Economía de papel
Alberto Bonadona Cossío
La Paz, Página Siete, sábado, 12 de marzo de 2016
Bolivia es una isla. Por supuesto no de aquellas rodeadas de agua. Figurativamente, Bolivia o más propiamente su economía se encuentra en medio de un mar agitado y turbulento de países cuyas economías se ven seriamente desequilibradas por la pérdida de dinamismo de la economía china, mientras que esta pobre y atrasada economía camina estable sobre las mismas aguas que agitan a sus vecinos.
Tal entorno no deja a los bolivianos impávidos, pero creo, con toda mi convicción, que hay que tranquilizarse en medio del fragor. Como nunca en la historia, Bolivia está preparada para la crisis. No porque esté blindada (tal cosa no existe), sino porque cuenta con dos fuertes soportes: grandes reservas internacionales y la bolivianización.
La lectura que hacen los economistas de organismos internacionales de una economía como la boliviana se fundamenta en lo que dicen los textos de macroeconomía o en sus manuales mentales. No ven qué ocurre frente a sus ojos. Algo similar se puede decir de varios economistas bolivianos que se unen al coro internacional y exclaman que es hora de devaluar el boliviano.
También están los productores que defienden sus intereses y quieren protección. Siempre la quieren y la tienen con precios de los hidrocarburos subvencionados. Más allá es glotonería.
Piénsese por un breve momento que las autoridades, por responder a esa vocinglería, decidan devaluar el boliviano en un centavo. La respuesta de una gran masa de bolivianos que tienen cuentas bancarias en moneda nacional se agolparían en las puertas de los bancos para exigir su dinero.
Acto seguido, cambiarían la moneda nacional por billetes verdes, del corte que tenga el banco, y se llevarían esos dólares a casa para guardarlos debajo el colchón. En un brevísimo plazo la bolivianización sufriría un infarto que la dejaría en agonía. Las reservas caerían considerablemente, pero no al punto cero porque, recuérdese, son más abundantes que nunca. Sin embargo, estarían gravemente heridas y con un desangre permanente.
El ciudadano de a pie, aquel que vive con su sueldito en bolivianos, compra con bolivianos y éstos se le acaban en menos de un mes, vería esos movimientos de bolivianos a dólares como extravagancias de ricos.
Este humilde ciudadano común sentiría la medida en los precios de los productos que compra con su sueldito, porque la devaluación haría que los precios suban. Todos los precios tenderían al alza. Primero los de artículos importados, naturalmente, luego los que se producen con insumos importados y, finalmente, los cuatro productos netamente nacionales.
El ciudadano informal que vive comprando y vendiendo de todo seguiría la ola de los precios y, aunque nunca hizo estudio de expectativas, conoce perfectamente que debe proteger su pequeño (o gran) capital subiendo los precios para anticiparse a las sucesivas olas que genera una devaluación.
Espero que el desacierto de devaluar no esté en la cabeza de las autoridades monetarias y de las otras. Ya demasiados desaciertos se cometen en el campo de los sueños de industrialización (Karachipampa, planta nuclear, Bulo Bulo en medio de la nada, o sea alejado del más importante potencial mercado, etcétera).
Bolivia no debe devaluar porque su patrón de exportación no se modificará. Bolivia exporta mayoritariamente a países vecinos que seguirán comprando las casi invariables cantidades de gas que necesitan. Decir que debe elevar su productividad es una verdad de Perogrullo. Su gran dificultad es precisamente descubrir cómo lograrlo.
Por supuesto que ahí están las nuevas cadenas productivas o de valor que debe impulsar, pero esa es una tarea de largo aliento y que requiere ver la industrialización de Bolivia, lejos de la perspectiva dieciochesca que ahora predomina.
Bolivia no se está muriendo, flota en medio de economías a punto de naufragar. No en la mejor de las balsas pero es la única que se tiene y es sólida. La devaluación la destrozaría y ahí sería el verdadero rechinar de dientes.
*Economista.