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Esposas de sargentos en rebelión

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Flecha yurakaré

Alejandro Almaraz*

Miércoles, 07 de mayo de 2014

Una experiencia particularmente enriquecedora e ilustrativa en mi vida ha sido trabajar en el Ejército, y así adquirir una percepción directa de su compleja problemática interna. Con todo lo ilustrativa que fue aquella experiencia, no me permite emitir criterios concluyentes sobre los problemas que motivan el conflicto social que actualmente viven las FFAA, y menos aún sobre sus soluciones deseables. Sin embargo, me dio ciertas certezas relevantes, algunas de las cuales es oportuno comentar.

Por una parte, es evidente que en el interior del Ejército, enmascaradas y moldeadas por un régimen disciplinario obsoleto y destructivo de las potencialidades humanas, existen múltiples prácticas de discriminación que hacen de los sargentos y suboficiales sus víctimas principales. Además de los ámbitos formales de la educación superior, el salario o el servicio de salud, en los que se viene denunciando la discriminación, ésta suele expresarse también en otros cuya informalidad no les quita significación e importancia.

Es el caso del fútbol, que, con la infalibilidad propia de los procedimientos militares, se practica, o practicaba, todos los viernes por la tarde en todas las unidades militares. Me ha tocado jugar un partido en el que algún oficial, adolorido y molesto por la recia marcación de un adversario suboficial, mientras cobraba la infracción, ordenaba a gritos a la secretaria que miraba desde la tribuna que redactara el memorándum de arresto para el torpe suboficial. Sugestivamente, mientras yo no salía de mi asombro y desconcierto, los otros jugadores y espectadores no parecían advertir nada del otro mundo.

Por otra parte, es también evidente que los sargentos y sus familias son el estamento institucional que expresa, dentro de las FFAA, todos los rasgos de la pobreza y la exclusión que sufre la mayoría de la sociedad boliviana. Generalmente de extracción indígena, siempre de origen pobre, a todo lo que pueden aspirar económicamente en su carrera es a que su pobreza se haga llevadera en su vejez, y a que recién sus hijos, o sus nietos, salgan de ella  tal vez haciéndose oficiales.

Desde su pobreza, cargan con las tareas más pesadas y eventualmente más riesgosas. A todo lo anterior se añade la trashumancia forzada de los periódicos cambios de destino durante toda su carrera, incluyendo los de frontera, con sus múltiples privaciones y su despiadada soledad. Esto último lo viven también los oficiales, pero, a diferencia de una parte de éstos, los sargentos y suboficiales no suelen disponer de viviendas del Ejército donde llegar en su próximo destino.

Los sargentos y suboficiales tienen vidas sacrificadas, pero lo son aún más las de sus esposas, pues ellas, como es común a las mujeres pobres del país, sufren las injusticias sociales acentuadas por el machismo. Siendo casi indispensable complementar los bajos ingresos de sus esposos, se ven obligadas a trabajar, lo que no las exime de encargarse de las tareas domésticas de sus hogares y de la crianza de sus hijos.

Muchas de ellas adquieren con gran esfuerzo sus propias profesiones, y las ejercen venciendo las enormes dificultades que para ello impone la trashumante vida militar. Los grandes inconvenientes de la misma trashumancia caen también particularmente en ellas.

Son ellas las que cada dos o tres años deben encontrar una nueva vivienda para la familia, un nuevo colegio para los hijos y un nuevo trabajo para ellas mismas, frecuentemente en algún pueblito desconocido, inhóspito y perdido de la mano de Dios.

Recuerdo haberme conmovido con el artículo de una esposa de militar que, en un tono lejano al reclamo o la denuncia, más bien de una resignada tristeza, lamentaba suavemente que sus hijos nunca pudieran hacer buenos amigos de barrio o de colegio, y que ellas nunca pudieran ver crecidos los árboles que plantaron en cada destino.

Lo menos que merece la movilización pacífica de estas mujeres es que las autoridades del Gobierno central, y las militares, escuchen con atención y respeto sus demandas. Pero, en lugar de ello, se las reprime con brutalidad, se las acusa de cometer delitos que no se especifican y los voceros del oficialismo las añaden a la ya larga lista de agentes de la CIA y del imperialismo, de la que son parte los indígenas, los trabajadores mal pagados, los ambientalistas, los que piensan libremente y todos los que con sus protestas "desestabilizan” el "proceso revolucionario hacia el socialismo comunitario”.

Su formidable blindaje frente a las demandas de los humildes es por sí solo revelador de lo que en realidad significa ese "proceso revolucionario”. Lo que no me explico es por qué el imperialismo o la CIA tendría que desestabilizarlo. A ver si algún oficialista me lo explica.

*Fue viceministro de Tierras.

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