El 12 de octubre del presente, se elegirán por voto universal, al Presidente, Vicepresidente, 36 senadores, 130 diputados, y 9 legisladores supranacionales que nos representarán en la Unión Parlamentaria Mundial, Parlamento Latinoamericano, Parlamento Andino, Parlamento Amazónico y el Parlamento Indígena de América. En nuestro voto estará el poder de decisión de a quienes nombramos como nuestros gobernantes, nuestros legisladores o sea los que harán las leyes en Bolivia y quienes nos representarán en los parlamentos internacionales arriba mencionados.
Todos nos estamos haciendo la siguiente pregunta ¿Por qué partido votamos?
Cuando reflexionamos en el sentido de que nuestro voto debe ser responsable y considerando no solo lo inmediato, sino, pensando en las futuras generaciones, es decir velando el futuro de nuestros hijos y en los hijos de sus hijos, entonces esta decisión se complica. Para buscar una pequeña luz a semejante decisión, partamos de lo que Kapuscinski Ryszard dice al hacer análisis de la realidad africana:
“... las nuevas clases dirigentes africanas ocuparon, simplemente, el lugar de los blancos. Una elite negra sustituyó automáticamente a los colonialistas blancos. Esta es una de las razones del completo fracaso de los nuevos Estados. No hubo nuevas reglas, no hubo una nueva forma de administrar. No fueron transformados el Estado o los mecanismos económicos. Todo siguió igual: los nuevos patronos negros tenían los mismos privilegios que sus predecesores blancos [...]
La independencia no modificó la estructura del poder blanco: aquí están las raíces del naufragio de África”.
En Bolivia, a diferencia del África, luego de siglos de luchas constantes, el 2006 se logró instalar la Asamblea Constituyente con el fin de realizar cambios profundos en la Constitución Política del Estado, pues se había identificado que la vieja Constitución daba enormes privilegios a un reducido grupo humano -las élites económicas nacionales- y al capitalismo transnacional, en perjuicio de la gran mayoría de la población boliviana.
La nueva Constitución recién fue promulgada el 7 de febrero de 2009, luego de negociaciones en el parlamento con las élites del país y en particular con los de la “media luna”, si bien con muchos recortes en favor de la oligarquía nacional, la Constitución aprobada tuvo la enorme virtud de introducir elementos impensados, como el reconocimiento de la preexistencia de los pueblos y naciones originarios al Estado, el respeto a la libre determinación, al territorio y de incorporar dentro de la estructura del Estado, sus propias institucionalidades, formas de gobierno y sistemas de justicia entre otros.
Más allá de votar por uno u otro candidato, nuestra decisión deberá ir a favor del que estemos seguros que profundizará esta lucha anticolonial del pueblo boliviano, para lograr el cambio estructural del Estado y garantizar la participación comunitaria y colectiva de la gente en las decisiones del manejo del Estado Plurinacional de Bolivia en favor de la mayoría.
Lo contrario, significará elegir quién será el siguiente sirviente del “nuevo orden mundial” que reproduzca el colonialismo y el poder oligárquico mundial, como lo hicieron siempre los partidos tradicionales hasta hoy. Hay que cuidar que nuestro voto favorezca al partido que realmente, y no solo en el discurso, esté dispuesto a liberar al pueblo boliviano de la estructura del dominio oligárquico global.
Si no cambiamos la estructura de poder radicalmente, quedaremos como África, habremos cambiado de actores pero no habremos tocado la profundidad del problema, el de liberarnos de gobiernos serviles a los poderes mundiales y mantenernos como países productores de materias primas, con una mediocre educación, sin servicios básicos, sin medios de vida y sin una participación real, en suma, sin la capacidad de autogobernarnos.
Nuestro protagonismo no deberá terminar con el voto emitido el día de las elecciones, al contrario, empezará con el gobierno que nosotros elegiremos y al que tendremos que obligar a desarrollar una política anticolonialista liberadora verdadera y no solo discursiva.
* Editorial de la revista Conosur Ñawpaqman 152.