

Erick R. Torrico Villanueva*
1 de diciembre de 2025
Fuente: ANF
Casi con disimulo, entre cumbres presidenciales, guerras de intensidad media con miles de bajas, acuerdos subterráneos, demostraciones de fuerza o discursos de tono chauvinista, un grupo reducido de potencias contemporáneas —Estados Unidos de Norteamérica (EUN), Rusia y la República Popular de China, cada cual con sus aliados— está disputándose el rediseño del mundo.
Los acontecimientos que actualmente tienen lugar en Europa, la del Este y la Occidental, en Asia, el Medio Oriente y también en América Latina dan cuenta de un proceso que se encamina hacia una posible superación de la irresolución hegemónica planetaria que se arrastra desde finales de la década de 1980.
La caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989, junto al derrumbe y la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1991 son los hitos más representativos de una cadena de sucesos que incluyó en esos años, entre otros, los movimientos democratizadores de Polonia, Hungría, Alemania Oriental, Checoslovaquia, Bulgaria, Rumania, Albania y Ucrania, mismos que desembocaron en la extinción del llamado "socialismo real" europeo.
Las repercusiones de esas circunstancias desfiguraron la política internacional como se la había vivido desde el término de la denominada "segunda guerra mundial", cuando las potencias victoriosas (EUN, URSS y Gran Bretaña) se repartieron zonas de control e influencia y comenzaron la "guerra fría" entre capitalismo y socialismo.
La sorpresa que trajo lo ocurrido fue muy grande, pues los países exsocialistas pronto se enrumbaron hacia economías de mercado, la izquierda internacional perdió sus referentes históricos y sus horizontes de emulación, los capitalistas no supieron cómo explicar aquella abrupta caída que no se debió a su intervención efectiva, aparte de que se quedaron sin enemigo, y las naciones en general se vieron de repente frente a un campo ideológico abierto.
Una buena -aunque incomprendida- manera de definir ese momento fue la de Francis Fukuyama, un filósofo exfuncionario del Departamento de Estado de los EUN. Él habló de que la Historia (con mayúscula) había llegado a su fin, en el sentido de que la democracia liberal triunfó ante el fascismo y el comunismo, sus mayores oponentes en el siglo XX, por lo que ya no era posible avizorar ningún progreso posterior en materia de principios e instituciones.
La lectura de la situación que en ese tiempo hacía otro analista vinculado al gobierno estadounidense, el polaco Zbigniew Brzezinski, era afín a la de Fukuyama, pues sostenía que se había acabado la misión histórica del comunismo y estaba abriéndose una fase "poscomunista" que anunciaba el dominio de la democracia para el siglo XXI.
Y más o menos en esa misma línea, aunque unos años más tarde, otro asesor político estadounidense, Samuel Huntington, anticipaba el "choque de civilizaciones" como la principal amenaza para la paz mundial. Él reconocía como civilizaciones del presente a la china, la japonesa, la hindú, la islámica, la occidental y la latinoamericana (África no entraba en su lista) y puntualizaba que el nuevo núcleo de la conflictividad se situaba en las diferencias cultuales e identitarias. "Una guerra a escala planetaria en la que participasen los Estados centrales de las principales civilizaciones del mundo es muy improbable, pero no es imposible", aseveraba.
En su búsqueda de enemigos para reafirmarse, la "civilización occidental (euro-estadounidense) se encontró primero con los narcotraficantes, en buena medida latinoamericanos, y luego con los musulmanes, pronto clasificados como terroristas, en particular tras los insuficientemente explicados sucesos del 11 de septiembre de 2001, cuando las Torres Gemelas de Nueva York y las instalaciones del Pentágono en Virginia, cerca de Washington, fueron impactadas por aviones de pasajeros al parecer secuestrados y desviados por fanáticos islamistas.
Después de eso, se produjeron otros varios hechos que tensionan el escenario mundial y sugieren que algo más se viene cocinando. Ejemplos de ello son las invasiones de Rusia a Ucrania o la israelí a Gaza, la ambivalencia discursiva y práctica de la debilitada Unión Europea, las cumbres estratégicas de China con gobernantes de Rusia, India y varios países de Asia Central, Latinoamérica y el Caribe, las maniobras militares estadounidenses en esta última región, el creciente "giro a la derecha" en diversas geografías o las políticas antimigrantes de los EUN y varias naciones europeas.
Mientras Vladimir Putin, Xi Jinping y Donald Trump mueven sus fichas, cada quien para asegurarse el control de ciertos territorios y la colaboración sumisa de otros, además de determinados mercados, el mundo da señales más claras de caminar hacia la "Metrópolis universal de que habló el analista boliviano Mario Arrieta Abdalla en 1992, una "ciudad global" en que gobiernan unos cuantos ricos (en economía, armas y tecnología) que someten a los "barrios de indigentes". En ese marco, las acciones de Washington para erigirse en incontestable policía y juez del mundo ("Make America Great Again) aspiran hoy al mayor protagonismo.
En la construcción de esa renovada arquitectura del dominio, una más bien pálida democracia se entremezcla con el autoritarismo en aumento, reaparecen en la palestra los vocablos "fascismo", "nazismo" y "comunismo", se anuncian nuevos muros fronterizos, son otra vez erigidos en focos problemáticos el narcotráfico, el terrorismo, las culturas o las identidades y las fuerzas en pugna -casi ideológicamente indiferenciables entre si- juegan a hacer apuestas.
El reordenamiento internacional está ya ocurriendo, no como efecto de un acuerdo formal entre potencias, como sucedió a mediados del decenio de 1940, sino en los hechos, de facto. De todos modos, el perfil que al final adquirirá todavía es impredecible.
*El autor es especialista en comunicación y análisis político y vicepresidente de la Asociación de Periodistas de La Paz