Vamos a andar
Rafael Puente*
Viernes, 11 de abril de 2014
Cierto que a estas alturas queda muy poco que celebrar a propósito de la Revolución del 52, pese a los cambios irreversibles que indudablemente produjo (el fin del pongueaje ha degenerado en minifundio y creciente disminución de la producción; la educación universal y gratuita ha degenerado en una suerte de insuperable aristocracia del magisterio, y el voto universal ha degenerado en el siempre frustrante juego de partidos). Sin embargo no deja de ser ofensivo comprobar que los residuos del MNR sí se acuerden de celebrar esa fecha y que, además, lo hagan como si el 9 de abril hubiera sido un producto del MNR, algo así como su carta genética (que además le prestaría a dicho partido la suficiente autoridad moral para hablar ahora de un ¡nuevo programa político para el desarrollo de Bolivia!). Por seriedad histórica debemos recordar dos cosas, o mejor tres:
La primera es que efectivamente aquel 9 de abril se inició la segunda insurrección victoriosa de América Latina, después de la mexicana de 1911, y que sólo sería superada por la cubana de 1959 y la nicaragüense de 1979. Y que fue una insurrección de carácter verdaderamente revolucionario, al menos en el sentido de que en esos tres días el pueblo organizado (mineros, fabriles y campesinos, además de combativos sectores juveniles) llegó a tener todo el poder en la mano, cosa que nunca había ocurrido y que después tampoco llegaría nunca a ocurrir (todo el poder implica el poder militar, con la totalidad de los cuarteles rendidos ante la insurrección popular). Por tanto, tiene sentido recordar esa fecha histórica, sobre todo si es un recuerdo acompañado de reflexión (y de unas cuantas consecuencias para el futuro).
La segunda es que aquella insurrección en ningún momento tuvo como protagonista ni como conductor al MNR. No olvidemos que el doctor Paz Estensoro pasó esas jornadas tranquilamente en su hotel de Buenos Aires y que el doctor Siles Zuazo (junto a otros dirigentes del MNR) lo que quiso hacer el 9 de abril fue dar el clásico golpe de Estado, hasta el extremos de que al fracasar dicho golpe —por la inesperada resistencia del Ejército— se refugiaron en embajadas y admitieron su fracaso. Y que fue entonces que la también inesperada movilización popular —sin ningún MNR a la cabeza— sacudió al Estado oligárquico y tomó el poder real (magníficamente expresado en aquellas "milicias obreras” y "milicias campesinas”).
La desgracia repetida (repetida desde 1825 y pasando por 1899) fue que esas masas, sujetos reales de este país llamado Bolivia, no tuvieron la suficiente conciencia de su capacidad y de sus derechos, y prefirieron entregar el poder conquistado en las calles al doctor Paz (que simbólicamente llegó a La Paz un día antes de que se fundara la COB, que es quien debió haber asumido ese poder conquistado).
La tercera, señores movimientistas residuales, es que el papel que sí jugó el MNR (y que desgraciadamente fue muy importante) fue el de conducir ese proyecto revolucionario al fracaso. El proyecto lo impusieron los mineros y campesinos armados (nacionalización de las minas, reforma agraria, educación universal y voto igualmente universal) y lo fueron diluyendo los gobiernos del MNR, no porque tuvieran otro diferente, sino porque inevitablemente tenían que acatar los sabios consejos de la Embajada de Estados Unidos (la única excepción, digna de todo respeto, fue el dirigente cruceño Ñuflo Chávez Ortiz, que preferirá renunciar a la Vicepresidencia antes que traicionar la revolución).
Así fue como la nacionalización de las minas se vio acompañada de una jugosa indemnización a los barones del estaño que duraría 20 años. Así fue como la revolución agraria fue sustituida por una reforma agraria. Así fue como el proyecto de industrialización del país acabó en nada (o en el Plan Triangular, que fue peor que nada). Y así fue como las milicias obreras y campesinas acabaron en el Pacto Militar-Campesino (de tan triste memoria).
¿Y toda esta frustración se la debemos a quién? Pues al MNR, el mismo que para rematar su traición apoyaría el golpe de Banzer en 1971 y nos metería en la tragedia neoliberal en 1985. Ésas son las fechas que debieran celebrar los movimientistas residuales, y no profanar aquel realmente glorioso 9 de abril.
Es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (CUECA) de Cochabamba.
¿Y toda esta frustración se la debemos a quién? Pues al MNR, el mismo que para rematar su traición apoyaría el golpe de Banzer.