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La histórica Plaza del Minero de Siglo XX

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En defensa de un símbolo de lucha

Víctor Montoya*

Pasar y repasar por la histórica y gloriosa Plaza del Minero en la población de Siglo XX (Potosí), sea de día o sea de noche, evoca mucha nostalgia y recuerda un pasado que dignificó las luchas de los mineros nortepotosinos, quienes, con el verbo encendido y su afilada conciencia política, estaban dispuestos a transformar las tareas democrático-burguesas en socialistas, acaudillando a la nación oprimida por el imperialismo y sus sirvientes nativos.

Estar en la histórica Plaza del Minero de Siglo XX, donde se consolidó la larga tradición del sindicalismo revolucionario, implica situarse en un contexto que reúne todas las peculiaridades de un verdadero patrimonio histórico que debe conservarse para la posteridad, como parte de la memoria colectiva de los trabajadores del subsuelo y como un monumento vivo de las luchas sociales que tuvieron lugar en este espacio abierto entre el edificio sindical y los campamentos mineros.

En este territorio de hombres y mujeres valientes —que ofrendaron sus vidas a la causa de los oprimidos, que desde la época de la industrialización minera introdujo un sistema de explotación de carácter capitalista— se organizaron los sindicatos para defender sus intereses de clase, convencidos de que la lucha contra la injusticia social y la estremecedora pobreza solo sería posible mediante un programa de reivindicaciones socioeconómicas, como instrumento político del pensamiento ideológico y la unidad monolítica de los trabajadores.

Hablar de la Plaza del Minero es hablar del sindicalismo revolucionario, de ese sindicato que se creó el 10 de enero de 1941 y luego construyó su sede con piedra labrada sobre las ruinas de otro edificio que tenía las paredes de adobes y el techo de paja.

En esta Plaza del Minero, en momentos en que el ardor de las luchas obreras alcanzaba su mayor esplendor, se forjaron los mejores líderes del proletariado nacional y se realizaron apoteósicas asambleas. Aquí mismo, desde el emblemático balcón del edificio sindical, se pronunciaron apasionados discursos que anunciaban el fin del sistema capitalista y el nacimiento de una sociedad con libertades democráticas y justicia social. Se lanzaron también arengas incendiarias y beligerantes contra la oligarquía minero-feudal, las dictaduras militares y los gobiernos neoliberales, al son del estridente ulular de la sirena instalada en la parte superior del edificio que servía para despertar a los obreros que ingresaban a trabajar en “primera punta”, para convocar a las marchas y asambleas cuando urgía tomar decisiones en épocas de convulsiones políticas y sociales, y, como si esto fuera poco, para alertar a las familias mineras en épocas de intervenciones militares y represiones políticas.

En esta plaza repleta de obreros, “amas de casa”, estudiantes y fuerzas vivas de la población de Llallagua, se trazaron los lineamientos estratégicos que debían seguir las bases para liberarse de la opresión imperialista. En esta plaza zumbaba el aire cada vez que detonaban los cachorros de dinamita y desde esta misma plaza se transmitían en directo y en cadena, a través de los micrófonos de Radio “La Voz del Minero”, los acontecimientos que se ponían al rojo vivo, mientras el clamor popular, entre pancartas y consignas de protesta, reafirmaba la decisión de luchar contra los gobiernos hambreadores y vende patrias.

La Plaza del Minero fue el escenario donde se libraron intensas batallas ante los guardianes de la oligarquía minero-feudal, las dictaduras militares y los gobiernos neoliberales. No pocas veces, los obreros, armados con cachorros de dinamitas y fusiles en mano, se enfrentaron a las tropas castrenses y los agentes de la policía, como leones azuzados por sus cazadores, sin perder las perspectivas libertarias ni las esperanzas de coronar una victoria en el campo de batalla.

Cuando el país se encontraba al borde de una guerra civil, durante el gobierno “rosquero” de Enrique Hertzog, la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia declaró una huelga general. El gobierno ordenó el apresamiento de Juan Lechín y Mario Torrez y envió dos avionetas que ametrallaron los campamentos de Siglo XX, provocando un muerto y varios heridos. Las valerosas “amas de casa” y los mineros, enardecidos por los violentos hechos, sitiaron la Superintendencia de Siglo XX y tomaron como rehenes a varios técnicos norteamericanos de la “Patiño Mines”, exigiendo la libertad de sus dirigentes el 29 de mayo de 1949. Horas después, en la segunda planta de la sede sindical, donde se encontraban los rehenes, se suscitó, en circunstancias no del todo esclarecidas, la muerte de John O’Connor, Albert Kreffting y el jefe del campamento de Siglo XX.

En la misma segunda planta, donde estaba y sigue estando la combativa Radio “La Voz del Minero”, fue victimado a tiros Rosendo García Maisman, dirigente minero y militante del Partido Comunista, en la madrugada del 24 de junio de 1967; es decir, el mismo día que se produjo la horrenda masacre de San Juan, ordenada por el régimen dictatorial de René Barrientos Ortuño, el Alto Mando Militar Boliviano y los asesores de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

Las paredes de la sede sindical, con impactos de bala en el frontis, son testigos mudos de las intervenciones militares, las protestas de los obreros y las masacres perpetradas en varias ocasiones. En el mismo frontis luce el emblemático balcón de la segunda planta, donde descollaron las figuras de los dirigentes mineros, “amas de casa” y estudiantes de secundaria, dispuestos a pronunciar sus alocuciones contra los enemigos de la clase obrera y los movimientos populares.

En la histórica plaza de la población de Siglo XX, además del Monumento al Minero, que no solo es una obra escultórica elaborada con un alto criterio estético, sino también un atractivo turístico de esta tierra minera, se encuentran la estatua de Federico Escobar, la “Palliri” y Filemón Escóbar, pero también los bustos de Irineo Pimentel y César Lora, cuyo pedestal que parece un sólido bloque de hormigón armado, está lleno de plaquetas conmemorativas y altorrelieves, como la imagen del desaparecido Isaac Camacho y el perfil del líder trotskista Guillerno Lora, incluyendo las inscripciones colocadas en un lugar significativo del busto tallado en mole de granito por el artista “Indio” Víctor Zapana.

El busto de César Lora fue inaugurado a finales de julio de 1975, en un acto sencillo pero significativo. La inauguración contó con numeroso público que se agrupó alrededor de una fogata que desprendía chispas bajo el cielo cuajado de estrellas. En las plaquetas pueden leerse diversas inscripciones; por ejemplo, en la que está en la parte superior, dice: “Homenaje a los mártires obreros asesinados por el gorilismo: César Lora, 29 de julio de 1965; Isaac Camacho, julio de 1967; Julio C. Aguilar, julio de 1965. C.R. del P.O.R. Siglo XX, 29 de julio de 1975”. En la plaqueta empotrada en el centro se lee: “Los trabajadores de Siglo XX-Catavi a César Lora e Isaac Camacho. Mártires de la revolución proletaria. Siglo XX-Catavi, 29 julio 1975” y en la plaqueta empotrada en la parte inferior, con fondo rojo y letras en alto relieve, se lee: “A Guillermo Lora, el redactor de la ‘Tesis de Pulacayo’, Siglo XX, mayo 2009”.

El Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX se mantuvo vigente por más de medio siglo, desde el 10 de enero de 1941, fecha de su fundación, hasta 1987, año en que entornó sus puertas, tras el cierre de las minas nacionalizadas dependiente de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) y la famosa “Marcha por la Vida”, en agosto de 1986. Desde entonces, el sindicato más combativo del país pasó a la historia con sus luces y sus sombras, como cuando llega el ocaso de un día que despertó con una deslumbrante alborada.

Ahora que la sede sindical está vacía y la Plaza del Minero está siendo avasallada por comerciantes minoristas, es obligación de las autoridades ediles conservarla para la posteridad, para que las generaciones del presente y el futuro sepan que en este distrito minero, que parece haber quedado en el olvido tras la “relocalización”, nacieron, vivieron y se formaron los dirigentes sindicales más combativos del movimiento obrero boliviano.

La Plaza del Minero es uno de los sitios más preciados de esta tierra minera, bañada de mineral, lágrimas, sudor y sangre; es más, los bustos y monumentos conmemorativos son las piezas más visuales y visitadas del paisaje de la población de Siglo XX, en vista de que preservan la esencia misma de un centro minero que tiene un pasado, presente y futuro. La Plaza del Minero, por su valor político, social, cultural e histórico, es el símbolo del heroísmo de una clase social que forjó el destino de la patria profunda y, por eso mismo, el lugar más simbólico y turístico del norte de Potosí. No en vano, el Concejo Municipal de Llallagua, a solicitud de la Asociación de Rentistas Mineros Regional Llallagua y conforme establece la Ley No. 131/2017 del 23 de junio de 2017, “Declara a la Plaza del Minero Monumento Histórico de Grandes Revolucionarios y Líderes Sindicales”.

En la actualidad, esta misma plaza, donde se erige el majestuoso Monumento al Minero, portando la perforadora en una mano y el fusil en la otra, existe menos lucidez que en los años dorados del Sindicato Mixto de Trabajadores Mineros de Siglo XX, ni siquiera el busto de César Lora y el monumento de Federico Escobar Zapata, que representan la grandiosidad de los dirigentes revolucionarios de otros tiempos, ponen a salvo todo el legado histórico que se heredó a lo largo de un siglo. Todo parece indicar que las nieblas de la desidia que se aproximan sigilosamente desde más allá de los cerros, están dispuestas a esconder bajo sus fúnebres mantos los símbolos más emblemáticos de la heroica clase obrera.

No es casual que esta situación de olvido responda, en gran medida, a la desidia de las autoridades locales de este distrito minero y a la amnesia colectiva que, sin quererlo o sin saberlo, suele borrar los vestigios históricos de la memoria. Lo más grave es que esta plaza, que debía conservarse como un patrimonio histórico de los mineros en la región, corre el riesgo de convertirse en un simple mercado de enseres y artículos de compra/venta, sin considerar que aquí se concentraron los trabajadores en apoteósicas asambleas, que aquí se libraron batallas enconadas contra los guardianes de la oligarquía minera y que aquí se perpetraron masacres durante las dictaduras militares.

Siempre que uno retorna a esta plaza, atraído por la fuerza telúrica de su glorioso pasado, siente que el tiempo pasó de manera inexorable y que muchas cosas cambiaron desde el nefasto D.S. 21060; por ejemplo, da pena que los edificios de arquitectura moderna, levantados cerca del edificio sindical, se ciernan como gigantes espectros de ladrillos y cristales detrás del Monumento al Minero, pero da mucha más pena que las casetas de los comerciantes estén a punto de invadir los predios de la gloriosa Plaza del Minero, con sus variados productos expuestos ante los transeúntes que pasan y repasan como si estuviesen en una calle cualquiera de una población cualquiera.

Aunque los guardianes de este patrimonio histórico aconsejan a las autoridades ediles no ceder ante la presión de los comerciantes, que privilegian sus mezquinos intereses en desmedro de los intereses colectivos, lo cierto es que los rentistas mineros, los miembros de la Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia (FSTMB) y los ejecutivos de la Central Obrera Boliviana (COB), no deben bajar la guardia ni dar un paso atrás en su posición de resguardar los bienes de la clase obrera, que hoy constituyen una suerte de reliquias que se consiguieron con sacrificio, sudor y sangre.

En consecuencia, y sin mayores explicaciones ni preámbulos, es lógico deducir que esta plaza, lejos de convertirse en un centro del comercio informal y caótico, debe conservar su estatus de PATRIMONIO HISTÓRICO DE LOS MINEROS DE SIGLO XX. Toda opinión contraria a este sincero deseo compartido por los extrabajadores de este combativo distrito del norte de Potosí, será considerada como un flagrante atentado contra la memoria histórica del movimiento obrero boliviano.

*El autor es escritor, periodista y pedagogo

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