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Cultura

Dos instantes mágicos de Cien años de soledad

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literatura

Antes y después: 50 años de la novela cumbre de García Márquez 

Jaime de la Hoz Simanca • Jueves 31 de agosto de 2017

La edición conmemorativa de Cien años de soledad fue supervisada por Gabo y en ella hay estudios previos de Álvaro Mutis, Carlos Fuentes, Víctor García de la Concha, Claudio Guillén, Pedro Luis Barcia, Juan Gustavo Cobo Borda, Gonzalo Celorio, Sergio Ramírez y Mario Vargas Llosa.

Los antecedentes de Cien años de soledad parecieran ser infinitos. En realidad, es imposible precisar el momento en que nace ese mundo fantástico que habría de iniciar vuelo el martes 30 de mayo de 1967, día y año de la aparición de la novela en Buenos Aires, Argentina. Su autor, Gabriel García Márquez, la fue fraguando en medio de una vida incesante y creativa que terminó el 17 de abril de 2014, en Ciudad de México.

Desde la infancia, García Márquez fue un soñador de imaginación viva, la cual fue alimentando gracias a sus abuelos, el coronel Nicolás Márquez y Tranquilina Iguarán, la matrona que, al igual que la tía Petra, contaba los hechos más inverosímiles con una cara de palo sin par, al decir del mismo nieto, muchos años después.

El viejo Nicolás, en efecto, fue el encargado de poblar con extrañas imágenes el universo mental de Gabo: desde aquel acompañamiento para que contemplara un dromedario en el circo, hasta los relatos de hechos sangrientos que se sucedieron en la Guerra de los Mil Días, donde había participado el coronel.

Varios investigadores apuntan que Nicolás y Tranquilina se encarnarían en los personajes del coronel Aureliano Buendía y de Úrsula Iguarán.

Tranquilina, por su parte, se dedicó a contar a su nieto historias mágicas que después asumieron formas de realidad objetiva paralelas a la otra realidad, la verdadera, en la que se desenvolvía la cotidianidad de aquel infante que, poco a poco, fue perdiendo el asombro y la perplejidad.

Varios investigadores del libro emblemático del Premio Nobel colombiano, por tales razones, apuntan que Nicolás y Tranquilina se encarnarían en los personajes del coronel Aureliano Buendía y de Úrsula Iguarán, quienes se ubican en la cúspide de ese intrincado árbol genealógico que conforma un mundo literario inolvidable.

Pero Nicolás y Tranquilina configuran, apenas, la punta del iceberg de lo que podrían llamarse antecedentes de Cien años de soledad. La afición de Gabito por la lectura, especialmente los relatos y la poesía, iría alimentando su deseo de contar todo aquello, algún día. No era fácil, por supuesto. Antes, había que incursionar en el terreno de la escritura; es decir, buscar recursos que permitieran volcar las ensoñaciones reprimidas. El escritor encontró en la poesía misma, y en las cartas de colegiales adolescentes, la manera de comunicar hacia el exterior las imágenes fantasiosas que se iban acumulando en su cerebro.

Sin embargo, el “daño” estaba hecho. El niño Gabito y, luego, el joven Gabo, se acostumbró a una forma de ver el mundo circundante. Todo lo que lo rodeaba era visto a partir de aquella exuberancia de que hicieron gala los abuelos durante varios años.

Mario Vargas Llosa, en el profundo estudio que realiza en Historia de un deicidio, expresa, al comienzo de la obra, la impresión que le causó García Márquez al escucharlo por primera vez:

Entre todos los rasgos de su personalidad hay uno, sobre todo, que me fascina: el carácter obsesivamente anecdótico con que esta personalidad se manifiesta. Todo en él se traduce en historias, en episodios que recuerda o inventa con una facilidad impresionante. (…) Al contacto con esta personalidad, la vida se transforma en una cascada de anécdotas. (…) Esta personalidad es también imaginativamente audaz y libérrima, y la exageración, en ella, no es una manera de alterar la realidad sino de verla.1

De tal manera que, asumida como una forma de vida, el trabajo cotidiano de García Márquez consistió en darle salida al universo que comenzaba a atragantarse y el cual comenzó a llamar Macondo en sus primeros artículos y relatos hasta convertirse, en la histórica novela y posterior a ésta, en aquel pueblo que terminó habitándonos a todos. ¿Quién no lleva a cuestas su propio Macondo?

Hasta donde se sabe, la primera mención de Macondo, en la obra redonda de García Márquez, aparece en un cuento: “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”, publicado en 1955, es decir, cuando su autor cuenta con veintiocho años y defiende su subsistencia con las crónicas y reportajes que publica en el diario El Espectador, de Bogotá. Extrañamente, en el relato sólo aparece la mención del mítico pueblo en el título, pero es indudable que el rompecabezas comenzaba a armarse, pues allí están la lluvia torrencial, la nostalgia y los recuerdos, la exageración de los rasgos de la realidad y ese tono narrativo que habría de asumir más cuerpo en las novelas posteriores y, por supuesto, en Cien años de soledad.

Aterrorizada, poseída por el espanto y el diluvio, me senté en el mecedor con las piernas encogidas y los ojos fijos en la oscuridad húmeda y llena de turbios pensamientos. Mi madrastra apareció en el vano de la puerta, con la lámpara en alto y la cabeza erguida. Parecía un fantasma familiar ante el cual yo misma participaba de su condición sobrenatural. Vino hasta donde yo estaba. Aún mantenía la cabeza erguida y la lámpara en alto, y chapaleaba en el agua del corredor.2

Antes de la publicación del cuento en referencia, García Márquez se ha desempeñado como redactor del diario El Heraldo, de Barranquilla, donde publica columnas de opinión que, en el fondo, son minicrónicas de hechos acaecidos en cualquier lugar del mundo, o historias edificadas a partir de la hiperbólica imaginación del escritor. En esa época, o desde mucho antes, ya se mueve el mundillo de Macondo, tal como lo refiere Gabo al investigador literario Luis Harss:

Yo empecé a escribir Cien años de soledad cuando tenía dieciséis años… Escribí en ese momento un primer párrafo que es el mismo primer párrafo que hay en Cien años de soledad. Pero me di cuenta de que no podía con el “paquete”. Yo mismo no creía lo que estaba contando, me di cuenta también de que la dificultad era puramente técnica, es decir que no disponía yo de los elementos técnicos y del lenguaje para que esto fuera creíble, para que fuera verosímil. Entonces lo fui dejando y trabajé cuatro libros mientras tanto…3

En efecto, las cuatro obras que menciona García Márquez son tres novelas y un libro de cuentos. La primera es La hojarasca, la cual había empezado a escribir en 1950 y cuya publicación se produce cinco años después, poco antes de irse al exilio en París. La segunda es El coronel no tiene quien le escriba, esa pequeña joya que fue publicada por primera vez en la revista Mito, en 1958. La tercera es La mala hora, novela que gana el Premio Esso en 1961. La publicación, bajo el sello Editorial Esso, Madrid, se hizo un año después. Y la cuarta obra es Los funerales de la mamá grande, cuya primera edición es de la Universidad Veracruzana de Xalapa, México, año 1962.

Hoy podría afirmarse que estos libros constituyen una especie de etapa preparatoria que permite luego llegar a Cien años de soledad. Se trata de un tránsito largo o, si se quiere, una encarnizada pelea con el lenguaje pensando, eso sí, en alcanzar el perfeccionamiento necesario para dibujar el mundo macondiano. Así, en las novelas mencionadas y en los cuentos “En este pueblo no hay ladrones” y “La siesta del martes”, incluidos en Los funerales de la mamá grande, hay mención de Macondo, descripciones, situaciones, hechos, instantes mágicos, hipérboles gigantes y personajes con los mismos nombres que aparecerán después en el best-seller que irrumpió como un rayo en el panorama de las letras hispanoamericanas.

El instante preciso de la concepción de Cien años de soledad lo refiere Óscar Collazos de la siguiente manera: “En aquel enero de 1965, ya no era una imagen aislada, tan evocadora como acuciante. Durante dieciocho meses —cuenta García Márquez y lo repiten los cronistas— la ‘Cueva de la Mafia’ se convirtió en el espacio de un recluso voluntario que vio cómo se acumulaban las deudas, se vendía el Opel y las facturas llegaban a los diez mil dólares. Dos, tres paquetes de cigarrillos diarios. Ocho y diez horas ante la máquina de escribir. Los primeros capítulos definitivos van a parar a manos de sus amigos. Otros aparecen en revistas…”.4

II

Cuentan los biógrafos que la primera edición de Cien años de soledad, cuyo tiraje fue de ocho mil ejemplares, se agotó en veinte días. En realidad, se había creado una gran expectativa, pues los primeros avances fueron publicados por revistas especializadas en literatura. En especial, Primera Plana, dirigida en ese entonces por el escritor Tomás Eloy Martínez, autor de la novela Santa Evita, y uno de los más cercanos a Gabo.

Tomás Eloy, quien conoció de la obra a través de Francisco Porrúa, editor de Sudamericana, publicó en su revista una entrevista con García Márquez, escrita por Ernesto Schoo, enviado especial a México. Todos los movimientos para la promoción los hizo Porrúa, quien encargó la portada a la ilustradora Iris Pagano en vista de que la del pintor méxico-español, Vicente Rojo —encargada por García Márquez— no llegó sino para la segunda edición.

Lo que hoy todavía constituye un misterio es el rápido grado de popularidad que alcanzó la novela. Algunos testigos de la época han escrito que en los supermercados de Buenos Aires veían salir a las mujeres con sus bolsas de alimentos en las que se alcanzaba a ver asomado el ejemplar codiciado. Así mismo, el mundillo intelectual comenzó a agitarse con la buena nueva de una obra que contaba en 350 páginas la historia de la familia Buendía y el génesis y apocalipsis de Macondo.

García Márquez y Mercedes Barcha, su esposa, llegaron al aeropuerto de Ezeiza, Buenos Aires, en la madrugada del 16 de agosto, cuando la novela seguía vendiéndose en medio de un vértigo increíble. Y su presencia en aquella ciudad aumentó mucho más la aceptación de Cien años de soledad. Tomás Eloy Martínez relata la siguiente anécdota:

Aquella misma noche fuimos al teatro del Instituto di Tella. Estrenaban, recuerdo, Los siameses, de Griselda Gambaro. Mercedes y él se adelantaron a la platea, desconcertados por tantas pieles tempranas y plumas resplandecientes. La sala estaba en penumbras, pero a ellos, no sé por qué, un reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido, gritó “¡Bravo!”, y prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: “Por su novela”, le dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso momento vi que la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrado aleteo de sábanas, como Remedios la bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos tiempos de luz inmunes a los estragos de los años.

Una respuesta a lo que algunos consideran “milagro literario” fue dada por Vargas Llosa en el sentido de que Cien años de soledad constituye un laberinto por su complejidad, pero también una avenida solitaria por su facilidad. Es decir, una novela para lectores exigentes y también para medianías intelectuales. Hay de todo, como en botica. Podría analizarse el intrincado tiempo psicológico de la obra o divertirse con el destino de cada uno de los personajes. En fin, una novela para todos los públicos; no obstante, dotada de una fuerza inconmensurable que, por su atractivo y poder de seducción, se sitúa al lado de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes.

Después de la aparición del mítico libro, llegaron los premios, los reconocimientos, las traducciones y otras obras que también hacían referencia a Macondo, el villorrio universal sin tiempo ni espacio. Inicialmente, Cien años de soledad fue destacada por El Mundo, diario español que la consideró como una de las cien mejores novelas en español del siglo XX; así mismo, el diario Le Monde, de Francia, la incluyó en la lista de los cien libros del siglo XX.

Por otra parte, en 1972 la novela ganó en Venezuela la segunda edición del Premio Rómulo Gallegos. También obtuvo en Francia el Premio al Mejor Libro Extranjero, y el Premio Chianchiano en Italia, país donde el nombre de la mencionada obra fue puesto a una plaza del pueblo sardo de Perdasdefogu, en el que se instaló una placa en homenaje a su autor. De igual manera, y cuando apenas la fama de la novela alzaba vuelo, fue calificada por la crítica especializada de Estados Unidos como uno de los doce mejores libros de la década del sesenta.

Adicionalmente, el instante de apogeo de Gabo lo constituyó el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura en 1982. Al respecto, uno de los jurados, el sueco Arthur Lundkvist, ante la pregunta de por qué le dieron el Nobel a García Márquez, expresó a Eligio García, su hermano menor, que “por toda su obra, pero especialmente por Cien años de soledad, que ha tenido mucho éxito también en Suecia”.5

En 2007 se presentó en Cartagena la edición conmemorativa de Cien años de soledad, lo que constituyó el más reciente acto de exaltación de la gran novela.

Después del Premio Nobel, Macondo siguió apareciendo en obras posteriores a Cien años de soledad. Así, encontramos al mágico pueblo en Crónica de una muerte anunciada, novela trágica que fue publicada en 1981. Igualmente, en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada, donde Macondo es visitado por la abuela, Eréndira y la caravana que secunda el camino.

En cuanto a las traducciones, llovieron una tras otra. Se calcula que la novela ha sido traducida a más de cuarenta idiomas y que ha vendido más de cincuenta millones de copias sin incluir las ediciones piratas en muchos países. La que más alabó Gabo fue la traducción al inglés hecha por Gregory Rabassa, un especialista en literatura latinoamericana que también trabajó obras de Mario Vargas Llosa y Julio Cortázar.

En 2007 se presentó en Cartagena la edición conmemorativa de Cien años de soledad, lo que constituyó el más reciente acto de exaltación de la gran novela. Fue un acto público en el que participó el autor, un hombre de ochenta años a quien ya se le notaban los estragos del paso del tiempo. Pero con la lucidez intacta y la memoria nítida para los recuerdos de aquellos instantes de gloria y pesadumbre.

La edición fue supervisada por Gabo y en ella hay estudios previos de Álvaro Mutis, Carlos Fuentes, Víctor García de la Concha, Claudio Guillén, Pedro Luis Barcia, Juan Gustavo Cobo Borda, Gonzalo Celorio, Sergio Ramírez y Mario Vargas Llosa, quien autorizó la reproducción de algunos textos de su monumental Historia de un deicidio. Se trata de un volumen de 606 páginas cuyo tiraje fue de un millón de ejemplares. En el evento, con manos temblorosas y voz firme, dijo Gabo:

Ni en el más delirante de mis sueños, en los días en que escribía Cien años de soledad, llegué a imaginar que podría asistir a este acto para sustentar la edición de un millón de ejemplares. Pensar que un millón de personas pudieran leer algo escrito en la soledad de mi cuarto, con veintiocho letras del alfabeto y dos dedos como todo arsenal, parecería a todas luces una locura. Hoy las academias de la lengua lo hacen con un gesto hacia una novela que ha pasado ante los ojos de cincuenta veces un millón de lectores, y hacia un artesano, insomne como yo, que no sale de su sorpresa por todo lo que le ha sucedido. Pero no se trata ni puede tratarse de un reconocimiento a un escritor. Este milagro es la demostración irrefutable de que hay una cantidad enorme de personas dispuestas a leer historias en lengua castellana, y por lo tanto un millón de ejemplares de Cien años de soledad no son un millón de homenajes al escritor que hoy recibe, sonrojado, el primer libro de este tiraje descomunal. Es la demostración de que hay millones de lectores de textos en lengua castellana esperando, hambrientos, de este alimento.6

Jaime De La Hoz Simanca

Periodista y catedrático colombiano. Ha sido tres veces galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Autor del libro Son guajiros; coautor del libro de crónicas y reportajesTrece claves para soñar y de la colección Biblioteca Moderna de Periodismo. Magíster en Educación y tiempo completo de la Universidad Autónoma del Caribe.

Notas

  1. Vargas Llosa, Mario. García Márquez: historia de un deicidio. Monte Ávila Editores, C.A., 1971, Pág. 81.
  2. Fragmento del cuento “Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo”.
  3. Harss, Luis. Los nuestros. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1966, páginas 26-27.
  4. Collazos, Óscar. García Márquez: la soledad y la gloria. Su vida y su obra. Plaza & Janés, 1983, página 107.
  5. García Márquez, Gabriel. La soledad de América Latina. Brindis por la poesía. Carvajal, S.A., diciembre de 1983.
  6. García Márquez, Gabriel. Cien años de soledad. Madrid: Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, 2007. El libro fue publicado por Editorial Alfaguara del grupo Santillana de España. García Márquez pronunció su discurso durante la jornada inaugural del IV Congreso Internacional de la Lengua Española.

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