andrea aramayo álvarez
Textura violeta
Drina Ergueta*
La Paz, Página Siete, martes, 06 de octubre de 2015
Una descalificación habitual hacia una mujer, una forma de insultarla, para el común de las personas es llamarla bruja; sin embargo, esta palabra, que en su uso corriente tiene un significado peyorativo, lleva un trasfondo histórico, político y social patriarcal que, para quien lo conoce y lo reivindica, resulta todo lo contrario: un halago.
Un ejemplo que indignó a muchas personas es el que circuló hace unos días en las redes sociales: el montaje de una imagen distorsionada de la periodista Helen Álvarez a la que asemejaban a otras de mujeres, consideradas feas y viejas, y la calificaban de bruja. Ella se empeña en pedir justicia para su hija que murió atropellada por su exnovio y son algunas amistades de éste, imputado por feminicidio, quienes hicieron circular la imagen.
La indignación es válida porque la intención era el insulto, además de reflejar la total insensibilidad y poca empatía con una madre que ha perdido de manera violenta a su hija. Este ejemplo, da, sin embargo, pie a reflexionar sobre lo que son las brujas.
Se considera bruja a una mujer fea y vieja que está resentida, odia y hace maldades, que adora al diablo, que inclusive sacrifica niños. Hay muchas historias y especialmente cuentos infantiles y de terror con este personaje. Es todo lo contrario a un hada que es una mujer joven y hermosa que concede deseos y es buena. También está la hechicera, una especie de bruja joven y que es peligrosamente hermosa: suele atrapar a los hombres y someterlos.
Las brujas son mujeres, casi no hay hombres. Ellos son magos o hechiceros que tienen más bien una connotación positiva relacionada a la sabiduría.
La erudita feminista Victoria Sau recuerda que la brujería fue atribuida exclusivamente a la mujer incluso desde la religión católica: los inquisidores Sprenger y Kramer en su Malleus Maleficarum aseguran la existencia de la brujería como forma de herejía: "… bendito sea el Altísimo que ha protegido hasta ahora al sexo masculino de un crimen tan grande”.
Mientras las hadas son personajes ficticios, pura fantasía, las brujas sí son reales, las hubo en la historia ya que muchas mujeres así fueron consideradas y, entre los siglos XV y XVII, lo pagaron en su mayoría con la vida. Se les acusó de provocar enfermedades, infertilidad, malas cosechas, plagas, muertes, ser amantes del diablo…
En su Calibán y la Bruja, Silvia Federici recuerda que "Anne L. Barstow puede justificar que (en Europa) aproximadamente 200 mil mujeres fueron acusadas de brujería en un lapso de tres siglos”. La mayoría fueron asesinadas y a las que escaparon la hostilidad las persiguió de por vida.
Se trata de un genocidio que se ha trivializado en la historia, mostrándolo como algo menor y de carácter folklórico, afirma Federici, que, al contrario, señala que la caza de brujas tuvo una importancia económica política y social como instrumento para aterrorizar y someter a poblaciones en el periodo histórico del paso del feudalismo al capitalismo en Europa, cuando se inicia una nueva división sexual del trabajo que confinó a las mujeres al trabajo reproductivo. Las repercusiones se viven hasta hoy.
Sau afirma que "cada vez se afianza más la teoría de que las miles de mujeres torturadas y asesinadas en concepto de brujas... no eran únicamente enfermas ni víctimas de la ignorancia o la codicia de vecinos delatores, sino que un número importante de ellas formaban parte de un movimiento social subversivo que fue limpiamente liquidado a fuego con la excusa de la religión”.
Las mujeres con sabiduría, con conocimientos medicinales, que eran matronas y que sabían de anticoncepción, que eran independientes y no aceptaban fácilmente según qué normas, son las que fueron perseguidas y quemadas en la hoguera.
El feminismo reivindica a las brujas por su espíritu y cuerpo libres y autónomos, por su sabiduría, por su vocación para apoyar a otras mujeres y a su pueblo.
*Periodista.