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Magela Baudoin (o la sal del desierto)

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literatura

Mauricio Rodríguez Medrano

«Me estremecí en aquellas soledades cuando escuché la voz de la sal en el desierto», escribe Neruda. La sal de la soledad, la sal como una voz quebrada. Y Magela Baudoin conoce no sólo su doméstica blancura sino su sabor central del infinito. Ésa es su apuesta, ésa su búsqueda en La composición de la sal, libro de cuentos que ganó el Premio Hispanoamericano de cuento Gabriel García Márquez.

Los finalistas fueron: Gabriela Alemán (Ecuador) con La muerte silva un blues, Carlos Arámbulo (Perú) con Un lugar como éste, Mauricio Electorat (Chile) con Alguien soñará con nosotros, Juan Villoro (México) con Apocalipsis (todo incluido).

Lo que tiene La composición de la sal: escenas cotidianas y domésticas. Tiene habitaciones poco iluminadas, tal vez un quinqué con luz opaca. Tiene personajes en plena soledad, atrapados en bosques de memoria con hojas verdes oscuras, y de fondo el cielo en la noche (o una mañana nublada).

«En mi opinión, una verdadera descripción de la naturaleza debe ser breve, poseer carácter y relevancia. Hay que acabar con lugares comunes como ‘el sol poniente, bañado en las olas del mar oscurecido, vertió su oro carmesí’, o ‘las golondrinas, sobrevolando la superficie del agua, gorjeaban jubilosas’», escribió Chéjov en una carta en abril de 1886.  Y Magela Baudoin muy bien lo sabe.

La composición de la sal está conformada por 14 cuentos más una introducción de Giovanna Rivero que titula La sal es como el tiempo. Rivero hace referencia como punto de partida y llegada a las hermanas Brontë. También, de forma indirecta, hace referencia a Borges. Porque Borges está en todos lados (y ninguno, diría él).

Hace referencia a Alice Munro, por el manejo que Magela hace sobre lo cotidiano, sobre lo pedestre, donde se encuentra el cuento (en un camino transitado por Carver, Cheever. De ninguna manera transitado por Poe).

Entonces Magela apuesta a Chéjov. Y apuesta a ojos cerrados, y sabe que ganará. Chéjov escribió acerca de personas comunes y encontraba historias en lo diario (alfareros, comensales, amas de casa, ancianos jubilados, oficinistas).

La voz de Magela es pausada, dotada de silencios. Está más cerca al cuento de Hemingway El gato bajo la lluvia, que al cuento Los asesinos. Y allí está el horror: Magela se acerca lenta al horror.

Cuentos memorables dentro de La composición de la sal: Amor a primera vista (un cuarto que son muchos cuartos y que también son una persona), Algo para cenar (el paso de la infancia a la madurez, que siempre duele y agobia), La noche del estreno (el teatro dentro del teatro. Mejor dicho: la música dentro de la música, y la soledad dentro de la soledad).

«Hemingway, con menos inspiración, con menos pasión y menos locura, pero con un rigor lúcido, dejaba sus tornillos a la vista por el lado de fuera, como en los vagones de ferrocarril», escribe Gabriel García Márquez. Y tal vez eso es reprochable en la manera de escribir de Magela. A veces deja algunos tornillos a la vista: referencias de libros o títulos. Como en Borrasca o Moebia o Dragones dormidos o en algunos tramos de La noche del estreno.  

Magela Baudoin se hace fuerte cuando escribe como un artesano del detalle. De ninguna manera se hace fuerte cuando quiere escribir como un detective que mira el horror de frente, y en la sangre que no es su sangre encuentra el vacío o la nada o su propio rostro. Se hace fuerte cuando mira de reojo el horror, y en él mira la sal del desierto —acongojada y triste—, llena de la sal del hombre: la soledad.     

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