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Cultura

Jesús Urzagasti

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Pablo Cingolani

Río Abajo, lunes, abril 29, 2013

Quiero contar una anécdota íntima, personal que pinta otro retrato de Jesús Urzagasti, Poeta y Narrador Mayor, así con mayúsculas, en homenaje a su memoria y su don de gentes.

Acabábamos de llegar a La Paz, y como por arte de magia, afinidad y consecuencia, todo a la vez, conocí a Homero Carvalho, mi primer amigo en la hoyada. Era el año 1987.

Homero, otro escritor apasionado, enseguida se puso en campaña para que quien suscribe, pudiese publicar sus textos, que yo leía en las tardes de bohemia que compartíamos con él, con el “Zeque” Rosso, Marcelo Ardùz, y algunos escritores y poetas más.

Una cosa lleva a la otra: Homero me presentó a don Julio de la Vega (Q.E.P.D.), también un indudable bastión fecundo de las letras bolivianas, y con el cual enseguida simpatizamos. El objetivo de Homero era que, a través de don Julio, pudiese acceder al “tata” Quirós, quien comandaba Presencia Literaria, el suplemento cultural del ya entonces legendario periódico Presencia. Quirós, esos días, era una especie de pontífice de la crítica en Bolivia y contar con su bendición, era un pasaporte a la publicación. Quirós también ya falleció.

Vale. Todo siguió esa ruta crítica elaborada por el “movima” Homero: finalmente, publiqué mi primer texto en Presencia Literaria —fue un pequeño ensayo sobre Ezra Pound.

Luego, mis colaboraciones se volvieron habituales. Y lo mejor de todo: eran pagadas. Y mejor pagadas que en el periódico Hoy, donde también colaboraba, gracias a las gestiones y el apoyo de “Pancho” Otálora, otro gran tipo que tampoco está entre nosotros. En Hoy, pagaban 14 bolivianos por nota. En Presencia, 16. En esa época, para mí y para mí compañera Carolina, jóvenes veinteañeros, nómades y libertarios, ¡dos monedas más eran dos monedas más!

Pero aquí viene la anécdota.

En Presencia, Jesús Urzagasti era el jefe de redacción, el hombre dinámico, el que estaba en todas.

Obviamente, ya nos habían presentado, pero más allá de las formalidades, no tenía relación con él —mis artículos, no recuerdo a quién, pero se los entregaba a otra persona que me recibía en el Edificio Esperanza, en la avenida Mariscal Santa Cruz, donde estaban la redacción y las rotativas.

Resulta que cada vez que publicabas el domingo, el lunes ibas y cobrabas: 16 bolivianos. Firmabas una planilla y listo: ¡a comer! Un lunes voy, y me pagan 32 bolivianos. Yo me sorprendo. Todo el resto de la planilla —donde figuraban algunos de los personajes más conocidos y meritorios de la cultura y el periodismo bolivianos de entonces— cobraba 16 bolivianos (y sepan que todos iban a cobrar, allí estaban sus firmas para certificarlo), pero a mí me estaban pagando 32. Esa vez no dije nada: ¡comeríamos el doble!

Pero la próxima vez que me pasó lo mismo, ya me intrigó: ¿Por qué todos cobraban 16 bolivianos y su servidor dos veces? Me puse en campaña para averiguarlo, y he aquí que luego descubro lo siguiente: Homero y don Julio habían hablado con Jesús de nuestra precaria situación económica, y Urzagasti no tuvo mejor idea que gestionar que me doblen el monto de lo abonado por pago de los textos que me publicaban en el suplemento literario.

Cuando lo supe, obviamente, corrí a agradecerle ese gesto a Jesús Urzagasti. Él, así lo conté siempre a quien me escuchó esta anécdota, no le dio importancia, dijo que no era nada, que no le agradezca nada. Fin de la historia.

Ahora, hermano, que has partido, te vuelvo a agradecer públicamente el gesto y la solidaridad que tuviste y que para mí seguirá siendo algo que me llenó de fuerza, de dicha y de vida, porque son esas acciones y esas personas, como vos fuiste y como bien dice Borges en su poema Los Justos, “las que están salvando al mundo”, las que salvan al mundo. Paz en tu tumba y un abrazo, hasta allí donde te encuentre.

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