue una de las víctimas de aquella dictadura sin que haya visto un proceso para sancionar a sus represores.

Recuerdo con claridad la preocupación que sentí innumerables días y noches cuando se interrumpieron las visitas de aquel camarada (el camarada es más que un hermano, de acuerdo con Pablo Neruda, la que los militantes sentimos de manera auténtica cuando somos de verdad).

Después de un año de los hechos supe que Marcos fue apresado por la policía política banzerista, resultado de una delación, y que enfrentó una tortura salvaje que le seccionó la médula espinal y por la que acabó en una silla de ruedas.

La militancia en la Juventud Comunista me llevó a un reencuentro con Marcos, en varios hospitales moscovitas.

De ese período conservo en la memoria la entereza de Marcos en todo tratamiento médico que le practicaron. Hacía gimnasia, más intensa y más prolongada de la que le aconsejaban los médicos. Estudiaba ruso y practicaba ese idioma los momentos a su alcance. Leía incesante y con avidez para conocer ese otro mundo socialista con el que tanto soñamos y por cuya causa Marcos vivía lesionado. Lo sentía un héroe de primera línea, concepto que nuestro camarada y amigo nunca quiso asumir.

Noté que los remedios durante tantos días y en importante cantidad le ocasionaban una saturación explicable. Conocimos asimismo los momentos de angustia que sufría y que quienes nos encontrábamos cerca de él tratábamos de entender.

Cabe añadir que es fácil que los enfermos que viven largo tiempo en hospitales y también muchos que pasan semanas o días en esos sanatorios acaben enamorados de alguna enfermera o de una médica. Eso le ocurrió a Marcos, quien nos hizo más de una confidencia que confirmaba sospechas debido a detalles delatores que se observan en los enamorados de todo momento y lugar.

Aquella estadía fue dura. Sin embargo, jamás nos sentimos derrotados ante adversidades que nos resultaban desgarradoras, como cuando éramos testigos de alguna de sus caídas cuando intentaba caminar auxiliado por unas prótesis que, seguro, le resultaban pesadas física y psicológicamente.

Pero, otra vez era Marcos el que nos repartía fuerza para seguir una marcha por un camino que sentíamos que abríamos al andar. (Luego vino el apoyo del poeta español para continuar por tramos de veras complejos: «Caminante no hay camino, se hace camino al andar». Después acoplamos la música del cantautor catalán).

En aquellos días ratificamos con nuestro héroe, con palabras y la mayoría de las veces sin ellas, que debíamos apurar el retorno al país para sumarnos a la resistencia antifascista, esa resistencia que entre los jóvenes comunistas, los de otras militancias y los sin militancia, tenía en Marcos a uno de sus precursores.

Formación política

Con él, cerca de un año, compartimos la residencia y, sobre todo, éxitos y reveses. Aunque no fuimos compañeros de curso, pasábamos juntos lo que caprichosamente denomino recreos. En estos recreos y en otras estancias: pasillos, lugares de estar, comedores, dormitorios, bibliotecas, salas de cine y conferencias, creo que conseguimos hermanarnos con Marcos y otros tres militantes de la Juventud Comunista: una cochabambina y dos potosinos.

Marcos había galvanizado su voluntad de acero (y éstas no son meras palabras): se negaba a que le lavemos su ropa, tampoco aceptaba que le llevemos comida a su «cuartira» (cuarto de una residencia estudiantil) y, a veces, prescindía de nosotros para emprender su aseo personal o el uso del baño. Él quería ser, y nos demostró que podía ser, independiente en el momento de realizar un sinfín de actividades domésticas y otras.

Este comportamiento estaba muy distante de ser una impostura. Mucho de aquello realizaba solo. Cuando se sentía cansado aceptaba nuestra ayuda, especialmente la de uno de los potosinos con el que cultivaron relaciones del todo fraternales.

Llegó una celebración importante para Marcos y en nombre de todos los militantes de la JCB me animé a escribir una nota-dedicatoria, a manera de explicación, en una página de un libro cubano que decidimos regalarle.

Transcribo ese texto:

«Querido Marcos

Estimo que tú ya ingresaste a ese lugar poco accesible de quienes pueden decirlo todo en el lenguaje bello.

Todo indica que tus musas nacieron vivas y vigorosas. No cabe duda (de) que esa arma demoledora que tú manejas servirá para ti, para que nuestro Partido enfrente también en ese frente al enemigo de clase.

Fraternalmente,

Rafael

M-7-VII-73"

Verbalmente añadí que, para nosotros militantes de la Jota, él era un héroe viviente.

Al día siguiente, después de explicarnos que meditó detenidamente, me devolvió el libro, y no por su contenido, sino debido a esa nota. Él no se sentía ni poeta ni héroe y le pareció nada ético quedarse con el regalo y con aquella leyenda que sólo trataba de transmitir lo que muchos militantes de la JCB sentíamos y pensábamos respecto de Marcos Campero.

Este libro, junto con esta nota, entrego a la mamá, hermanos y sobrinos de Marcos. Queda en buenas manos.

Nunca supe si escribió más poemas aparte de los que leí, de su autoría, en los años 70, los que formaban más de un libro.

Actividad académica

En una reunión de carreras de Comunicación de las universidades públicas (incluida la Universidad Católica Boliviana), realizada en Oruro, delegados docentes y estudiantes explicaron en las sesiones de aquellas jornadas académicas las gestiones de Marcos, en ese momento director del Departamento de Comunicación Social dependiente de la carrera de Sociología de la Universidad Mayor de San Simón, para que esta unidad académica se transforme en una carrera o facultad.

Me alegró saber que Marcos aportaba ideas y propuestas para consolidar aquel Departamento de Comunicación y, específicamente, apoyaba a los docentes y estudiantes autonomistas que buscaban, con diversas acciones, organizar una carrera de Comunicación, pública y autónoma.

El licenciado Marcos Campero también «aporta dinero» para que el Departamento de Comunicación se transforme en una carrera, dijo un estudiante en aquella reunión académica.

Estos últimos datos me mostraron, otra vez y luego de varios años, la estatura humana y académica de Marcos.

Cuando se desempeñaba como docente universitario y residía en su natal Cochabamba, le vi desde una flota interdepartamental hacer un recorrido entre Quillacollo y Cochabamba; entendí que volvía a la casa de su madre, con la que vivía, cerca de la laguna Alalay, en su silla de ruedas y solo. Esa estampa me partió el alma: ver a Marcos en esa marcha que la advertía forzada para él, aunque sabía que ese viaje realizaba a manera de gimnasia.

Herencia irrenunciable

Las mejores cualidades, lo esencial de Marcos, son una herencia de la que sus compañeros de otrora y de este instante debemos apropiarnos con legitimidad.

Ése es mi caso. Cuantas veces necesitemos enarbolaremos las banderas empuñadas por él. La ética suya es parte de su legado, la que también asumimos a plenitud, más para aplicarla sin parcelaciones.

Para ser actores de la lucha de los bolivianos por la liberación definitiva de nuestra patria es necesario asumir la palabra y la acción de nuestro camarada y amigo.

Un merecido homenaje a Marcos Campero Marañón es ocupar el puesto de combate dejado por él, dentro del cual es necesario que hagamos lo mejor de sí para no fallarle ni a nuestro héroe ni a nuestro pueblo.

La Paz, 1 de abril de 2005.

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