tribuna
Jorge Artunduaga Rojas, de Colombia
La Patria Grande soñada por Bolívar (el mitificado y el desmitificado, no importa), el lugar donde cualquier latinoamericano no se sienta extranjero ni ilegal ni perseguido; ese lugar soñado no existe, porque los intereses de los dueños de poder de aquellos años de la emancipación del yugo hispano, eran más importantes que unirse. Conservar los privilegios, antes gozados durante la corona española, pero luego como jerarcas del terruño, era lo más importante y lo sigue siendo hasta hoy.
Pero, qué está pasando con los habitantes de las diferentes naciones americanas y, sobre todo, qué está pasando en las diferentes ciudades de Colombia y de casi toda América del Sur con la llegada de cientos y miles de venezolanos, precisamente de la cuna del Libertador, del que soñó esa Gran Patria sin fronteras; qué está pasando con aquella gente que sale de su país precisamente de donde se intentó construir una comunidad de países que convergiera hacia esa soñada idea de Bolívar, la Alianza Bolivariana para los pueblos de América (ALBA), donde en base a la solidaridad se trate de eliminar las asimetrías de los países componentes.
Según el diario colombiano El Tiempo, en una crónica de febrero del pasado año, más de medio millón de venezolanos ingresaron a Colombia, muchos de ellos en tránsito a otras naciones del sur. Según el periódico español El País, durante el primer semestre de este año llegaron a Ecuador 454 mil venezolanos, quedándose allí, 72 mil; el resto continuó viaje hacia Perú, Chile y Argentina. El mismo periódico dice que a comienzos de agosto llegaban diariamente al Ecuador 4.200 venezolanos, lo que significa que más de esa cantidad de personas habrían transitado antes por Colombia, muy posiblemente por Cúcuta y Bogotá.
En Bogotá, el sitio donde los migrantes venezolanos son más visibles es el Transmilenio, transporte público y masivo, sobre superficie y compartiendo las calzadas con vehículos particulares y otros públicos, aunque en vías preferenciales y exclusivas, similar al metro (sistema de transporte urbano con trenes generalmente subterráneo). Es en ese medio de transporte donde suben, uno a uno, venezolanos que se presentan y dan su explicación del porqué tienen que hacer esa acción “ilegal”, así dice la mayoría, de pedir un aporte voluntario, es decir una limosna a los pasajeros.
La mayoría de los migrantes venezolanos ya cuenta con alguna mercadería, generalmente golosinas, para intercambiar por algunas monedas que les sirvan para comer o pagar el camarote (alojamiento barato) donde puedan descansar luego de las muchas horas de repetir su historia; los pocos no tienen nada que ofrecer más que su historia, siempre desgarradora, llevando niños a cargas, sobre los hombros o en brazos… muchos de ellos luciendo con orgullo, en una gorra u otra prenda de vestir, la tricolor de su patria que quedó atrás.
“Soy de los que repito mientras resisto / este maldito sistema encabezado por Diosdado /cuánto quisiera pisar mi suelo venezolano (…) No sabía qué es ser odiado ni el significado de xenofobia / hasta que me tocó emigrar a mí. / Seguiré pateando el asfalto / sin dejar pasar por alto todas las molestias que les causo. / Lucharé por mi familia hasta quedar exhausto. / El que entienda este mensaje regáleme sus aplausos.”
La solidaridad de los bogotanos no se deja esperar: cuando cantan o realizan algún acto viene primero el aplauso seguido de la ayuda económica, y cuando solo reciben los testimonios pasados o recientes, muchos no escatiman su aporte que aplacará las necesidades más urgentes mientras buscan un medio más sustentable para sobrevivir o juntan lo necesario para continuar viaje a otro destino. Sin embargo, algún desventurado migrante, previendo la indiferencia y tras recibir los aplausos concluye: Si no tienen dinero no se preocupen, yo tampoco lo tengo.
“Soy venezolano, tengo 17 años y sé que estoy haciendo algo ilegal (pedir limosna), dice un joven que tardó mucho en animarse a hablar en voz casi perdida en medio del ruido de la máquina del transporte. Apenas abordó el bus, resopló más de una vez, sacando el miedo y dándose coraje ante los pasajeros: es la primera vez que subo a un Transmilenio para pedir su ayuda; mi hermano de 14 años no come hace dos días, pero logré que duerma en un camarote mientras yo tengo que pasar las noches en las calles; disculpen ustedes por molestarlos, pero no tengo nada que ofrecerles… ayúdenme y que Dios los bendiga.”
Otros jóvenes que salieron desesperados, que según los gobernantes no tenían por qué hacerlo porque en Venezuela no falta nada, tienen más labia y brindan, como seguramente lo hicieron en su patria, sus habilidades, como un muchacho que compuso un rap a su existencia.
“Esto es por los que están y por lo que se fueron / por lo que se quedaron, lucharon y murieron / por los que se mantiene con el corazón sincero / porque saben que los cambios vienen del pueblo primero. / Por lo que diariamente quieren un país mejor (…) Por esos inmigrantes que se van de Venezuela / porque esta no es la Venezuela que vivió mi abuela / porque aquí nos reclaman que seamos como Uruguay / pero por lo menos papel higiénico allá sí hay…”
Hay grupos que antes de llegar a la gran ciudad, caminan kilómetros en fila india, arrastrando maletas, cargando niños, dejando atrás sus desesperanzas con la ilusión de encontrar un lugar utópico, un sitio que los dignifique en el momento menos pensado.
Poco a poco algunos se van estabilizando, pero a costa de la explotación. Una amiga nos contó que en un taller mecánico donde frecuenta, desde hace un año todos los operarios son venezolanos, donde el propietario les paga 25 mil pesos colombianos diarios, algo más de 8 dólares, pero sin derecho a nada, es decir sin derechos laborales, servicio de salud ni vacaciones. La flexibilización laboral, introducida en el auge del neoliberalismo de los años 80, ahora es más salvaje con los migrantes, los que nada pueden reclamar ni ante nadie, porque muchos tienen calidad de turistas y legalmente están en tránsito, por lo que si son encontrados trabajando, estarían realizando una acción ilegal, pudiendo ser expulsados del país.
Si bien la solidaridad es admirable, los mismos que se conduelen con los desvalidos venezolanos reflexionan sobre las consecuencias que habrá en el futuro inmediato para el trabajador colombiano que poco a poco va siendo sustituido por los recién llegados que trabajan por menos remuneración, dando así inició a una cada vez más creciente desocupación.
¿Cuántos de estos migrantes obligados están indocumentados? Lo paradójico de esta crisis migratoria es que en la mayoría de los países sudamericanos no se exigían visa ni pasaporte para transitar por ellos, en un lapso máximo de tres meses, siendo únicamente Venezuela, país el que la que sí lo exigía, pero ahora, Ecuador suspendió ese derecho.
A fines de enero de este año, en una estación del Transmilenio, mientras la Policía hacia una requisa, dos venezolanos fueron agredidos e insultados por miembros de esa institución del orden. Los dos migrantes fueron detenidos, lo mismo que una persona que grabó el incidente, mientras varios transeúntes que circulaban en el sector, gritaban a los policías: “abusivos, xenófobos”[1].
Así va la situación de la mayoría de los venezolanos que tuvieron que emigrar de su país, que según estimaciones de las Naciones Unidas, ya llega a tres millones y puede llegar a fin de año a cinco millones; grueso desesperado que no tuvo más remedio que aventurarse a probar mejor suerte fuera de su país para no seguir pasando penurias en el suyo.
[1] https://www.minuto30.com/video-policias-son-acusados-de-abuso-del-poder-xenofobia-en-una-estacion-de-transmilenio-en-bogota/772814/