Aquí y ahora
Carlos Soria Galvarro T.
Miércoles, Julio 17, 2013 - 12:15
Comencé a escribir esta columna en 1986 en el semanario Aquí que dirigía Antonio Peredo y en el que yo fungía como jefe de redacción. La firmaba con el seudónimo “Silvestre” y duró hasta que pasé al Canal 13 TVU, trabajo agobiante que me impidió continuarla. Años después la reanudé en el semanario La Época a invitación de Raúl Peñaranda y seguí escribiendo allí hasta bien avanzados los cambios de dueños y de orientación de ese medio. De pronto decidí acogerme al formato digital de ERBOL y mis contribuciones, debo reconocerlo, se hicieron cada vez menos frecuentes.
Una de las razones para ello, sin ser la única, podría ser la que a continuación trataré de explicar.
Carlos Soria Galvarro T.
Siendo una persona con las emociones a flor de piel, me sentía poco menos que obligado a dedicar unas líneas ante el deceso de personas conocidas, amigos o amigas entrañables a veces, otras no tanto, pero igualmente significativas en lo personal.
Con el subtítulo de “Siluetas” debajo del nombre de la columna escribí, que me acuerde, sobre Jaime Sevillano, deportista, mimo, diseñador gráfico, artista bohemio empedernido. También lo hice sobre Andrés Heredia, legendario y sencillo organizador clandestino, de estoica resistencia ante la represión y defensor irrenunciable del derecho a pensar con cabeza propia. La columna que le dediqué a Jorge Kolle, a más de uno le gustó, llegaron a decirme que no debía ofender a los muertos, aunque esa no fue mi intención, destaqué algunos de sus méritos pero no me pareció honesto esconder mis impresiones negativas.
Si mal no recuerdo la última columna-obituario que escribí fue para Domitila, apenas unas pinceladas testimoniales de algunos momentos en que estuvimos en la misma trinchera.
Sobre Antonio Peredo, no hice una columna de opinión sino un artículo de fondo para la revista Oxigeno, a solicitud expresa de Grover Yapura.
Cuando escribía una reseña de los tres últimos libros por Humberto Vázquez Viaña me sorprendió su partida, comprendí por qué los había publicado al hilo el 2012 y tuve que adaptar mi nota a una especie de postrera despedida.
En ese trajinar es que comenzaron mis problemas. Por una explicable razón generacional las gentes de mi entorno se están muriendo a montones. Se fue Ana Urquieta, militante a tiempo completo toda su vida. Partió Jorge Tapia (Torombolo), espíritu fuerte en un organismo frágil. Rosendo Osorio (Oso) cayó en un accidente no de la mina, sino de la carretera (no lo podía creer). Simón Reyes, terminó su jornada en medio del reconocimiento general, escribí sobre su vida en Vista al mar, pero no pude hacerlo sobre su reciente muerte.
La seguidilla de fallecimientos de colegas del oficio periodístico en estos días es de nunca acabar, son tantos y tantas que prefiero no mencionarlos por el riesgo de olvidar algunos nombres. El último entierro al que asistí fue al de Fortunato Esquivel y allí nos encontramos no más de una docena de colegas que bromeamos al coincidir que casi todos ya estamos “en la sala de preembarque”.
En mi casi confinamiento de Valencia (Mecapaca) ayer me llamaron para avisarme que falleció en La Paz el chaqueño Floyd Ortega (Bigotes) y en Oruro la Negra Clara (Torrico). Esa doble noticia funeraria fue la gota que llenó el vaso. He decidido a partir de ahora no escribir más obituarios. No me da el cuero, es demasiado desgaste emocional. Cuántos más años vivimos más solos nos vamos quedando. Sobrellevar semejante carga ya es más que suficiente.
Liberado de ese compromiso autoimpuesto como obligación de la memoria, quizá pueda recuperar algo del ritmo que se necesita para seguir mirando lo que pasa aquí y ahora.
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