Carlos Derpic
La Iglesia Católica concitó en las últimas semanas la atención mundial; primero, por la renuncia de Benedicto XVI y luego por la inesperada elección de Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, como nuevo Papa.
La renuncia del anterior Pontífice motivó expresiones de todo tipo, incluidas las de los autodenominados “católicos de base”, que reclamaron aclaraciones sobre temas de Iglesia, ejerciendo un derecho que les está vedado en la organización política a la que pertenecen o sirven, dentro de la cual sólo el “líder espiritual” y su entorno pueden expresarse con libertad; los demás, como se sabe, están sujetos al “centralismo democrático”.
La elección del primer latinoamericano y jesuita, también dio paso a distintas reacciones, como aquellas que recordaron algunos aspectos de su pasado durante la feroz dictadura que asoló Argentina en las décadas de los años 70 y 80, hasta aquellas otras que expresaron ilusión con la misma.
Hubo también espacio para dislates, como el del diario deportivo argentino Olé (del grupo Clarín), que tituló: “La mano de Dios: Maradona, Messi y ahora Bergoglio”; o el del “Presidente Encargado” de Venezuela, que aseguró que el finado Comandante Chávez habló con Cristo e influyó para la elección de Francisco. Los esquemas bolivarianos no sólo usaron la enfermedad, agonía y muerte del presidente Chávez, pensando en las próximas elecciones antes que en la dignidad de un ser humano y del pueblo venezolano, sino que han sustituido al “Espíritu” por “el espíritu del Comandante”.
La elección de Bergoglio debe analizarse en un contexto marcado por varias cuestiones. La Iglesia Católica vive momentos de serias acusaciones de pederastia y de manejos “non sanctos” de sus finanzas, que al parecer influyeron decisivamente en la renuncia del anterior Papa.
La curia vaticana, dueña de un indudable poder, quiso mantenerlo, pero parece haber sido derrotada; su representante, Angelo Scola, tuvo que ceder ante la voluntad de muchos cardenales “extra-europeos” (norteamericanos y latinoamericanos) que terminaron llevando tras de sí a varios de sus pares italianos, convenciéndoles de la necesidad de elegir a Bergoglio. Grupos como Comunión y Liberación, los Kikos y Opus Dei, también vieron afectadas sus aspiraciones, después de dos pontificados en los que gozaron de indudables preferencias.
La adopción de Francisco como nombre para su pontificado por Bergoglio, inspirado en San Francisco de Asís como lo reconoció él mismo, puede ser una señal de reforma dentro de la Iglesia. El poverello (laico, no sacerdote) desarrolló en vida una experiencia extraordinaria que le ha llevado a ser considerado como la mayor expresión de coherencia entre teoría y práctica dentro del cristianismo. Reformó, en la práctica, la Iglesia.
Los gestos del nuevo Papa son interesantes y parecen mostrar una decisión de cambio, pero no son suficientes, como tampoco lo es su deseo de una Iglesia pobre y para los pobres, si no adopta decisiones que limpien la curia y que permitan mayor participación del laicado dentro de ella.
Las opiniones de personajes como Adolfo Pérez Esquivel o de teólogos de la liberación como Frei Betto, Leonardo Boff y Hans Küng abren un espacio a la esperanza. Esperanza que no puede prescindir, por cierto, de una práctica concreta que demuestre que el primer Papa latinoamericano, el primer jesuita y el primer Francisco, estuvo decidido a transformar la Iglesia.
Carlos Derpic es abogado.