El oficialismo masista necesita de la construcción de un gran aparato de símbolos con la finalidad de mantener latente la fidelidad y el apoyo de grandes sectores de los pobladores de campo, uno de los pilares de esa construcción es que en este mundo capitalista decadente lo único que queda como reserva moral son los valores del movimiento campesino–originario, cuyo representante natural es el presidente indígena Evo Morales. Las cumbres que el gobierno ha organizado con gran derroche de recursos económicos y un aparato publicitario impresionante estaban orientadas a mostrar a Evo Morales como el líder universal de los indígenas del planeta, se ha esmerado en traer delegaciones de indígenas de todos los continentes y países ataviados de sus vestimentas originarias y resaltando su expresiones culturales.
En esta línea, por ejemplo, en tres oportunidades, se han hecho dos posesiones del presidente indígena, una llena de simbología originaria en Tiwuanacu donde curiosamente es coronado como un monarca con corona, cetro y capa real, vestido a la usanza de los incas del pasado; otra, al gusto de los k’aras, en el Palacio Legislativo, jurando respetar y hacer cumplir la Constitución del Estado burgués plurinacional.
Los oficialistas han hecho muchos esfuerzos por mantener la figura del Presidente como inmaculada y lejos de los brotes de corrupción en diferentes niveles de la administración del Estado; sin embargo, ya en el escándalo del Fondo Indígena se ha puesto en entredicho eso de la “reserva moral” del movimiento indígena y del propio presidente frente a la indisimulada protección de los elementos indígenas más próximos al entorno palaciego como Nemesia Achacollo, por ejemplo. Pero el golpe mortal que ha desmitificado completamente la imagen de Morales ha sido la denuncia en torno a los problemas de alcoba de éste con su ex pareja Gabriela Zapata, vinculado al uso de influencias para la firma de contratos millonarios con la transnacional china CAMC.
A pesar del esfuerzo hecho por García Linera, Juan Ramón Quintana y otros para proteger la imagen del Presidente, ambos escándalos han puesto al desnudo la pobreza moral e intelectual del gobernante y de sus cercanos colaboradores: declaraciones improvisadas y llenas de contradicciones que lejos de disipar las dudas lo único que hacían es confirmar las sospechas, uso abusivo de la prepotencia contra los opositores al gobierno, ataques a la prensa que se ha atrevido a seguir de cerca de manera independiente el escándalo, etc. Este escándalo ha alimentado el morbo de la gente que —cada día— acudía con avidez a las redes sociales, a la prensa televisiva, escrita y oral, para ver qué nuevos elementos aparecían en esos apasionantes capítulos de una telenovela de mal gusto al estilo mexicano.
Estamos viviendo el agotamiento del Estado burgués, hoy presentado por el oficialismo como un nuevo Estado plurinacional. Ni nuevo ni esencialmente diferente del viejo estado liberal burgués. Las manifestaciones de su agotamiento y descomposición se expresan en la imparable corrupción en todos los niveles de la administración. Muchos señalan que la dupla Morales-García Linera no quiere ni puede dejar el control de este Estado por el temor de que, a partir del 2019, se destapen los hechos más horrendos de corrupción y del manejo arbitrario de la cosa pública.
La caída del ídolo de barro, con todo el aparato de símbolos, tendrá consecuencias en el seno de oficialismo e impulsará al proceso de emancipación política de amplios sectores de la población que se encontraban rezagados con referencia a los sectores más radicalizados que, en el último referéndum, le propinaron un categórico puñetazo en el rostro de Evo Morales.
Masas 2437 del 11/03/2016. Órgano oficial del Partido Obrero Revolucionario (POR)