Xiconhoca
sábado, 30 de mayo de 2020
La primera de las cuatro veces que estuve en Mozambique fue en 1976, apenas un año después de la independencia. El país estaba cerrado y aislado, rodeado por Sudáfrica y Rodesia (hoy Zimbabue), Estados neocoloniales en los que reinaba el apartheid, a los que se adelantó la guerrilla del Frelimo, encabezada por el carismático Samora Machel.
Antes de la independencia en 1975 —que se precipitó por la “Revolución de los Claveles” en Portugal, el Frelimo ya había liberado tres de las 10 provincias de este país que se extiende sobre el océano Índico, frente a Madagascar. A pesar de que Mozambique carecía de infraestructura caminera en aquella época, las vías de tren lo atravesaban paradójicamente de manera perpendicular, para sacar de Rodesia y Malawi las riquezas minerales a los puertos de Beira y Nacala y llevaras a Europa.
El país recién liberado del colonialismo portugués no sólo tenía enemigos externos, sino también internos: los xiconhoca. La palabra estaba de moda en 1976 para referirse a los traidores, parásitos y enemigos internos incrustados en el aparato del Estado que respondían todavía a los intereses de la administración colonial para realizar sabotajes y poner piedras en el camino de la independencia.
Me vino a la memoria la palabra xiconhoca al leer las noticias sobre el golazo que le metió al exministro de Salud uno de sus propios colaboradores, que anteriormente había servido al régimen del MAS.
Al margen de lo que decida la justicia y de la presunción de inocencia, es un hecho que el exdirector jurídico del ministerio de Salud, Fernando Valenzuela Billevicz —hijo de un militar muy cercano a Evo Morales, habló durante 16 minutos con la exministra Gabriela Montaño el 19 de mayo, horas antes de ser detenido por el caso del sobreprecio de los respiradores.
Para curarse en salud (valga la expresión en tiempos de Covid-19), antes de que el hecho fuera revelado, Montaño declaró que “por razones políticas” se iba a tratar de implicarla en la corrupción de los respiradores.
Un gobierno de transición no puede (ni debe) hacer grandes cambios en la estructura del Estado, pero es muy difícil trabajar con funcionarios que durante 14 años trabajaron para el MAS, a quienes obligaron a afiliarse a ese partido político, a ceder parte de sus salarios, a asistir a manifestaciones para deificar a Evo Morales, a pintar consignas en los muros y empapelar el país con la cara del gran impostor. Muchos funcionarios del Estado son eficientes técnicos y profesionales sin filiación partidaria, pero en niveles de decisión el gobierno tiene derecho a colocar a personas de confianza.
No quiero ni pensar en la cantidad de burócratas puestos por el MAS que están en permanente contacto con exministros o dirigentes masistas y reciben consignas para hacer que el gobierno “pise el palito”. Los xiconhoca abundan en este gobierno y en el próximo gobierno con seguridad seguirán ejerciendo pequeños y grandes sabotajes, porque su lealtad es con el gobierno que los mantuvo en sus puestos durante más de una década.
Aunque todo gobierno tiene el derecho de rodearse de gente de confianza, esto es más difícil en un gobierno compuesto por una coalición de fuerzas políticas y de sectores independientes, como es el caso en Bolivia. Los xiconhoca aparecen debajo de las piedras, como alacranes. También están en las calles, en juntas de vecinos, en sindicatos de transportistas, en grupos de gremiales que ocupan ilegalmente las calles de las ciudades y falsifican permisos de circulación.
Esa es la base social de Evo Morales, quien sin ninguna restricción del gobierno argentino, continúa jalando los hilos de sus títeres en Bolivia para que su gente lance piedras contra las ambulancias que van a salvar vidas, que llenen las calles de El Alto para provocar a la Policía, que insulten a los médicos y enfermeras, o que bloqueen los caminos por donde transitan brigadas de salubristas. Es inhumano y es asquerosamente despiadado.
La estrategia es clara: impedir que se hagan elecciones porque se saben perdedores. Por un lado, el MAS pide públicamente elecciones cuanto antes a través de sus parlamentarios y de su mediocre candidato presidencial, pero por otra parte circula por debajo consignas para que la gente salga a las calles y el contagio del coronavirus se propague, obligando a reforzar los protocolos de seguridad. En la medida en que haya más contagiados y más muertos y se violen las normas de prevención, el MAS logrará la postergación de las elecciones y el desgaste del gobierno. Ese es su objetivo.
Puede parecer una estrategia perversa, porque pone en la línea de fuego a la población más vulnerable, pero eso al MAS nunca le ha importado. Mientras tanto, los xiconhoca seguirán actuando en la sombra del aparato del Estado, con un juego doble y embozado muy peligroso para el país.
@AlfonsoGumucio es escritor y cineasta.
(Publicado en el periódico Página Siete el 30 de mayo de 2020)