Flechas y yurakarés
Alejandro Almaraz
miércoles, 04 de diciembre de 2013
Yvy Maraey, la nueva película de Juan Carlos Valdivia, en actual exhibición, nos ha dado la gran satisfacción de ratificar que el cine boliviano ha alcanzado una alta calidad, particularmente con la producción de Rodrigo Bellott y del propio Valdivia, sin desmerecer a varios otros creadores jóvenes.
En la producción de éste, Yvy Maraey, siguiendo el sentido de Zona Sur, su anterior filme logrado con igual calidad, se sumerge en la profunda substancia existencial de la sociedad boliviana: la compleja y conflictiva diversidad cultural, y, desde esas profundidades del ser nacional, ambos filmes conforman un profundo, maduro y auténtico alegato cinematográfico por la interculturalidad.
Yvy Maraey narra, con el arte de sus imágenes y sonidos, la travesía de un karaí colla por el mundo guaraní, acompañado por un problemático y algo embustero guía guaraní. El expedicionario va en busca de un momento y un lugar en los que se le revele la vida indígena pura, libre e idílica, como él la ansía.
Pero es en las múltiples incidencias del viaje, frecuentemente ingratas, a veces sutiles y hasta fugaces, que se va configurando el real modo de ser guaraní, en torno suyo, involucrándolo e interpelándolo.
No quiero ni podría contarles la película porque, además, una película así no tiene sentido de ser contada; sólo pretendo alentar a los que aún no la vieron a que lo hagan, y cuando lo hayan hecho fijen su atención en los varios pequeños-grandes detalles con los que se revelan, con amenidad, frescura y gran fidelidad con la realidad, varios significativos elementos del mundo y el modo de ser guaraní.
Así, entre otros importantes detalles, la película nos muestra la arrogancia que suelen tener los voceros guaraníes, sobre todo ante interlocutores karaí especialmente interesados.
La película es una expresión de la fuerte y avasalladora personalidad nacional que la historia le reconoce al pueblo guaraní; del comprometido cariño que los guaraníes son capaces de brindar a los extraños que llegan a ser sus amigos; de la importante autoridad que la mujer ejerce en la sociedad guaraní, generalmente al margen de sus estructuras organizativas formales; del particularísimo estilo de los patrones chaqueños de combinar, en la defensa de sus intereses gamonales, las más pegajosa zalamería con la más descarnada brutalidad.
Es también la expresión del intransigente y poco práctico sentido comunitario guaraní para transportarse en vehículos propios y ajenos que quedan fundidos y destartalados en poco tiempo.
Más allá de los guaraníes, la película ofrece un rápido pero certero retrato de los ayoreos y de su característico modo devastador e irreverente de usar los instrumentos de la civilización occidental.
Pero de todos estos detalles en los que la realidad indígena emerge y envuelve, indudablemente el más significativo y feliz es el diálogo entre el expedicionario karaí y la niña ayorea con el que empieza y termina la película.
Para mis sensaciones, es un auténtico poema a la interculturalidad. Lo disfrutarán los que vayan a ver la película, pero lo disfrutarán más los que la vean varias veces, como hay que hacer con las buenas películas, más si están llenas de significativos y bellos detalles como Yvy Maraey.
Abogado y exviceministro de Tierras.
La película es una expresión de la fuerte y avasalladora personalidad nacional que la historia le reconoce al pueblo guaraní.