Luis Fernando Novoa Garzón
¿Qué naturaleza intocada es ésta que produjo “efectos imprevisibles e incontrolables?
Con la llamada “inundación histórica” del río Madera, son más de 5.000 familias desalojadas y por lo menos 100 mil personas sin acceso al agua potable y alimentación adecuada en la ciudad de Porto Velho —que tuvo 12 de sus barrios afectados, en particular los barrios del Triángulo, Balsa, San Sebastián, Nacional y Belmont. En el entorno de las represas, río arriba y río abajo, cerca de 50 comunidades ribereñas “remanecentes” fueron inundadas por las aguas ahora consideradas “incontrolables”: Vila de Abuná, Distrito de Jaci Paraná, Linha 19 do Joana Dárc, Bom Será, Brasileira, São Carlo, Ilha do Monte Belo, Bom Jardim, Curicacas, Tira Fogo, Reserva Extrativista Lago do Cuniã, Igarapé do Tucunaré, Nazaré, además de otras comunidades que no se hicieron identificar.
Ambientes compuestos y construidos por generaciones sucesivas de indígenas, siringueros, pescadores, ribereños y campesinos, territorios destrozados como cuerpos colectivos y ahora marcados por la señal de que no tienen retorno. La inundación, definida como nuevo límite máximo “natural”, justifica y acelera el proceso de desposesión de las riberas del río Madera en coherencia con el proceso de privatización de sus aguas.
Los consorcios liderados por la Odebrecht y por la Suez procuran ocultar cualquier responsabilidad por efectos adicionales de la inundación, alegando que “casos fortuitos o de fuerza mayor” no pueden ser evitados. Pero si las hidroeléctricas de Santo Antonio y Jirau fueron concebidas ellas mismas como casos de fuerza mayor permanente en el formato de la subasta y del financiamiento hasta las licencias y concesiones —no se puede hablar de aleatoriedad, y si de riesgos planificadamente adulterados. “Prever hechos extraordinarios no sería razonable”, afirman los consorcios después de promover una secuencia de hechos extraordinarios, como las sucesivas mortandades de peces, extensos desbarrancamientos y la amplificación indeterminada de las manchas de inundación y de sus embalses.
El nexo causal entre el factor generador y el daño no puede ser inmediato y unilinear, pues el “factor generador” en cuestión son grandes hidroeléctricas mediadoras e potencializadoras de daños múltiples: al redefinir el canal y el lecho del río, o su nivel y velocidad, además de las propiedades bioquímicas del agua en toda el área de influencia de las plantas, cuyo perímetro conocido es mucho más amplio que el asumido en el EIA-RIMA.
Es el nivel de organización social y la forma de ocupación del espacio los que definen desastres y catástrofes. Por eso huracanes, terremotos e inundaciones producen efectos muy diferenciados dependiendo del país o de la región o del perfil social de la población afectada. Es preciso preguntar cómo se dio la distribución, la extensión y el tiempo de permanencia de esas “aguas excedentes” a lo largo del curso del río Madera. Es preciso conocer qué segmentos sociales, grupos étnicos, áreas urbanas y cuales actividades propiciadoras de renta fueron las más afectadas. La Amazonia brasilera y boliviana, comunidades campesinas y ribereñas y barrios “fronterizos” han sido los destinatarios preferenciales de los daños socioambientales, tomados como daños colaterales de un padrón de acumulación enfocado en commodities y en plantas industriales electrointensivas.
Apelar a la naturaleza como prueba suficiente para enterrar dudas y controversias sobre el desastre es conveniente para quien cuenta con una ciencia instrumental, pero que se hace creer neutra y autoreferente.
No se puede comprobar a priori anterioridad y causalidad de los efectos de la naturaleza, resultantes de un círculo de miradas, intereses y metodologías en disputa. “Naturaleza” sería nada más que el producto de coordinaciones recíprocas entre las apropiaciones objetivas de la naturaleza y las representaciones subjetivas de estas mismas apropiaciones. ¿Qué pueden ser “consecuencias naturales” después del capitalismo globalizado, del boom de las commodities, de la privatización amplia e irrestricta de los sectores de infraestructura que propician la exploración de recursos naturales y su circulación? Podría parafrasear a Adorno (que se preguntaba cómo habría poesía después de Auchtwitz) y preguntar: ¿Qué naturaleza intocada es ésta que produjo “efectos imprevisibles e incontrolables”?
El río Madera es el lema central del corredor inter-oceánico en implantación en la región, corredor concebido para acarrear recursos naturales exportables a largas distancias, en una situación en que el uso define la logística que le cabe, logística que, a su vez, intensifica este mismo uso, en un círculo vicioso de especialización regresiva del territorio. Proyectos petrolíferos, de minería, hidroeléctricos y de infraestructura, ya escudriñaron lo que circunda a dicho corredor. Por ello, flujos de poblaciones desenraizadas por el ciclo de expropiaciones anteriores tratan de ocupar sus posiciones en ese espacio como pueden, siguiendo la móvil y rápida frontera de las inversiones. Reciben, a cambio de eso, junto con las poblaciones locales, la mayor parte de la carga de los daños socioambientales —y de superexploración de la fuerza de trabajo— que surge de la efectivización de esos proyectos. Nuevas zonas de sacrificio se perfilan en los bordes de estas áreas/sectores que presentan alta lucratividad en medio del último brote de “crisis financiera” y sus nuevos y brutales requisitos.
La conversión de la Amazonía en valores y plataforma logística se profundiza aún más con la incorporación de “mecanismos de desarrollo limpio”: Green cleaning/Green washing, para volver tolerables los efectos colaterales de esa nueva ofensiva expoliadora a través de mecanismos como MDL, REDD, ABC y Mercados de Crédito de Carbono y sus múltiples derivados. Y así camina la frontera eléctrica en la Amazonía y prosigue la construcción social de los ríos amazónicos como recursos energéticos, conversión hecha de modo “sustentable” o a través de represas al “filo del agua” o “represas plataforma”. Lo “ambiental”, como reactividad formal y cínica a los requerimientos energéticos de nuestro patrón de acumulación, produjo artefactos como “represas- plataforma” y “represas al filo de agua” para asegurar por medio del sello normativo cientifizador, “los menores impactos posibles” —después, es claro, de atestiguar la irreversibilidad de las inversiones llamadas estructuradoras. Impacto social nulo, prometen los detonadores de bombardeos quirúrgicos en la Cuenca del río Tapajos. Caudal afluente = caudal defluente, repiten en forma de mantra los directores de los consorcios y de las agencias fiscalizadoras, para nada más declarar sobre como específicamente sus dos embalses interfieren en la dinámica de las inundaciones y reflujos del río Madera, río arriba y río abajo, trecho a trecho.
Reparen que son los actores o agrupamientos sociales que crean y recrean versiones del mundo natural y claramente del mundo social. Esas versiones emplacan o no, dependiendo de los instrumentos y de los métodos de construcción y entronización de la realidad de los que se imaginan vencedores, de la realidad que da la razón a ellos.
Pero la victoria nunca es completa en cuanto podemos ponerla a prueba en la escena pública. Lluvias implacables encima de las represas, en territorio boliviano, no constituyen una coartada que se sustente, ya que informes y estudios técnicos indicaban, desde 2007, la posibilidad de eventos climáticos extremos asociados a procesos de deforestación y ocupación irregular del suelo en la cuenca del río Madera. Y tales informes fueron ignorados o censurados durante los procesos de licenciamiento de las represas. Agencias hidrometereológicas en Bolivia y Perú deberían haber sido condición previa? Un mayor conocimiento de la amenaza no se traduce en condiciones de desvulnerabilizar, o sea, impedir nuevas vulnerabilidades. Debería haber consonancia entre sistemas de alerta y adecuación de operación de los reservorios y planes de contingencia publicitados. En vez de eso, lo que se vio fue una disputa extemporánea entre las dos represas por el aumento de las cotas de sus respectivos embalses, para optimización del aprovechamiento energético.
Los consorcios dicen que no podrían asumir responsabilidad sobre “daños remotos” o sobre efectos colaterales “inevitables”. Pero sin que se evalúe en detalle las dinámicas de sedimentación en asociación con los efectos de remanso de los dos reservorios, no es posible afirmar que la cantidad de lluvia en las cabeceras pueda determinar el nivel del caudal del río Madera —pura y simplemente. Puntualizan, en defensa propia, que la falta de planificación del suelo en el área de influencia de las hidroeléctricas no puede ser “causa directa e inmediata” de las represas. Aquí la media confesión basta para dejar claro que los consorcios privados no están dispuestos a verificar las muchas causas coadyuvantes de esta catástrofe socio ambiental, mucho menos ofrecer seguridad mínima a la población rondinense que vive en el entorno del proyecto o que depende de la infraestructura viaria situada en él, como, por ejemplo, la población del Estado de Acre. La viabilidad de las dos hidroeléctricas está colocada en jaque después que ESBR y SAE (los consorcios) probaron que no consiguen lidiar con el caudal de los ríos amazónicos en su extrema variabilidad.