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Revolución y Clase Media*

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Sergio Almaraz Paz

En América Latina el siglo XIX no ha concluido. La provincia no ha sido desplazada por la gran ciudad. Nuestra vida medio colonial, medio española, tiene aún formas precapitalistas de producción. Artesanía, tracción animal, economías rurales cerradas, poca energía, etc., subsisten debajo, o al lado de la gran industria y de la tecnología moderna. Somos el continente de las capas medias, de aquellas en las que se forma y madura la semilla capitalista. Lo que sucede con estas masas, con esta pequeña burguesía multiplicada al infinito, induce a pensar que el letargo está llegando a su fin. Economía, cultura y política, tecnología, ciencia e historia, a lentas paletadas, entierran un pasado feudal cruel y pintoresco. E1 despertar se anuncia turbulento. Las fuerzas del pasado —fazendeiros del Brasil, azucareros del Perú, "vacunos" en la Argentina— resisten y retroceden gradualmente. Los gobiernos fuertes —dictaduras treintenarias en México y Venezuela y horrendas satrapías en el Caribe— parecen estar definitivamente descartados. Los tiempos cambian...

Sobre esa mezcla de dictadura antipopular y paternalismo feudalista ha caído el telón, con la eliminación del trujillismo, perezimenismo, batistismo y otras manifestaciones de la biología política latinoamericana. Naturalmente, la vida democrática no ha sido aún conquistada, pero respecto a la clásica dictadura, ignorante y brutal, que fuera el lecho de Procusto, en el que yacieran la oligarquía rural y el gran capital extranjero, existe una razonable seguridad de que no la volveremos a ver.

¿Quién puede negar que en la América Latina hay una revolución en marcha y que su derrotero cierto es la izquierda? ¿Los intereses extranjeros, que hicieron negocios con el estancamiento cultural y económico, pueden tener el sueño tranquilo con las dictaduras castrenses recién llegadas y aplicadas al modo de coagulantes, para una situación incontrastable?. Nadie puede llamarse a engaño. La deprimente crisis argentina y los sacudones que sufren los otros vecinos, son las campanas que doblan el fin de una época, de un sistema, de un moda de vida, de una mentalidad...

En este escenario, las clases medias tratan de ubicarse en la teoría sociológica y política. Sería tarea difícil registrar todo lo que esta clase ha inventado, imitado, o adaptado, para justificarse a sí misma. Anarquismo, marxismo, nacionalismo, fascismo (dejando de lado las corrientes filosóficas, cuya controversia ocupa un gran lugar en el desenvolvimiento cultural latinoamericano), se incubaron a su turno por ideólogos de "cuello blanco". Es lógico. La intelectualidad y los cuadros políticos se reclutan en estas filas. Y cuando se trata de líderes políticos de extracción obrera, se intelectualizan, respondiendo a necesidades lógicas, como sucediera entre otros con Mariátegui, una de las mejores inteligencias de América.

E1 conocimiento de la realidad de nuestro Continente debería empezar fijando los límites físicos de lo que representan las capas medias, empeño que está al margen de nuestro propósito inmediato, limitado a recordar algunas olvidadas generalidades. (Hablaremos indistintamente de "capas", o "clase", porque, para este trabajo, no necesitamos encontrar diferencias sustanciales entre ambos términos).

Nuestra economía —la nuestra y la de Latinoamérica— por su atraso, es agraria. Con la gran propiedad, en aquellos países a los que no ha llegado la reforma agraria, coexisten la mediana y pequeña propiedad. Y en los que se ha parcelado la tierra, hay miles, o cientos de miles de nuevos y pequeños propietarios. Este es el venero inagotable de las capas medias rurales. En las ciudades, fuera de la gran industria, insertos en el mecanismo económico, están los artesanos, los pequeños industriales, semiasfixiados por la competencia extranjera, o por la producción doméstica de la industria grande; están esas masas de pequeños comerciantes, agiotistas de poca monta, especuladores que hacen modestas ganancias, intercambiando productos entre la ciudad o el campo; se encuentran, en fin, los empleados del Estado, los profesionales, técnicos e intelectuales. Estas son las "capas" que se dividen y subdividen en escala casi ilimitada. Fluctúan al influjo del fenómeno económico y en política oscilan. No tienen unidad de pensamiento ni unidad de acción. No tienen un partido político, porque prefieren, o no les queda más remedio, que apoyarse en organizaciones que sirven intereses de clase, que no son los suyos. Es frecuente ver que un hombre de la clase media esté más lejos de otro de su propia clase, que lo que está un obrero respecto de su patrón. Los más inteligentes piensan que su porvenir radica en la posibilidad de ser algo más que una clase.

La mayor parte, si no la totalidad de los movimientos culturales y políticos, que desde principios de este siglo han tenido lugar en Bolivia, se han producido con la intervención de la clase media. Recordemos el movimiento reformista del 28, las rebeldías laicistas, que acompañaron la libertad de cátedra y la reforma de la enseñanza. No olvidemos tampoco el nacimiento de las primeras corrientes marxistas y nacionalistas. No hay exageración si decimos que la clase media ha sido la comadrona de cuanto recién nacido ha llegado a la política en Bolivia. Por cierto que todos estos movimientos se produjeron en condiciones más generales, dentro de las cuales la clase media ha sido y es solamente un ingrediente más, en el caldo de cultivo social.

Nuestro proletariado es joven, por el tiempo y por su origen campesino inmediato. Sus núcleos más viejos, los ferroviarios y mineros, no tienen más de 50 años y el grueso formado por los trabajadores de la manufactura, construcción, etc., nace en la postguerra del Chaco. Por su origen nuestros obreros proceden de los campesinos y lo que es verdaderamente revelador de su juventud, es que en alto porcentaje, siguen siendo campesinos, o están atados a la tierra, de alguna manera. No tenemos una tradición obrera similar a la europea, y tal vez sea mejor así. E1 obrero francés es comunista, o socialista, además de las razones vitales que le impulsan a definirse, por tradición, del mismo modo que por tradición las capas medias se sitúan a éste, o al otro lado del socialismo. . .

La juventud del proletariado boliviano no disminuye su vigor político. Su vacilante presencia en el escenario nacional en los años 20, afirmose en la década del 40 y actualmente es decisiva. Sociológicamente condensa y cataliza. Condensa porque los derechos sociales de los trabajadores constituyen el punto de gravitación de los demás problemas económicos; y cataliza porque a través de su lucha une y divide, compone y recompone la posición de las capas medias, tornándolas sus partidarias, o adversarias. Este papel tendríamos que examinarlo, en primer lugar, en el plano de la mecánica política, es decir, con relación a la acción física, que se opera mediante el sindicato, el partido obrero, la huelga, la acción armada; todo lo cual está escrito en nuestro país bajo símbolos legendarios: Uncía, Catavi, Villa Victoria, Potosí, María Barzola, 19 de Mayo, 9 de Abril. En segundo lugar, hay que considerar su papel ideológico. Su sola presencia plantea cuestiones de carácter universal. Recuérdese que en los últimos 30 años todas las preocupaciones doctrinales de los partidos políticos en Bolivia han girado en torno al problema obrero, colocándonos este hecho, de cara al fenómeno de la época: la clase media, ambivalente y poco entusiasta cuando se trata de empresas políticas exclusivamente suyas (con lo que revela su estado de conciencia respecto de su ausencia de porvenir histórico), ha creado los instrumentos doctrinales y los axiomas que forman el arsenal de las luchas obreras

Diremos en resumen que habría sido imposible llegar a abril de 1952 si proletariado y capas medias no soldaban un frente común.

Los esquemas demasiado simples en el análisis son una de las causas para que se cometan errores en la apreciación del papel de la clase media. Uno de ellos es el relativo a que, las capas medias más empobrecidas, deben orientarse necesariamente hacia posiciones radicales. Esta es una verdad a medias, porque en las reacciones políticas gravitan actores "imponderables"; tales como la influencia ideológica, la tradición cultural, los "estados de ánimo" colectivos, etc. Convengamos en que las condiciones económicas no determinan mecánicamente la actitud de los individuos y grupos. E1 frecuente contacto con la clase obrera y la amplitud más nacional que clasista de una situación, pueden ser razones fuertemente radicalizadoras. Esto ha sucedido en China. Ghunter habla de "chinos rojos de sangre azul". En ningún caso debe perderse de vista que son muchos los caminos que llevan a la revolución, y lo que sucedió en China se repite en todas partes. Es un hecho notable que los dirigentes chinos hubieran tenido que aminorar los ímpetus radicales de estudiantes y campesinos, que eventualmente pudieron haber roto el frente revolucionario. Este radicalismo, fruto de la inestabilidad de la clase media, contrasta con la serenidad y a veces lentitud de los movimientos obreros. El sujeto de clase media actuando entre obreros no siempre puede vencer el "complejo" de su origen, que lo impulsa a "probar" su capacidad y aptitudes ante los demás y a "probarse" a sí mismo, con proposiciones de audacia deliberada. La desesperación, la impaciencia, la rigidez en la concepción política y cierta imposibilidad subjetiva para aplicar procedimientos flexibles, parecen ser los atributos del espíritu político de estos sectores sociales.

En los procesos de liberación de las colonias y semicolonias, la actitud de estas capas es decisiva. Su pobreza a menudo es mayor que la que sufren los obreros industriales; su sensibilidad para cuestiones un tanto abstractas, como la defensa de la dignidad nacional y las tradiciones culturales, es también mayor. Son masas numerosas y por diversos aglutinantes tienden a nuclearse fuertemente. E1 punto de compactación al que lleguen —la historia lo ha demostrado— puede definir el rumbo de la política.

Nuestra clase media es tan pobre que hay que pensar dos veces para llamar "pequeña burguesía" a esos precarios comerciantes y artesanos, que forman los sectores populares de las ciudades, lo mismo que a esos industriales, o mineros, que seguramente la pasarían mejor si viesen el salario de un obrero calificado. Nada resta decir de los empleados fiscales, maestros, profesionales sin empleo y pequeños agricultores, cuyos ingresos fluctúan entre los 30 y 50 dólares al mes.

En Bolivia todo lo que tuvo significación como acumulación de riqueza fue la minería; aparte de ella ni los latifundistas, ni el comercio importador alcanzaron niveles que permitan comparaciones con los sectores equivalentes de los países vecinos. Si en el Altiplano tuvimos tres mineros poderosos, en el Oriente con Nicolás Suárez la lista consigna el único nombre que en un tiempo fue sinónimo de poder económico. La ausencia de ricos en Bolivia, no significó que la riqueza estuviese mejor distribuida, sino, simplemente, que fuimos y somos un país inveteradamente pobre, pues hasta nuestros ricos son ciertamente pobres.

Si este es el cuadro económico dentro del cual se mueve la clase media, será necesario añadir que existen fenómenos de profunda raíz nacional y cultural de vieja data, que conforman la conducta política de este vasto sector de la población. Lo cierto es que las capas medias en Bolivia siempre se definieron por posiciones populares y a veces radicales. Esta es la diferencia con lo que ocurre en el Perú, Argentina, o Chile, donde tiende a aburguesarse y aún arrastra a parte del proletariado, en ese afán de arribismo social y político. Aprismo, o radicalismo son, en último término, expresiones de capas medias fuertes, económicamente asentadas, cercanas a la burguesía, por su estilo de vida. En Bolivia no hemos tenido partidos de término medio, amortiguadores, o equilibradores. Los ensayos realizados con este propósito chocaron contra el anacronismo económico y la desesperación política, factores que excluyeron la posibilidad de soluciones reformistas.

Los últimos diez años han sido el fundente, que ha alterado la composición tradicional de la estratificada sociedad boliviana. E1 duro rostro de la Bolivia feudal, al desaparecer lentamente, ha descubierto un país con potencialidades desconocidas para el pueblo y deliberadamente ignoradas por los que tuvieron el monopolio del poder.

En esta experiencia se encuentran por igual errores y aciertos, avances y retrocesos, capitulaciones prematuras y actos de firmeza y convicción. Una revolución es un corto y fluido período de la historia. Los acontecimientos no siempre pueden ser controlados ni los errores evitados. Todo lo que importa es que los aciertos pesen más en el balance último. No todos los errores pueden cambiar el curso de una revolución, si sus alcances quedan confinados en la superestructura, es decir en el ámbito de las relaciones políticas e institucionales momentáneas. Pero la persistencia del error, transformando su eventualidad en tendencia, extiende y profundiza sus efectos. Puede darse el caso de que una falsa orientación penetre tan profundamente, que descomponga el cuerpo todo de la revolución. Si una situación política ha de conservarse, entonces, lo esencial será que no se dispersen las fuerzas que la sustentan, que el organismo no se maltrate, que se eviten los errores mayores y se corrijan prontamente los ya cometidos.

Si los bolivianos llegamos a abril de 1952 fue debido a una acumulación de necesidades de la historia, en servicio de las cuales se puso marcha una combinación de fuerzas, sin las cuales la vida nacional habría continuado girando en el círculo de las escaramuzas sangrientas y los golpes de estado. La unidad se forjó lentamente. Empezó probablemente en el Chaco. La necesidad de cambiarlo todo tuvo que convertirse en la convicción de un pueblo, cuya penosa experiencia le había enseñado que si algo se podía hacer debía hacérselo de un solo golpe, sin esperar el mañana. Revolución, en lugar de reforma. Así nació el frente, sin pactos expresos, sin acuerdos de partidos, sin publicidad; pero no por eso dejó de ser un hecho real; tan real, que demostró su fuerza sobre varios regimientos de línea. Esta alianza abarcó todo, quedaron fuera de ella solamente los pequeños círculos de la oligarquía minera, sus agentes políticos y un puñado de terratenientes. Pocas voces se vio en la historia de Bolivia un aislamiento tan grande, como el que sufrió la oligarquía en el período 1949-1952.

Pero actualmente se producen cambios inquietantes, en el cuerpo mismo de la revolución; y el observador se sentirá inclinado a admitir que ha empezado el debilitamiento. Veamos algunos hechos.

La derecha y el clericalismo ganan posiciones en las universidades, el magisterio y otros sectores (hasta los campesinos entran en sus ambiciosos planes). El arma de ataque es el anticomunismo y el objetivo ideológico es sustituir el espíritu democrático de nuestros hombres de clase media por otro antipopular, aristocratizante y racista. Los pasos están calculados, pues experiencia no les falta. Por la desmoralización quieren convencer al pueblo de la inutilidad de su causa, de la innecesidad de cualquier propósito de independencia, en el que sostienen, es un país fatalmente condenado a la anarquía y a la incapacidad económica. A estos voceadores de la derrota les gusta enfatizar que sin la ayuda americana nos habríamos muerto de hambre. La obra de demolición se realiza escrupulosamente: primero se atemoriza con el comunismo, luego se quiebra el espíritu nacional; el tránsito es del miedo a la apatía, de la apatía a la derrota.

En las universidades los cambios son más perceptibles. Si en el pasado hicieron culto y tradición de sus glorias reformistas y laicas, en el presente llevan una mezquina existencia. Unas veces, cuando se trata de causas populares, viven adormecidas por los vapores clericales, otras veces y más frecuentemente, se muestran agresivas, buscando pretextos, para manifestar a golpes su mansedumbre cristiana. Lo cierto es que hay un retroceso a 1910, ya que entonces se orientaban por un chato y pragmático profesionalismo.

No se puede desconocer que se han cometido errores diversos con las universidades, los que explican en parte la situación actual. Debiéramos decir que se las ha empujado en brazos de la reacción.

La reacción que con el retorno a la educación católica obtuvo su gran revancha contra el laicismo, ahora pasea arrogante su triunfo político sobre los escombros de nuestra educación democrática. Pero no basta que las escuelas y colegios le sirvan de semillero político; se prepara meticulosamente para asestar el tiro de gracia con la organización de la universidad católica.

Naturalmente, esto no habría sido posible si los estudiantes y maestros se hubiesen opuesto. Presumiblemente la actual y única alternativa es la de retomar las banderas de 1928, y escribir con ellas lo que el país espera: "retorno a los principios laicos y democráticos de la educación boliviana".

Otro síntoma de astilladuras, en el dispositivo de clases de la revolución, es el activo gremialismo de la clase media. Ya han habido algunos choques entre estas organizaciones y los sindicatos obreros; y sin duda late en ellas un sentimiento antiobrero, dispuesto a manifestarse en la primera oportunidad. Si es justificable y deseable la autodefensa gremial, no hay que subestimar el significado de muchos "cortocircuitos", producidos en diferentes instituciones (COMIBOL, CBF, CNSS, etc.) entre profesionales y trabajadores. Son éstos malos indicios de perturbaciones políticas más profundas

Los resultados electorales de los últimos tiempos y las tentativas putschistas, protagonizadas por estudiantes y otros grupos, son el barómetro que anuncia tempestad. ¿Qué pasa, pues, con la clase media?. ¿Qué razones se esconden en la mudanza política?. ¿Han habido errores y de qué naturaleza, para precipitar estos premonitorios síntomas?

Diremos previamente, para completar el cuadro, que mientras nuestras capas medias parecen marcar otro paso, que no es el de la revolución, la clase obrera se radicaliza más y más. Hay una especie de arritmia en el organismo de la revolución. El fenómeno aparentemente se condensa en estos dos extremos, que pueden convertirse en las mordedoras tenazas, que rompan la columna vertebral del avance social boliviano.

Ha habido errores grandes y pequeños, en el trato deparado a las clases medias por los dirigentes del Estado. Cada uno de ellos explica por separado la reacción del sector afectado. Sabemos, por ejemplo, que los pequeños mineros se sienten decepcionados por el Banco Minero, que no ha hecho todo lo que podía para convertirlos en una fuerza económica, indispensable para el desarrollo nacional y para la defensa de los intereses bolivianos, casi siempre amenazados por el gran capital extranjero. Sabemos también que la reforma agraria no ha satisfecho a los pequeños y medianos propietarios, unos porque han sido injustamente despojados y otros porque no han recibido ningún beneficio realmente positivo. Los industriales protestan porque carecen de créditos, mientras se les imponen cargas sociales excesivas; los comerciantes consideran que el sistema tributario los debilita. Los profesionales y empleados tienen demandas pendientes, los salarios son bajos y el trabajo escaso. Todos ellos piensan que el Estado los olvidó, y no son pocos los que tienen la deprimente sensación de que la revolución se hizo contra ellos. Los organismos económicos del Estado no se distinguen precisamente por su generosidad, cuando tratan con productores locales. Si es CBF, los cañeros y lecheros se quejan de los precios bajos; si es COMIBOL, o CNSS, sus deudas impagas descapitalizan a muchos industriales y comerciantes y así de seguido.

Esta política, de mano dura con la clase media, contrasta desagradablemente con las complacencias y blanduras que se tiene con los intereses extranjeros. Para estos últimos se han adoptado medidas a costa del capital local. Este jacobinismo es fuerte y tonante solamente cuando se lo descarga sobre las resignadas cabezas de la clase media.

Hablamos de "radicalismo", porque son, en efecto, "razones" de cierto tipo las que se invocan, cuando se ajustan cuentas a un pequeño agricultor, o industrial. Esta mentalidad se "cuela" en los más inusitados resquicios del mecanismo social. Los sindicatos obreros no son los únicos que adoptan actitudes intimidantes, en lo que con mala fe se ha venido en llamar "dictadura sindical", no pocos burócratas y dirigentes políticos hacen lo mismo, y hay hasta más de un intelectual que frunce la nariz, cuando se trata de capas medias.

Estos son, sin duda, errores juzgándolos por separado, pero si cada uno de ellos coincide con los demás, si lo que pasa con los industriales pasa también con los mineros, agricultores y profesionales, ¿no habrá detrás de cada desacierto una mentalidad, un "modo de ver las coas", de tal manera que estaríamos en presencia de una tendencia, de un rasgo permanente en la vida nacional?. Ya hemos dicho que los errores aislados no siempre pueden cambiar el rumbo de una revolución; pero cuando persisten, los organismos y los hombres encargados de la dirección política pueden resbalar por ellos como por un tobogán.

La situación de este sector social, de esta "pequeña burguesía nacional", nos lleva a reflexionar sobre la concepción misma de la estrategia revolucionaria; vale decir, nos remite el examen de los valores primarios de la concepción política,

En Cochabamba hay alrededor de 40 mil propietarios rurales, (los latifundistas no pasaron de ser un puñado). Muchos son los testimonios acerca de que este numeroso sector no está con la revolución o, lo que es lo mismo, el latifundismo cuenta para la maniobra política con una base social, formada por estos propietarios decepcionados. Existen igualmente evidencias de que la pugna Cliza-Ucureña es algo más que un torneo de caudillos y que, debajo de ella, hay un peligroso forcejeo entre "piqueros" y "piojaleros". Se pueden formular apreciaciones semejantes sobre industriales y mineros. Dicho sea de paso, actualmente operan solamente 1.600 minas privadas y han cerrado sus puertas cerca del 50% de las pequeñas industrias. He aquí la base del malestar.

Bien. ¿Qué piensa la revolución del capital nacional, qué papel le asigna a la burguesía nacional, o a las capas que debieran convertirse en esa burguesía?. Este es el meollo de la cuestión.

Radicalismo epidérmico

Estos tópicos han encontrado respuestas diversas, resumibles en la más general y repetida: la revolución está respaldada por obreros, campesinos y clase media. Esta última ha sido objeto de discriminación por dos limitaciones: empobrecida, o radicalizada. ¿Por qué solamente el sector empobrecido, cuándo, o cómo se debe hablar de empobrecimiento? Y en cuanto a radicalización, ¿de qué se trata?. Los estudiantes que atacan a piedras las manifestaciones obraras, están "radicalizados" a la manera clerical y derechista; esa masa de "gentes de clase media", que vota por la oposición de derecha, también está radicalizada y en Santa Cruz (comiteísmo) y en Cochabamba, (incendio de las oficinas de Tránsito en 1961), demuestra que empieza a acabársele la paciencia y busca medios de expresión más contundentes que los votos.

Dejando de lado las excepciones limitativas, empobrecimiento, radicalización, que nada dicen, es notorio el olvido de industriales, agricultores, etc., no importa si grandes, o pequeños, con lo cual estaríamos ante una extraña hipótesis: ¿se desea, en efecto, que estos sectores no sean comprendidos dentro de la revolución y deben quedar, por tanto, fuera de ella? ¿La exclusión significa esto? Lo que importa en política no es tanto lo que está dentro como lo que queda fuera, pues, al fin de cuentas, no hay tendencia política en el mundo que no trate de ganar mayor número de amigos, o reducir a la neutralidad a los adversarios.

La enumeración excluyente y rígida de las fuerzas que intervienen en la revolución, ya es de suyo radicalista. El fenómeno es complejo. He aquí algunas de sus facetas: El radicalismo como expresión de masas se alimenta de la decepción. Lo que ocurre en ciertos centros de COMIBOL —a modo de ejemplo— donde los salarios, pulperías, condiciones de trabajo no satisfacen a los obreros, explica la aparición lógica de actitudes radicales, tan próximas a la desesperación, si no son la desesperación misma. Como expresión política, que tiende a plasmarse en la teoría y el "planteamiento", nace en cenáculos más o menos intelectuales, desde los cuales se lo inocula en las masas obreras. No representa tanto el descontento de éstas, como la impaciencia de sus creadores.

El sectario adopta una actitud, en la cual pesa más el dogma que la vida. Intelectualmente anulado por el dogmatismo, yace sobre los principios a los que cree, sentimentalmente, defender. No piensa: siente. Es bueno como soldado en la trinchera y malo en el estado mayor. Las revoluciones de todos los tiempos han sufrido duros golpes a manos de éstos, a quienes Lenin satirizó diciendo que imaginaban la revolución como la Perspectiva Nievsky, la recta y ancha avenida de la capital zarista.

Este sectarismo radical, epidérmico, sentimental, en Bolivia ha dado reiteradas pruebas de incapacidad intelectual. Puede buscarse en toda la literatura nacional dedicada al examen de nuestra realidad alguna evidencia en contrario; y todo lo que se hallará son piezas de divulgación doctrinaria de mediano valor. Si nuestros intelectuales avanzados no alcanzaron la fuerza creadora de los autores de "7 Ensayos" y "Educación y Lucha de Clases", en lo que se refiere al Perú y Argentina, es sombrío el achatamiento de la intelectualidad de izquierda, que en otro tiempo tuvo puntos de apoyo tan formidables como Mariátegui y Ponce. E1 dogmatismo sin duda tiene mucho que ver con este fenómeno; y si alguien dudara de ello convendría recordar que algún historiador de ultramar acusó a Mariátegui de "populista", porque no le parecieron suficientemente marxistas algunas de sus tesis de interpretación histórica. E1 dogmatismo, sectarismo en materia de ideas, sofocó y descorazonó a muchos investigadores, que prefirieron no correr el riesgo le la represión política, o la agresión intelectual.

Para los que no tienen la pasta de Mariátegui, el trabajo se reduce a repetir conceptos extraídos de un fondo de ideas clásicas. La pereza y el temor de esta actitud los convertirá en menesterosos de 1a ideología, resignados a su estado de dependencia intelectual.

E1 talón de Aquiles de todo intelectual en función política es perder el sentido común y caer en el esquema. Muchas revoluciones dejaron de hacerse por ello. Muchos partidos de izquierda vegetan por 1a misma causa. No hay nada más importante ni nada más peligroso que un ideólogo de izquierda. Mientras su mente la tenga más fresca, menos influenciada por el "planteo teórico", mientras razone con el rigor lógico de un obrero y sea capaz de sistematizar conclusiones en el nivel de una formación cultural superior, entonces y sólo entonces se desempeñará en función dirigente.

Nuestro radicalismo, vástago de la clase media, como postura intelectual y actitud política es responsable de las hesitaciones y retrocesos de la propia clase media. Tiene un amplio espectro de consecuencias, algunas de las cuales serían:

—La división de las fuerzas de la revolución, la desubicación de la burguesía y pequeña burguesía;

—La confusión en los objetivos centrales de la estrategia (programa);

—La adopción de procedimientos políticos innecesariamente violentos, jacobinos, arrogantes;

—La predisposición a la esterilidad teórica, al encasquillamiento del pensamiento, a la superficialización del análisis.

Las confusiones en el planteamiento político general cuando se trata de un partido actuante con responsabilidades de poder, se traducen en desplazamientos y represiones de unos sectores por otros y en sobrevaloraciones, que importan a su vez pretensiones y discriminaciones.

En Bolivia el asidero del sectarismo de izquierda no se encuentra en los grupos de la izquierda, que actúan al margen de los mecanismos políticos de la revolución, cuyo peso es mínimo; se trata más bien de una mentalidad que ha percudido el cuerpo de la revolución y embota la capacidad perceptiva de muchos dirigentes. Su impacto mayor hasta hoy alcanzado ha sido aislar políticamente a la clase media, debilitarla económicamente y excluirla del proceso de desarrollo económico.

Es necesario, por tanto, insistir en el papel de las capas medias, admitiendo que, si se trata de encontrar "su" lugar, no es por la necesidad de ganar un aliado más, cosa importante sin duda, pero menos importante que conocer con exactitud el camino que debe recorrer la revolución.

Quienes se han dedicado a analizar estas cuestiones apuntan que las capas medias son indispensables en las revoluciones democráticas y sus muchas variantes y en las socialistas. En unos casos los objetivos aglutinantes son antifeudales y antiimperialistas; en otros se buscan soluciones socialistas, para la transformación de la economía y la vida social, pero en todas las situaciones constituyen el ejército de acompañamiento, la "reserva" del proletariado, su aliado inmediato. Así diremos que los obreros bolivianos en la medida en la que se han alejado de este aliado, han perdido fuerza política.

Estamos afirmando sin dada un lugar común, como comunes son todas las elementalidades políticas. Pero la experiencia histórica se presenta a veces reticente, para los hombres que hacen política, que no siempre pueden seguir sus enseñanzas, porque sometidos a presiones, buscan soluciones para hoy perdiendo la perspectiva de mañana. Es triste la reflexión del que examinando las cenizas de los acontecimientos inquiere en su conciencia la razón del torpe proceder. No hay peor incongruencia en política que obrar por error con conocimiento de causa. La revolución latinoamericana no dará un paso sin las capas medias. Perón, a pesar de su CGT, fue derribado por una clase media enardecida desde sacristías y bufetes petroleros. Arbenz cayó, entre otras presiones, por la estudiantil. Castro hizo una revolución con la clase media, sin el concurso inicial de los sindicatos obreros.

Por los fueros del sentido común

En Bolivia se ha producido una revolución, insuficientemente estudiada por los latinoamericanos y menos conocida aún por los grupos tradicionales de izquierda, que se dejaron vencer por sus prejuicios, ante una realidad que desde el primer momento no encajó en el esquema clásico. Lo hecho, hecho está y el camino recorrido no podrá desandarse. Pero a una revolución, sin llegar a ser aplastada por la contrarrevolución, le pueden suceder muchas cosas. Puede no resolver prontamente los problemas fundamentales de la vida nacional, puede encostrarse, estratificarse, prematuramente; puede ser frenada desde dentro, en lugar de ser detenida desde fuera; puede debilitarse gradualmente hasta languidecer, creando un estado de cosas con el cual estarán conformes los enemigos de ayer e incapaces de hacer algo los revolucionarios de hoy. Puede haber una incontrolable división y confusión, que destruya y anule toda forma de conducción organizada; puede, en fin, perderse la perspectiva de modo tal que el movimiento campesino derive en bandolerismo, o el sindicalismo minero en guerrillas anárquicas y el movimiento popular de las capas medias, en las ciudades, en grupos de agresión fascista.

La palabra crisis está de moda en Bolivia; se la aplica a casi todas situaciones con un valor semántico, más o menos correcto. Parece haber llegado el momento de hablar de una crisis ideológica nacional, complejísimo tema digno de abordarse en trabajo especial. E1 origen de todas las confusiones y de los problemas fundamentales no resueltos, es casi seguro que se encontrará en una situación de indefinición ideológica. Una ideología no se construye de un día para otro. Es un lento proceso, en el que las realidades nacientes de un pueblo imprimen su huella en el pensamiento social y nacional, el que, a su turno, determinará nuevos cambios.

Pero mientras los valores ideológicos se mueven más lentamente, hay un fluir incesante de necesidades en la pragmática revolucionaria. Existen problemas apremiantes, que no pueden ser postergados por más tiempo. Es necesario encontrar un pronto alivio a la sofocante miseria, que paraliza y asfixia a los bolivianos. Una tarea que ha sido resuelta, o ha quedado pendiente, influirá insensiblemente en los grandes rumbos de la revolución, lo mismo que en el pensamiento y los sentimientos del pueblo; dicho de otro modo, repercutirá en la esfera de la ideología. Hoy los problemas bolivianos pueden ser reducidos a un solo nudo y resumidos en un concepto: capas medias.

Para mejorar los niveles de vida hay que producir más y para producir más se necesitan ciertas condiciones institucionales, políticas y psicológicas. Hay un punto de partida constituido por la visión previa, la que, en lo posible, deberá estar libre de esquemas mentales, doctrinaristas y pretenciosos y de los viejos hábitos de razonamiento liberal. Hay que aumentar la producción minera con el esfuerzo fundamental de la minería pequeña sin debilitar a COMIBOL, para lo cual habrá que revisar la política de fomento y créditos; como la producción agropecuaria se encuentra engrilletada por el minifundio, será indispensable, aplicando el sentido común, volver los ojos hacia la propiedad mediana, único soporte de la producción cuando sobrevienen las transiciones de la reforma agraria; hay que salvar la industria elevando los niveles productivos, comprendiendo que ésta es una cuestión más de sentido común, que de razonamientos de alta economía política.

E1 Estado en función de empresario, poseedor de cerca del 70% de todo el activo nacional, no puede continuar soportando tan tremendo peso. Es indispensable incentivar todas las fuerzas sociales medianas y pequeñas, que puedan jugar un rol constructivo. En suma: es cuestión de vida o muerte, ampliar la base económica de sustentación del Estado; y para ello no hay otra forma que movilizar los sectores medios de la sociedad.

La única respuesta descubierta por el ingenio humano contra la pobreza es el desarrollo. Pero hay una profunda diferencia entre lo que se entiende por desarrollo en una sociedad estancada en los moldes capitalistas y la idea que se tiene de él y los medios disponibles para promoverlo, en otra que vive transformaciones dinámicas.

En el primer caso el desarrollo tiene lugar sobre el estancamiento, y no pretende más que transformaciones cuantitativas relativas; en el segundo se buscan modificaciones cuantitativas y cualitativas. En el primer caso se construye sobre la vieja base y con los recursos humanos, financieros y técnicos tradicionales; en el segundo, se parte de bases nuevas, tratando de llegar a resultados nuevos.

En el fondo del fenómeno puede resultar que con el desarrollo se pretenda consagrar el estancamiento; o, de acuerdo a la diferencia señalada, acabar de salir totalmente de él.

En una sociedad que se transforma dinámicamente hay un vasto conjunto de recursos humanos, que aplicados al desarrollo impondrán un tonismo de energía popular, audacia técnica y gran perspectiva, en el sentido de reforzar los rumbos independientes de la vida social y económica.

Ahora se trata de saber si los bolivianos podrán poner en marcha el mecanismo nacional, para acelerar el desarrollo. En el esfuerzo a iniciarse cualquier exclusión sería peligrosa; y mucho más si con ella se llegara a anular la acción de un sector, tan importante, como la clase media.

Hay que fomentar la acción del capital nacional, por pequeño que sea y allí donde se encuentre. Esta "línea" de la economía no significa debilitar, o excluir el desarrollo de la empresa estatal. El Estado no debe perder el control sobre los recursos básicos mineros, sobre la energía, sobre el comercio exterior y sobre determinados sectores del transporte. Los distintos tipos de economía pueden combinarse armónicamente; tal el caso de la propiedad agrícola mediana y las cooperativas en el campo.

Pero lo que importa para desarrollar los sectores privados de la economía, de acuerdo a las características de la empresa privada tradicional, dentro de un plan de conjunto, de modo que se amplíe la base económica de sustentación del Estado, no es solamente eliminar el sectarismo, o radicalismo de izquierda en el planteamiento político y en la práctica, sino eliminar igualmente el pensamiento liberal. Aparentemente hay una paradoja: para desarrollar la empresa capitalista en Bolivia, no se debe proceder con mentalidad liberal y capitalista.

Entre los extremos hay un punto medio, que en cada situación solamente el sentido común puede señalárnoslo. En Bolivia nos hace falta una revolución con menos ditirambos doctrinalistas y más sentido común. Si en el centro se sitúa el sentido común, los extremos, que se deben evitar, son el radicalismo de izquierda y el pensamiento liberal.

*Publicado como introducción a un folleto de Carlos Serrate sobre el tema y también en la revista Canata de la Alcaldía de Cochabamba.

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