Roberto Ibarguen Chávez
Y llegó el turbión, así como antes de octubre llegará la sequía, y cuando cuadre llegarán las granizadas y las heladas. Obviamente, esas visitas que ocurren todos los años, con más o menos consecuencias, no alegran a nadie (salvo algunos amigos ecologistas, pero eso merece otro análisis) ya que traen desgracias para muchos ciudadanos, como son la pérdida de bienes para muchos, el daño físico para otros tantos y la muerte, esperemos que para los menos.
Pero a estas alturas de la vida tampoco parece sorprender mucho la llegada de los desastres, ya que más bien parecería ser que todo el mundo los espera, con distintos grados de resignación según el papel que le toca desempeñar en esta historia:
—Los damnificados (cuya proporción mayor es la gente de escasos recursos), con la resignación del que tiene pocas opciones para hacer su vida y sus actividades en otra parte y en otro tiempo. Por eso, esa gente prefieren jugarse su patrimonio y su futuro cruzando los dedos y esperando que este año no sea como el año pasado o el ante año en el que la inclemencia de la naturaleza lo perjudicó menos que al compadre o al vecino y en todo caso le ocasionó pérdidas de las que se pudieron recuperar.
—Los ciudadanos comunes y corrientes que viven en las áreas más seguras de la geografía nacional, con la impotencia de quien en su condición de persona particular sabe que no puede hacer mucho; de acuerdo al tiempo que tienen, los recursos disponibles y el grado de sensibilidad, tal vez sólo un poco de solidaridad traducida en la donación de enseres domésticos o alimentos, tal vez un poco de presión para que los miembros del gobierno atiendan a las regiones y la población que sufre los embates de los desastres, y tal vez más y mucho más; mientras agradecen no ser uno de los damnificados y miran por la televisión en el tiempo que tiene, el desastre de turno jorobando las calles de pueblos y comunidades y la vida de sus congéneres.
—Los servidores públicos que salen por los medios de difusión (con escasas excepciones de los que ya sea transportando vituallas, curando personas o asistiendo en otras necesidades, trabajan cumpliendo su función), con una ligereza de quienes han estado esperando el momento para ser entrevistados en poses de Indiana Jones o Madre Teresa y en año como el actual, con una intención electoral que si no fuera porque uno sabe en qué país vive y a quiénes tiene que aguantar, le darían dolor de pancita. Y esto ocurre tanto con los de la oposición como del oficialismo, pues da igual un Rubén Costas en guayabera llamando a la solidaridad del pueblo cruceño, un Moisés Schiriqui en traje camuflado inspeccionando carpas para que duerman los damnificados o un Álvaro García Linera cargando en los hombros un par de bolsas de fideo para entregar a un comunario del Tipnis o de vaya a saberse dónde, a quién hace algunos años, su gestión de gobierno, mandó a maniatar con masking cuando se atrevía a protestar defendiendo su bosque, entre otras cosas para ayudar a paliar el calentamiento global y la acción depredadora de los seres humanos, causante de los desastres naturales.
Pero sin duda los que se llevan la flor en el manoseo de la desgracia de la gente son los funcionarios del gobierno de turno (que los gobiernos anteriores también lo hicieron, no es una disculpa válida) que emiten spots por televisión y campañas publicitarias de su eficiente acción frente a los desastres algunos días antes que las mismas comiencen y algunos días después que los desastres ya han ocurrido, como se puede apreciar en ése que está siendo difundido en todos los canales de televisión en el que después de algunas palabras del presidente Evo Morales, Juan Ramón Quintana lo saca de escena para decir, con voz más que segura, prepotente: “En estos momentos …la primera prioridad es salvar la vida de la gente, la segunda que la gente no pase hambre, la tercera que su salud sea atendida”, o algo similar que para el caso no importa, pero que no puede ocultar tanto por el tono de voz, las imágenes y la conminatoria que nos está diciendo a todos “Si quieres ser atendido en momentos de desastres, vota por nosotros… o serás comidos por los gusanos, como le dijo a un opositor.
Nadie niega que los funcionarios públicos deban informar de su gestión y su trabajo, es más, creemos que informar es un deber y que deberían aprender cuándo, dónde y cómo hacerlo. Lo que molesta es sobre todo que cuando está de por medio la desgracia, se anteponga el mezquino interés publicitario o electoral al de informar para proteger y ayudar a las personas que es por lo que realmente se les paga, ya sea éste el Presidente o un camillero del servicio de salud, es decir. para que trabajen para construir un país, elaborando e implementando políticas, planes, programas para dar seguridad a los ciudadanos y no hacerles sentir que el único derecho que tienen es el de sobrevivir de acuerdo al capricho de la naturaleza y del funcionario público de turno. Siguiendo ese camino de perversión de la función pública, unido a la capacidad de electoralizar y prebendalizar todo desde el espacio gubernamental, llegaremos a justificar las palabras de un “maloso” que dice: “El país no se inunda por que llueve sino porque se está hundiendo”. Por suerte para el país y para nosotros, además de esos funcionarios que algún día se irán, también están los otros, los solidarios la buena que se quedarán por mucho tiempo y que lograrán que las cosas mejoren.