El investigador Eduardo Gudynas desarrolla el concepto de ‘efecto derrame’ de los extractivismos. Estos efectos derrame pueden ser más problemáticos que los efectos locales de la actividad extractiva (minería, hidrocarburos, deforestación, entre otras).
Ricardo Aguilar Agramont / La Paz La Razón (Edición impresa) / 00:07 / 02 de agosto de 2015
El extractivismo es el principal problema de América Latina, asegura el investigador uruguayo Eduardo Gudynas. En el taller sobre este tema, organizado por el Centro de Documentación e Información Bolivia (Cedib) en Cochabamba, el académico centró su análisis —desarrollado en extenso en su libro Extractivismos: ecología, economía y política de un modo de entender el desarrollo y la naturaleza— en lo que llama los “efectos derrame” del extractivismo, los cuales están más allá de los daños locales de determinada actividad extractiva, pues impactan sobre “el manejo de los territorios, las dinámicas económicas, la inserción internacional, el papel del Estado y los modos de hacer política”.Gudynas afirma que los efectos derrame “son tanto o más importantes” que los daños locales que deja la actividad extractiva, porque afecta la economía y la vida política de los países que la adoptan.
DEFINICIONES. El “extractivismo” es definido por el uruguayo como la apropiación de recursos naturales para su exportación en grandes volúmenes. Es la extracción masiva para el mercado internacional de recursos minerales, hidrocarburíferos, forestales, agrícolas, ganaderos, entre otros. En ningún caso es sinónimo de desarrollo y de capitalismo, remarca el estudioso uruguayo.
Esta forma de explotación de los recursos naturales domina en Latinoamérica con diferentes matices, que el autor de Extractivismos agrupa en dos grandes tendencias: el extractivismo convencional (como el de Chile, Colombia o Perú) y el extractivismo progresista (como el de Ecuador o Bolivia). Lo que en última instancia une a estas dos formas de extractivismo es que ambas ven que esta actividad no solo es muy buena, sino insustituible e irreemplazable para la economía de sus países.
Por supuesto que las secuelas corrosivas en el medio ambiente y en la vida de las comunidades de zonas adyacentes al lugar de la actividad extractiva son importantes, señala, pero el efecto derrame implica factores y procesos que afectan y condicionan “toda la vida política, económica y cultural de un país”.
DERRAME. Si bien los efectos derrame inicialmente pueden ser ubicados, en sus consecuencias, en ámbitos como el Estado, el derecho, la cultura, el territorio, la justicia o la democracia, se ve que en realidad comienzan dentro de uno de estos espacios e invaden a otros, es decir que hacen honor a la idea de “derrame”.
Un efecto derrame que explica Gudynas es el del “Estado compensador”. Este derrame afecta inicialmente la forma de ser de un Estado, sin embargo luego se desparrama hacia otras áreas.
El extractivismo, propone el investigador, hace extensiva la idea de que es un “muy buen negocio”. Sin embargo, para Gudynas eso es algo que no se puede saber a ciencia cierta. Para sostener esto pone el ejemplo de los daños sociales y ambientales de la extracción petrolera, los cuales nunca han sido cuantificados económicamente (si bien hay datos de casos específicos de derrames de hidrocarburos en los que se ha visto que el costo de la “reparación” del daño ambiental era superior a los beneficios de la exploración y explotación; el resto de los daños sociales, culturales y ambientales que se dan sin que necesariamente haya un derrame de crudo nunca se han medido, por lo que realmente no se puede saber si es un “buen negocio”).
En todo caso, los extractivismos extienden la idea de que son un “muy buen negocio”, afirmación que se torna en un “sentido común”, es decir que se acepte tal cosa como una verdad indiscutible. Entonces se dice a los directamente afectados que no hay daño que no se pueda compensar con dinero.
Acá hay que pensar en el conflicto de Potosí, región que ha sido afectada durante siglos por el extractivismo minero, y en la complejidad del problema, pues hasta hoy sus dirigentes sociales, cívicos y políticos tienen una mentalidad que busca la compensación del Estado, no se plantea alternativas al extractivismo (el Gobierno mucho menos), y piden la industrialización (fábrica de cemento, mayor desarrollo de la fundición de Karachipampa). Por el contrario, dejar el extractivismo mismo ni siquiera es considerado por las partes en conflicto.
Así, el efecto derrame que da una forma al “Estado compensador” invade a la economía. “La compensación es el peor efecto derrame porque incluye otros efectos derrame”, afirma Gudynas.
COMPENSADOR. El Estado-compensador entonces construye su discurso (esto sucede sobre todo en el extractivismo del progresismo) y “estira el nivel de la compensación; entonces dice: ‘Yo voy a contaminar, pero poco’”. Este efecto derrame promueve la idea de justicia social como el consumo generalizado; entonces, la compensación (disfrazada como redistribución del excedente) no se da en forma de vivienda y saneamiento, sino de celulares, tabletas, lavadoras, computadoras, etcétera.
El Estado-compensador da forma a la idea de justicia. Así, por ejemplo, se asocian los bonos para los más pobres a una idea asistencialista (“caritativa”, dice el uruguayo) de la justicia. Se llega, entonces, a una justicia economicista basada en la redistribución. Así, los voceros gubernamentales insisten en la inviabilidad de los bonos sin la extracción.
La compensación (para el caso a través de bonos) además sirve al Estado extractivista para sostener la explotación y exportación a gran escala de recursos naturales. En Bolivia, esto se ve en el hecho de que se redistribuye a organizaciones sociales de modo que éstas apacigüen cualquier reclamo ante los efectos locales de la extracción.
MERCADO. Otro efecto derrame de la actividad extractiva masiva, según Gudynas, es la redefinición de los Estados. En el caso de los progresismos se ve que hay la pretensión de controlar el mercado y de no ser gobernados por éste. Se sabe que estos gobiernos tienen un alto nivel discursivo confrontacional contra el imperio y el poder económico. Entonces, lo que sucede es que el Estado intenta controlar el mercado, sin embargo, no puede ejercer un control tal que llegue a “molestar a los inversores” internacionales. “Tenemos entonces un Estado que controla el mercado y que (a la vez) lo libera, es un Estado que está en equilibrio entre esos polos”.
En cuanto a la legislación, lo que se ha visto como un efecto derrame, tanto en los extractivismos administrados por gobiernos progresistas como por neoliberales, es una flexibilización de la normativa ambiental. Entonces, las leyes, parte fundamental de los Estados, también son moldeadas por la actividad extractiva. El ejemplo más reciente para Bolivia —se reflexionó en el taller— es el decreto que permite la exploración en los Parques Nacionales (áreas protegidas en las que estaban prohibidos varios tipos de actividades, esencialmente las extractivas).
FLEXIBILIZACIÓN. Esta “relajación de las normas” no solo sucede en Bolivia, sino en toda Latinoamérica, por lo que Gudynas llama la atención sobre esta modalidad de apropiación de los recursos naturales. La existencia misma del extractivismo queda subordinada a esta “laxitud legal” que baja cada vez más los estándares de protección al medio ambiente. En Colombia, ejemplifica, en el gobierno de Juan Manuel Santos se redujo el tiempo para la aprobación de licitaciones extractivas en la cartera concerniente. Fueron llamadas en la prensa colombiana “licencias ambientales express”: si el viceministerio del área no se expresa en contra de una licitación en un tiempo muy limitado, se sobreentiende que el proyecto extractivo está aprobado.
En Perú se vio algo similar con un “paquetazo ambiental” que consiste en otro relajamiento de las normas ambientales. Argentina firmó con Chevron un contrato que cumple con el secreto empresarial, su Legislativo lo aprobó sin saber qué estaban aceptando, por respeto a ese secreto empresarial, cuenta el académico.
TERRITORIO. Además, la actividad extractiva contribuye a “la fragmentación del territorio”. Por ejemplo, Ecuador liberó la explotación en el parque natural Yasuni (lo cual también se relaciona con la relajación de la normativa ambiental) aunque su Constitución lo prohíbe. “Entonces, Correa busca a los grupos no contactados de indígenas, había tres, y produce un nuevo mapa que pone a los indígenas en otros lugares lejos del área de la actividad petrolera” (cuando en realidad viven en las áreas de la explotación).
El efecto derrame llega también a las economías nacionales, explica Gudynas, modificándolas hacia los sectores primarios. Esto hace cada vez “más difícil” que se desarrolle la industria propia.
En Bolivia, el llamado “salto industrial” ha sido una preocupación que posiblemente haya sonado con más fuerza a partir de la Revolución de 1952 hasta los días actuales. La izquierda tradicional de los 60 y 70 también habló de superar esa economía primaria, lo que para el uruguayo es una diferencia entre el progresismo y la izquierda, ya que aquél ve con buenos ojos la extracción masiva.
El problema es que esta específica forma de apropiación de recursos naturales “genera booms de consumo y eso destruye la industria nacional”, porque la gente se compra artículos importados. Esto dificulta el paso a una economía industrial que, por lo demás, en Bolivia está enfocada en una industria que no aspira al valor agregado de, por ejemplo, una ensambladora de automóviles, sino que se queda en la fundición.
A estos obstáculos, el uruguayo añade otro efecto derrame de la extracción en grandes volúmenes destinados a los mercados internacionales: la subordinación de las economías nacionales al mercado internacional, pues como se extrae para exportar, “siempre se venderá a los mercados internacionales que determinan los precios de los recursos”.
La idea difundida de que el extractivismo es bueno tiene su efecto derrame en lo cultural, entonces se llega a “creer que los países tienen que ser extractivistas y que son riquísimos en recursos naturales”. La idea de que se tiene abundantes recursos naturales “no funciona”. Para ejemplificar esto, pone el caso de Brasil, el mayor país minero de América del Sur, que ya perdió su segundo bosque tropical más grande “por la expansión de la minería y la ganadería”.
En lo cultural sucede “uno de los efectos derrame más fuertes”: la fractura de los pueblos indígenas a favor o en contra de la extracción. “En Ecuador, el primer promotor del ‘vivir bien’ hoy promueve la explotación petrolera porque eso da plata, entonces sucede la división”. En el caso boliviano, el ejemplo de las dos Confederaciones de Pueblos Indígenas de Bolivia (Cidob) y los dos Consejos Nacionales de Ayllus y Markas del Qullasuyu (Conamaq) son elocuentes. El miércoles, un grupo de guaraníes marchaba a favor de la exploración petrolera, mientras que existe otro que se opone.
DERECHO. Luego está el Derecho. Los extractivismos se mueven entre la alegalidad (cumplimiento formal de la ley pero aprovechamiento de sus vacíos o ambigüedades) y la ilegalidad, apunta el académico. Sobre acciones alegales, ejemplifica con Argentina y sus glaciares. Para protegerlos se dijo que se inventariarían los glaciares que no pueden ser tocados, cosa que no se ha hecho hasta ahora. Otra modalidad son los impuestos, es decir declarar pérdidas o bajas ganancias. Esta última manera de engañar a la ley fue usada por la gran minería en Colombia.
En Bolivia, se han realizado consultas a las comunidades para que aprueben la exploración petrolera en sus territorios; sin embargo, no existe una Ley de Consulta Previa.
En cuanto a las ilegalidades —explica— se trata de violaciones a derechos de la naturaleza y de las personas; violaciones a los derechos humanos, asesinatos (Perú), sicariato (en Colombia y Brasil). Por ejemplo, en Perú, en las manifestaciones contra la minería han habido muertos por bala de la Policía. Entonces, el Estado hizo una ley que exime al policía de culpa en caso de dar muerte a alguien con su arma reglamentaria, señala.
A partir de la violencia, Gudynas habla del concepto de “extrahección”: extraer con violencia. Esto se convierte en otro efecto derrame: una espiral de violencia entre los que están a favor de la extracción y los que están en su contra.
Siguiendo la argumentación, el efecto derrame ahora alcanza a la democracia. “Hay que cerrar el espacio a la sociedad civil con la democracia, es decir a los que se oponen al extractivismo se les dice están haciendo política, que si quieren hacer política entonces que hagan un partido y ganen las elecciones”. A nombre de la democracia, se reduce el espacio de participación de la sociedad civil. Esto viene sucediendo en Argentina, apunta. El discurso que anula a la sociedad civil para cuestionar y tratar de modificar las políticas públicas también se lo escucha en Bolivia: “Si no quieren extractivismo, ganen las elecciones”.
En conclusión, Gudynas apunta a que los “derrames” afectan al desarrollo de un país y lo que piensan sobre la idea misma de desarrollo. “Los extractivismos de derecha o los progresistas entienden una organización distinta de la extracción: ¿cómo se organizan los desarrollos? Es decir que no se discute el extractivismo, sino cómo se administran los costos. Se discuten cuáles son las variedades de desarrollo y no las alternativas”.
En efecto, la discusión sobre “alternativas a la idea de desarrollo es nueva”. Lo que sucede en todos los casos es que el poder anula la discusión antes de debatir. Por ejemplo, en Bolivia, si se está en contra de los extractivismos entonces se dice que se es de derecha o de la izquierda trasnochada. En Colombia se hace algo similar, solo que ahí se dice que se es comunista o terrorista de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).
Para Gudynas, este mecanismo es un patrón en la región. Pone el ejemplo del Perú: “el intelectual del neoliberalismo, Hernando de Soto, ya no tiene argumentos para defender a la minería, ya solo le queda vincular a los que están en contra con Sendero Luminoso”. Parece ser que se entra en el campo del discurso y del lenguaje. El uruguayo nota que antes en Bolivia el “vivir bien” se peleaba con el desarrollo, pero con la segunda Ley de la Madre Tierra ahora se dice “vivir bien” con “desarrollo bueno”, con un “desarrollo integral”.
Se trata de un mecanismo de lenguaje que quiere transmitir el siguiente mensaje: “el desarrollo integral produce el vivir bien”. No obstante, el investigador afirma que el desarrollo siempre es asimétrico, “alguien tiene que perder”. Ante este panorama desalentador, se buscan alternativas, pero se vuelve a discutir cómo administrar el extractivismo y nunca cómo salir de él.