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Presidente de la CAO propone privatizar Áreas Protegidas y fragmentar Tierras Comunitarias de Origen

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Stasiek Czaplicki Cabezas*

26 de noviembre de 2025

Fuente: https://www.facebook.com/stasiek.czaplickicabezas

Hoy el presidente de la CAO propuso abiertamente la privatización de las Áreas Protegidas del país y la fragmentación de las Tierras Comunitarias de Origen (TCOs).

En otras palabras, perforar el régimen vigente de tenencia colectiva y hacerse, como si de baldíos se tratase, con las regiones de mayor valor ecológico del país. Como si en ellas no viviera nadie. Como si el monte estuviera vacío.

Lo que antes se murmuraba en voz baja en cócteles empresariales, hoy se propone sin pudor en los salones glamorosos con autoridades. El agropoder oriental, que durante décadas fue refinando sus modos de acumular tierra, crédito e influencia, ha dejado atrás toda moderación. Poco a poco, se diluye la delgada línea entre lo soñado por las élites económicas y lo posible en la política real.

Ayer, la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO) presentó oficialmente al Ejecutivo cuatro proyectos de ley y cuatro decretos supremos. Pedidos nefastos, sí, pero que ya no sorprenden a nadie. Entre otros pidieron que la propiedad de régimen de pequeña propiedad sea accesible a las empresas, que la FES se verifique cada 10 años, que se legalicen los transgénicos en el país, que se elimine el IVA por cinco años, etc..Lo alarmante no es que los hayan presentado, sino la naturalidad con la que lo hacen y el cinismo con el que lo defienden.

Pero nada de eso se compara con lo sucedido hoy. En un evento del Pacto Global de Naciones Unidas, auspiciado por la cooperación sueca, y frente a viceministros, altos funcionarios, ONGs ambientales y cooperantes internacionales, Klaus Frerking, presidente de la CAO, tomó la palabra con la confianza del que sabe que juega de local. Dijo que le gustan las Áreas Protegidas, en particular el Parque Noel Kempff Mercado, al que, según sus palabras, suele ir a pescar. (¿Será eso legal?).

Se mostró conmovido por el abandono del parque: narcos, avasallamientos, pocos guardaparques para una extensión tan vasta. Y entonces deslizó la propuesta: "¿por qué no entregarlas a nosotros?" No quedó claro si hablaba en nombre de la CAO, de sus amigos empresarios o de intereses privados aún menos visibles. Lo dijo entre chistes, como quien lanza una idea a la mesa para ver si cuaja. Pero lo hizo. Propuso privatizar el corazón vivo de la biodiversidad boliviana.

Olvidó, o eligió olvidar, que esas áreas no están vacías. Las Áreas Protegidas, la mayoría— tienen comunidades dentro. Pueblos indígenas con derechos preconstituidos, con formas de vida que no entran en sus planes de negocios, ni balances trimestrales. En muchos casos, incluso cogestionan los parques con el SERNAP. No son tierras de nadie; son tierras vivas, con historia, identidad y derecho.

Y aun así, la narrativa del fracaso estatal sirvió de coartada. Klaus se amparó en el lugar común de los años 90: si algo público no funciona, hay que privatizarlo.

Acto seguido, apuntó hacia las TCOs, 18 millones de hectáreas, recordó, señalando que “prácticamente no aportan a la seguridad alimentaria”. Claro, porque la CAO prefiere exportar soya, caña y carne, commodities para engordar bolsillos, mientras la verdadera canasta básica sigue dependiendo de la agricultura familiar que tanto desprecian por ser ‘’arcaica’’ y ni mencionan.

Y con fingida empatía, propuso que los pueblos indígenas decidan “qué quieren hacer” con sus tierras. Cinismo absoluto. Las organizaciones indígenas llevan décadas pidiendo seguridad jurídica, apoyo productivo, protección de sus territorios. Nunca pidieron la individualización de la tierra. Nunca pidieron que sus derechos colectivos se convirtieran en mercancía. ¿Por qué ahora sí se escucharía la voz indígena, pero solo si repite lo que el agronegocio quiere oír?

Esta idea no es nueva. Branko Marinkovic ya la propuso en campaña, permitir que los interculturales y las Bartolinas vendan su tierra. “Es su derecho”, decía. Luego vino Tuto Quiroga con su máxima liberal, la tierra fiscal y tierra comunitaria es tierra de nadie, hay que repartirla. Como si no supieran, o quizás precisamente porque lo saben, que en plena crisis económica, esa tierra será comprada a precio de gallina muerta por empresarios, para luego desmontarla, alambrarla y exprimirla.

En resumen, nos están diciendo que quienes más han deforestado, quienes más han acumulado tierras, subsidios y privilegios, son ahora los mejor posicionados para “salvar” lo que queda. Como si el zorro fuera el más indicado para cuidar el gallinero. Como si la destrucción pudiera autogestionarse.

Pero esta no es solo una propuesta. Es un síntoma. Un síntoma de que el país se desliza hacia una restauración colonial del capital, donde la tierra es mercancía, el bosque es obstáculo, y los pueblos originarios son estorbo o decorado.

Nos quieren vender la idea de que los guardianes de la devastación se conviertan ahora en los administradores de la conservación. Como si la historia no pesara. Como si la tierra no recordara.

Pero la tierra recuerda. Nosotros también.

Y también resistimos y resistiremos.

*El autor es periodista de datos y economista ambiental. Forma parte del equipo de Nómadas, revista de periodismo de investigación

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