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Fin de una guerra absurda, de una más

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testimonio

A rajatabla

La Guerra del Chaco

Yuri Aguilar Dávalos

Este 14 de junio se celebró un año más del fin del Guerra del Chaco, una guerra de Bolivia con el Paraguay donde nuestro paìs perdió 127 Km2 y murieron 32.600 soldados, de los cuales 6.800 fueron en combate y 8.000 fusilados por desertores por parte del Ejército Boliviano; el resto fue baja por distintas enfermedades[1].

Cuando empezó la guerra (1932) asistió varias veces a los centros de reclutamiento, donde fue rechazado por su corta edad: solo tenía 16 años. Ese obstinado aspirante a guerrero era mi padre, Eduardo Aguilar (+), quien recién fue admitido como soldado dos años después, cuando las derrotas se sucedían y las tropas escaseaban, cuando se convocó a la “movilización general”.

Él, como muchos otros, hizo suya la arenga del presidente Daniel Salamanca: “Pisar fuerte en el Chaco”. Creía que marchando al sudeste, arriesgando su vida por la Patria, mantendría la integridad territorial; creía que desde las fortificaciones inexpugnables de Villamontes avanzaría hasta Asunción…

Eran muy pocos los que pregonaban que esa guerra, como casi todas, era una guerra absurda. Y es así: en las guerras quienes ofrecen su vida son gente del pueblo, son los trabajadores, son los empobrecidos, donde se enfrentan explotados de un país contra explotados de otro. Sin embargo, durante la Guerra del Chaco la mayoría de la población estaba insuflada de patriotismo, mejor patrioterismo, de odio contra “el pila”, como se llamaba despectivamente al paraguayo.

Y con ese fervor de “defensa del territorio patrio” unos fueron voluntariamente al matadero; otros, obligados como muchos indígenas que eran sacados de su terruño para luego de una mínima instrucción ser puestos en primera fila como carne de cañón. Muchos de aquellos soldados indígenas obligados que sobrevivieron, retornaron a sus lugares de origen y nunca gozaron de la mínima pensión de excombatiente que muchos años después el Estado les reconoció.

En aquellos años de guerra hubo muchas muestras solidaridad de la población hacia los combatientes. Era tradición que cada soldado tuviera su madrina, quien despedía entre lágrimas y abrazos la partida “al frente” del valeroso soldado. Una de esas circunstancias me contó mi padre: su madrina era Rosa Carbonell Plá, hermana de María, madre de Teresa Gisbert de Mesa.

“Yo trabajaba en la Librería Arnó Hermanos, la que luego pasó a propiedad de los Gisbert; éstos, al igual que los Casanova, eran empleados de Arnó”, señaló mi padre, quien luego de ser admitido voluntariamente como recluta, recibió instrucción militar en varios cuarteles, siendo el último el de Guaqui donde funcionaba la Escuela de Clases. De allí él y su tropa fue trasportada a Viacha, rumbo al centro de operaciones: “…Entonces las autoridades decidieron desplazarnos al Chaco y salimos en tren rumbo a Viacha, sin pasar por La Paz. En Viacha nos estaban esperando nuestras madrinas de guerra. Las madrinas eran nombradas por nosotros, de quienes recibíamos cartas y a veces alguna encomienda. En esa época se acostumbraba, antes de partir al Frente, recibir de ellas algunos regalos y buenos deseos. La mía era la española Rosa Carbonell.”[2]

Muchos años después, doña Teresa Gisbert y su hermana Angelita me contaron que como su familia no tenía parientes que estaban en la guerra, siendo niñas acompañaban a su tía Rosa al centro de acopio del Ejército a depositar las encomiendas y cartas que le enviaban a mi padre que ya estaba “pisando fuerte en el Chaco”.

A mediados del 35, cuando las fuerzas bolivianas se habían recuperado y la tropa creía que podía recuperar el territorio perdido, llegó la noticia de los acuerdos diplomáticos: la diplomacia nos ganó, dijo mi padre.

Algunos señalan que lo más importante, los campos petrolíferos, se conservaron, y que de alguna forma se ganó esa guerra. Lo cierto es que ese episodio de la historia boliviana, marcó una vez más un sentimiento de derrota en el imaginario de la población, como se sintió con la pérdida territorial del Litoral boliviano y del Acre, sin contar los miles de víctimas que ofrendaron su vida “por la Patria”, mientras los potentados, entre ellos los altos mandos militares, disfrutaban su comodidad en la retaguardia.

En 1999, cuando aun vivía mi padre, éste señaló: “Hoy recibimos una pensión vitalicia instituida por el gobierno del Gral. Juan José Torres, desde enero del 71; sin embargo, ella no compensa el sacrificio de la guerra.”

 


[1] http://elchacoinforma.com/nuevos-datos-revelan-que-caidos-en-la-guerra-del-chaco-llegaron-a-32-mil/

[2] Gonzalo (Yuri) Aguilar Dávalos. “Tanto sacrificio nunca compensado. Así vivimos la Guerra del Chaco”. En: Fascículo 12 de la Colección “Bolivia en transición. La Guerra del Chaco”. La Paz, Coordinadora de Historia. Investigadores Asociados, 1999. Publicado por el periódico La Razón.

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