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Las vigentes lecciones de España

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A 77 años de la revolución española

Andrés

En la ciudad faltaba alimento y energía eléctrica. Los bombardeos con artillería pesada sobre la retaguardia y la presión feroz sobre el frente, habían producido que regimientos de soldados retrocedan incesantemente y se amontonaran incluso en las paradas del metro.

Después de la desastrosa campaña del Ebro, la moral del ejército y de la masa trabajadora estaba por los suelos. Finalmente, el 23 de enero de 1939, Cataluña, el foco principal de la Revolución española, cayó en manos del ejército de Franco. Militarmente perder Cataluña no era de importancia estratégica, pero sí lo fue en el ámbito político. A partir del momento, la agonía de la II República era imparable…

La revolución española, que dio comienzo el 19 de julio de 1936, es una experiencia invalorable para la clase trabajadora mundial y para la izquierda que se considera revolucionaria. Es que las derrotas son así. Muestran descarnadamente la validez, insuficiencias, caducidad o falsedad de los programas políticos puestos en acción por las fuerzas sociales en el escenario histórico. No obstante, resulta llamativo que ni el movimiento obrero mundial ni la izquierda contemporáneos pongan su mirada en las lecciones estratégicas que arrojó la experiencia española. Esta “desatención” parece tener dos causas. Una primera causa histórica: después de la derrota de la clase obrera española en la guerra civil por el franquismo y en la guerra política por el estalinismo, el movimiento obrero revolucionario tuvo que afrontar el desastre de la Segunda Guerra Mundial y a partir de ahí, muchas de sus conquistas y banderas políticas fueron simplemente defenestradas por el imperialismo y por ese monstruo de cien cabezas engendrado por la burocracia de la Unión Soviética. La segunda razón siendo que está íntimamente ligada a la primera, es también desde cierto ángulo, coyuntural: se refiere a la extrema debilidad actual de la vanguardia revolucionaria a nivel internacional, pese a las emergencias populares y obreras que se están dando en todos lados como resultado de la lucha contra la crisis capitalista.

El entramado político de la revolución española se compuso de varias fuerzas políticas y sociales en disputa, una disputa de tal profundidad y agudeza que, al final, la política no tuvo más camino que hablar el lenguaje de las armas en su máxima expresión: la guerra civil. Si bien esta guerra dividió al país en “dos bandos”; el “nacional” y el “republicano”, las mejores lecciones de esta experiencia se las puede hallar analizando con cuidado las fuerzas políticas actuantes en este último. Aunque hubo varios partidos funcionando en el bando republicano, siguiendo a Trotsky, se pueden agrupar tres tendencias principales; el democratismo burgués, el anarquismo y el socialismo revolucionario, y sólo dos programas: el menchevique y el bolchevique. Esto es, la revolución por etapas versus la revolución permanente.

Dos cosas planteó el menchevismo (al que ahora le dicen socialismo del siglo XXI, socialismo comunitario, indigenismo, la tercera vía, la vía nacional y popular y todo ese largo etc.) durante la guerra civil española: a) las transformaciones sociales empujadas por el pueblo español y sobre todo por su clase obrera, no podían más que resolver tareas estrictamente democráticas (reparto de tierras, extensión de las instituciones burguesas, industrialización, etc.) y, b) la revolución no era el asunto principal de la situación política, sí lo era concentrar todos los esfuerzos por vencer —militarmente— al ejército de Franco. En su lógica, todos los esfuerzos de la clase obrera por salirse de los márgenes “democráticos” de la lucha social era anticipada y nefasta por lo que había que combatirla con todas las fuerzas. Este era el marco social del balance del partido comunista, del partido socialista e incluso de la dirección anarquista, que les llevó a su obvia conclusión política: había que sellar acuerdos con la burguesía “democrática”.

Por su lado, el programa bolchevique sintetizaba los aspectos trascendentales de la teoría de la revolución permanente, en; a) las tareas democráticas (por ejemplo liquidar el latifundio en el campo) no se pueden resolver si el poder no pasa a manos del proletariado en alianza con los campesinos, b) los métodos de la revolución socialista, son los únicos capaces de convertir a la masa campesina en firme aliado de la revolución y en fiera enemiga del fascismo, y c) los problemas militares que planteó la guerra civil, están subordinados a la dirección política de la revolución y no separados de sus principales tareas.

El desarrollo rápido y brutal de los acontecimientos —como no podía ser de otro modo en una guerra civil—, allanó el camino para que uno de los dos programas se imponga en el bando republicano. Finalmente, los partidos mencheviques impusieron su dirección política y con ello condujeron a la derrota militar a los trabajadores. De por medio, las corrientes políticas vacilantes —que oscilan entre la revolución y el reformismo— fueron simplemente aniquiladas. Una de ellas, el anarquismo, no pudo nunca más y en ninguna parte del mundo, tener la fuerza que alguna vez gozó en España. Ni duda cabe, la lección más importante de este dantesco como maravilloso suceso histórico es que aun contando con una clase obrera sacrificada y con gran conciencia de clase (Trotsky apuntaba que los obreros españoles de 1936 que fueron derrotados, tenían mayor grado de conciencia que los obreros rusos de 1917 que sí consiguieron la victoria) si en un período tendiente a la revolución no está presente la subjetividad condensada de la clase, el partido revolucionario, no es posible hablar de victoria.

A 77 años de aquella revolución, vivimos una época de grandes convulsiones provocadas por la agonía mundial del sistema capitalista. En uno y otro lado (Medio Oriente, Europa del Sur, América Latina), las masas ya han dado muestras enormes de disposición para la lucha, pero más que nunca se visibiliza la ausencia de una real dirección revolucionaria para dar una salida anti-capitalista a los levantamientos. En el siglo XX, España planteó con la mayor crudeza esa ausencia que aun arrastramos hasta nuestros días: “Los cuadros revolucionarios actualmente se agrupan bajo la bandera de la IV Internacional. Ha nacido bajo el estruendo de la derrota, para conducir a los trabajadores a la victoria”, decía el fundador de la IV.

Sus sucesores tenemos que luchar por materializar en todos sus términos esa voluntad. Será la luz en el camino de un largo ciclo de derrotas del que hasta ahora no nos podemos sacudir.

Masas N° 2318 del 19/07/2013 Órgano Central del Partido Obrero Revolucionario (POR)

http://www.masas.nu/Boton-Masas/Masas%20pdf/Masas%202318.pdf

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