"Isaac Camacho, el fiel compañero y testigo ocular del acto, nos ha dejado el vivo testimonio del día y la hora en que fuiste victimado:
Leer más...Un lector de Aquí
Que un ministro de Estado instruya a la Policía Boliviana aplicar “la ley de fuga” a presuntos delincuentes que se resistan a ser detenidos, es retroceder a tiempos de las dictaduras, actitud autoritaria que evidencia abuso del poder que no debe tolerarse en un nuevo Estado plurinacional y democrático.
Leer más...Carlos Derpic
La Iglesia Católica concitó en las últimas semanas la atención mundial; primero, por la renuncia de Benedicto XVI y luego por la inesperada elección de Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, como nuevo Papa.
La renuncia del anterior Pontífice motivó expresiones de todo tipo, incluidas las de los autodenominados “católicos de base”, que reclamaron aclaraciones sobre temas de Iglesia, ejerciendo un derecho que les está vedado en la organización política a la que pertenecen o sirven, dentro de la cual sólo el “líder espiritual” y su entorno pueden expresarse con libertad; los demás, como se sabe, están sujetos al “centralismo democrático”. Leer más...
Alejandro Almaraz* - Flechas yurakares
Por fortuna, la movilización de la ciudadanía orureña ha resuelto el conflicto por el nombre de su aeropuerto, y lo ha hecho por los fueros del sentido común, la institucionalidad democrática y la historia nacional. Sin embargo, algunos argumentos con los que el derrotado oficialismo ha enfrentado la contienda merecen destacarse y recordarse por lo insólitos y, a la vez, profundamente significativos de la altura intelectual y ética desde la que se gobierna el país.
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Alcides Parejas Moreno En la noche del domingo pasado vi, de pura casualidad en el canal católico, la misa dominical que el Papa Francisco había celebrado en una pequeña parroquia en Ciudad del Vaticano. Fue mi encuentro con el nuevo Papa, el hombre y el sacerdote: las dos caras de una misma moneda. Quedé realmente impactado, en primer lugar por su recogimiento discreto y profundo durante toda la celebración; en segundo lugar, por la sencillez, profundidad y brevedad de su homilía, en la que se veía al pastor que está cerca, muy cerca de su rebaño, que conoce a sus ovejas y que las ovejas lo conocen a él (“Dios no se cansa de perdonar —dijo—, pero nosotros a veces nos cansamos de pedir perdón); en tercer lugar por su maravillosa espontaneidad que lo llevó a la puerta de la pequeña iglesia de Santa Ana para saludar a todos y cada uno de los feligreses que habían asistido a la misa; en cuarto lugar, porque para cada uno de ellos tuvo palabras y miradas llenas de cariño y a todos les pedía que recen por él; finalmente, porque tuvo el detalle de ir hasta donde la gente se agolpaba (no quería defraudar a los que habían estado esperando tanto tiempo para verlo) y saludarla, aunque eso provocó un verdadero zafarrancho entre la gente de seguridad. Y seguí pegado al televisor, hasta que pasaron el Ángelus. Me sentí parte de esa multitud de alrededor de 300.000 personas que se agolpaban para ver y vitorear al Papa y me sentí despedido por alguien muy cercano a mí: “Buen domingo; buen almuerzo”.
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Francisco