Gabriela y la huella del masismo

Textura violeta

Drina Ergueta

La Paz, Página Siete, martes, 23 de febrero de 2016

Las acusaciones, revelaciones, desmentidos e inventos que han plagado en las últimas semanas todo tipo de medio informativo al que tenemos acceso, a raíz de las campañas por el Sí y por el No en el referendo que acaba de realizarse, han tenido como centro de atención la imagen de una mujer que hasta ahora era desconocida, Gabriela Zapata.

Zapata fue una sorpresa. Apareció como denuncia de corrupción y tráfico de influencias de la boca de un presentador de televisión, Carlos Valverde, cuyo posicionamiento en este referendo fue explícito. Él mismo dijo que hace un año tenía información sobre ella, pero la sacó a luz en plena campaña sobre la reforma constitucional que permite la reelección de Evo Morales.

El elemento clave y "jugoso” del tráfico de influencias venía de que Zapata fue pareja de Morales en el pasado y que además tuvo un hijo con él. Morales lo admitió, agregó que el niño murió y que la relación acabó. En sus torpes intentos por desligar cualquier reciente relación con ella, le negó algún valor al explicar que cuando una vez se la encontró pensó: "cara conocida”. 

Circularon fotografías de ella llenas de glamour, de publicaciones pagadas en páginas sociales de diarios donde, con trajes ceñidos a un cuerpo esculpido y larga melena teñida, hacía labores de caridad y se la mostraba como joven ejecutiva y profesional.  ¡Ella fue pareja de Evo!

Se escudriñó en sus orígenes. Se evidenció que no es abogada titulada y se puso en duda su capacidad para ocupar un alto cargo en una empresa de origen chino que, vaya-vaya, se adjudicó en los últimos años siete contratos del Estado por más de 500 millones de dólares. Los indicios de tráfico de influencias son, como mínimo, muy fuertes; ya se habló bastante de esto por lo que entraré en ello, salvo para decir lo obvio: se debe investigar y condenar a quien corresponda.

Dicho lo anterior, quiero hacer especial incidencia en la forma en que, fundamentalmente a través de las redes sociales, mucha gente se ha cebado con Zapata, donde las críticas de dureza ofensiva han tenido un alto grado de clasismo, racismo y, cómo no, machismo.

Se difundieron fotografías que delataban su "transformación” física por cirugía estética, se comparó el "antes” y el "después” y se utilizaron imágenes falsas pertenecientes a otras mujeres, más indígenas, más empobrecidas, entre ellas la de una vendedora ambulante de jugos y la de una policía. Hubo otras fotos falsas para decir que el hijo estaba vivo…

Se le ha criticado su falta de coherencia ideológica al buscar tener una imagen totalmente distinta a la propagada desde el Gobierno que insta a valorar lo indígena. Es que ella hizo lo contrario, se "blanqueó” y buscó estar con el aspecto y el estilo de las mujeres consideradas socialmente bellas de la sociedad boliviana, que salen en las páginas de sociales de diarios. Mujeres también "tuneadas”, en muchos casos, que son el referente de lo bello y admiradas como tal.

En una sociedad que valora positivamente esas formas físicas, ese color de cabello y esos vestidos de poca tela y mucho encaje, es normal (no positivo) que una mujer quiera llegar a tener esa imagen para lograr un reconocimiento. 

En su caso, por los comentarios, parecería que es un atrevimiento. Si es mujer del "indio” ella también tendría que serlo, lo otro resulta asqueroso.

Una "birlocha alzada”, "ha querido ser alguien”. Al parecer, por su origen, juventud y vida de lujo de los últimos tiempos, no ha podido lograrlo de forma limpia. Pero los insultos y desacreditaciones no se centraban en este hecho, sino en su condición de "exmujer de”, en su físico y en su origen étnico y social. 

Al margen del machismo, contra el que poco o nada se ha avanzado, se ha dicho que la huella profunda que ha provocado Morales, y que perdurará, es dar acceso al poder a sectores marginados secularmente por su origen.

Estos comentarios hacen dudar de algún cambio de mentalidad. 

Periodista.