Vamos a andar
Rafael Puente*
Desde la Marcha por la Vida —¡ya son casi 28 años!— el manejo de nuestros recursos minerales, razón de ser de este país nuestro, no había vuelto a ser un tema de preocupación y debate público. La crisis terminal de la Comibol, seguida de la relocalización y los famosos contratos de riesgo compartido, nos llevó a aceptar resignadamente que el ciclo de la minería como que había terminado, y que lo que quedaba se lo comerían Goni y sus empresas amigas.
Ni siquiera en estos años de proceso de cambio, pese a espectáculos increíbles como el de la mina San Cristóbal, las organizaciones sociales se movilizaron en defensa de nuestros recursos minerales, como sí se habían movilizado en defensa del gas, por una nueva Constitución, e incluso por las autonomías…
De ahí que resulta saludable que ahora ese proyecto apocalíptico de Ley de Minería haya puesto el tema sobre la mesa, y no sólo ya en términos de exigir que nuestros minerales sean para el Estado y el pueblo bolivianos, sino también para exigir que la minería deje de ser la actividad central y privilegiada que se come todo lo demás.
Con tal motivo ha salido a relucir aquella claudicación cometida cuando la Asamblea Constituyente corría grave peligro y tuvo que trasladarse de Sucre a Oruro, la claudicación que se expresó en la declaración constitucional de que en términos de concesiones mineras deben respetarse los derechos preconstituidos (ahí entran las 200 mil hectáreas de San Cristóbal y otros muchos miles de hectáreas que los cooperativistas exigían retener).
Pero no nos metamos ahora con aquella claudicación, ni nos metamos por un momento con las llamadas cooperativas mineras y sus desmesuradas exigencias. Olvidemos también la ligereza con que la Cámara de Diputados se tragó casi todo el nuevo proyecto de ley de los cooperativistas. Lo urgente parece más bien abrir lo más posible el debate y, en todo caso, exigir el respeto de la Constitución vigente, escuchar para ello a organizaciones sociales, como las federaciones de regantes (que están fuera de toda sospecha), y rechazar el conjunto de ese proyecto de ley minera, que ya ha costado tantos daños humanos y sociales.
Preguntémonos pues: ¿Será posible —en este Estado Soberano— que en el campo de la minería deje de haber reservas fiscales, y que el propio Salar de Uyuni se esté entregando como concesión a empresas privadas (incluidas empresas chilenas)?
¿Será admisible —en este Estado Defensor de la Madre Tierra— que en el caso de la minería las fichas ambientales sean atribución del Ministerio de Minería? ¿Será compatible la pervivencia de nuestro país con la autorización para la explotación minera nada menos que en los glaciares? ¿Es mínimamente constitucional que la concesión minera conlleve la concesión de aguas que son patrimonio de toda la población presente y futura, y que los concesionarios mineros estén autorizados a desviar los cursos de las aguas y a utilizar aguas ya destinadas a uso humano?
¿Será consecuente —en este Estado Plurinacional, con protagonismo indígena-originario-campesino— que las parcelas agrícolas puedan ser entregadas en concesión minera, y que ante cualquier reclamo la cosa pueda resolverse por la vía de la expropiación, con un mero trámite administrativo? ¿Podremos aceptar que todos los parques nacionales y territorios indígenas puedan ser objeto de exploración y explotación minera?
¿Vamos a tolerar —en este Estado Participativo— que una ley venga a prohibir y penalizar la protesta contra actividades y concesiones mineras?
Son demasiadas violaciones a la Constitución como para que el tema de la ley minera pueda resolverse en mesas de diálogo con los mal llamados cooperativistas. Es evidente que tenemos que participar todas y todos, y que lo que se necesita es un nuevo proyecto de ley, por supuesto sometido a la futura Ley Marco sobre el Agua, a la Ley de Participación y Control Social y, sobre todo, al espíritu y la letra de nuestra Constitución.
¿No es para todo esto que tenemos un nuevo ministro de Minería? Esperamos su convocatoria…
*Es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (CUECA) de Cochabamba.
Son demasiadas violaciones a la Constitución como para que la ley minera pueda resolverse en mesas de diálogo con los mal llamados cooperativistas.