Roger Cortez Hurtado
Es la primera vez desde 1978, que los números que traerá una votación nacional resultan de tan difícil previsión. Los resultados del domingo 21 de febrero están cubiertos con el velo de la nunca antes vista agregación de los que “no saben, no responden” o que contestan que su voto es secreto.
No vaya a servir esta peculiar forma en que se declara la intención de voto, una semana antes del referendo, para confundirnos sobre lo fundamental cuya clave se encuentra en las motivaciones que impulsaron a nuestros gobernantes a empujarnos a una consulta con tanta anticipación y prisa. Si partimos del verdadero inicio, queda establecido que los que convocaron y hacen campaña por el Si a la reelección ya han perdido inapelablemente.
El carácter de tal derrota, en buena medida independiente del conteo de votos, a menos que este se acerque a calcar los resultados de la elección de 2014, se define por lo inalcanzables que se están mostrando los verdaderos objetivos que llevaron a convocar al referendo. Tales objetivos son: bañar de legitimidad los ajustes que impone la evolución de la fase de escasez de ingresos (como los que ya empezaron con la recaudación y sanción impositiva); burlar o postergar la rendición de cuentas sobre las decisiones discrecionales asumidas en función de gobierno; optimizar las posibilidades de reelegirse en 2019 y crear las condiciones para abrirle camino a una reelección indefinida.
Fallida nació la estrategia, porque aun en las más benévolas condiciones (continuidad de la era de grandes precios de materias primas y en especial del petróleo, por ejemplo) la manipulación del electorado boliviano es intrínsecamente difícil y son demasiados los abusos perpetrados.
Las metas más ambiciosas eran inviables desde el comienzo y las aparentemente más sencillas y cercanas se han estropeado con su convocatoria. El escándalo en torno a los enormes contratos otorgados, con invitación y sin licitación, a la CAMC-E y otras empresas, chinas y no chinas, el remate de millones en el Fondo Campesino, iban a aparecer, o a crecer en tono y volumen, debido a las peleas internas del MAS, con o sin convocatoria. Y no cesarán, cualesquiera que sean los datos del escrutinio a cargo del TSE, de la misma manera que tampoco se podrán tapar los grandes problemas de los grandes contratos, aunque la Contraloría haya anunciado, de partida, que no investigará porque se invitó en vez de licitar, ya que tendrá que indagar sobre los montos de los adelantos pagados, la subrogación a subcontratistas, la fiscalización y la aplicación de multas por incumplimiento.
El apresuramiento del referendo ha adelantado los plazos de las querellas internas del MAS y la campaña les ha dado una caja de resonancia, que no anticiparon los que idearon esta estrategia, como ya ocurrió con el gasolinazo, o la carretera para liquidar el TIPNIS y la autonomía indígena. Iguales malos cálculos y, quizás, idénticos consejeros, que apostaron por friccionar el ego del que manda, impulsándolo a actuar, protegido por unas supuestas invulnerabilidad y omnipotencia, cuyos límites han forzado nuevamente.
La ruina de este último proyecto tendrá consecuencias inmediatas, como se verá con la reforma de la justicia, ideada para reforzar y refinar el control sobre el aparato judicial, cubriéndolo bajo un manto de “cumbre”, cuando tendría que ser consulta y deliberación colectiva, apoyada por expertos. La nueva oleada de desconfianza y descontento hace impracticable realizar la reforma como la soñaron.
Que el inicio del tiempo de rendición de cuentas y explicaciones no llame a engaño a quienes pretenden mandar mañana en vez de los que lo hacen hoy. Las invitaciones a medida que se hacen ahora no reivindican las licitaciones tramposas que se hicieron para la Enron y tantas otras en el pasado.
Las culpas y delitos de hoy no excusan, justifican, ni avalan los de ayer. La manera de engañar, mandar y manipular que se están poniendo en evidencia, para los patrones que se vistieron con ropajes constituyentes, no es autorización o licencia de retorno para quienes se enseñorearon en los tiempos pretéritos.