Ruber Carvalho
De un tiempo a esta parte, como suele decirse, en este país no da ganas de nada. Escribir para qué! si es tan poca la gente que lee y si lo hace, primero está el pensar en subsistencia diaria antes de cavilar en cosas que nos sacuden a veces el alma, antes que la satisfacción de reflexionar o soñar. Bolivia fue un error histórico, pero un error inevitable. Nuestros parientes de la vieja oligarquía colonial de Chuquisaca convencieron a Bolívar —quien para Marx no era otra cosa que un bellaco como Sololouque, emperador haitiano, con ínfulas napoleónicas (sin olvidar la “presidencia vitalicia” de su constitución bolivariana)— además pagado por los ingleses para luchar contra sus abuelos españoles y, ya está: bautizaron al nuevo país con su nombre y a su capital con el de su lugarteniente. Y eso somos, con nombres falsos, con carta de ciudadanía sospechosa y… ahora, como un volantín sin cola.
El 19 de octubre del 2011, pasará a la historia como el día, quizá el único, en que Bolivia fue un país real y emocionalmente unitario al cabo de 186 años, gracias al “Coraje”, como dice el cantautor Luis Rico, de los pueblos indígenas de la llanura y del calor generosamente ejemplar del pueblo boliviano, fielmente representado por el pueblo paceño en las alturas del Ande.
Más de dos meses de marcha llena de penurias y contratiempos, donde todos fueron héroes: las mujeres, los niños, los viejos, los jóvenes y los hombres de manos callosas. Masacrados por la policía por orden del gobierno, insultados desde las esferas gubernamentales como agentes desestabilizadores, cansados, agotados, enfermos; al final llegaron a la sede del gobierno que, al comienzo les prohibió el ingreso a la plaza principal que, dicho sea de paso, el mismo presidente sugirió cambiarle el nombre por otro, indígena. Y ese día también se supo de una balacera de narcotraficantes colombianos con la policía en el Tipnis como testimonio a la demanda indígena que no querían cocales en el parque (la coca sí es cocaína) y como si fuera poco, la muerte de Gadafi, en un acto similar de barbarie de turbas enardecidas como sucedió en Bolivia hace 65 años con Villarroel, cuando la gente rabiosa lo encontró en un aposento del tercer pico del palacio, lo tiró a la calle, lo masacró y casi desnudo lo colgó en un farol frente al “palacio”, algunos de sus colaboradores corrieron la misma suerte (alguien debería contarle la historia real al presidente Morales; la rabia de la gente no tiene ideología y sí es una acto casi irracional contra lo injusto y lo impune). El recibimiento espontáneo de un millón de paceños gritando consignas contra el gobierno y principalmente contra Morales, contrastó con el mitin de cierre de campaña del gobierno para las recientes fracasadas elecciones judiciales con asistencia obligatoria y gente traída desde las provincias. ¿Influyó eso en el ánimo del rey? No olvidemos que el vicepresidente que, asegura haber leído muchos libros, no llama al presidente por su apellido sino por su nombre de pila, como se usa con los monarcas europeos (cosas de nuestro complejo de colonos). Y no por nada, el “rey” usa una casaca para-militar para diferenciarse del resto de sus servidores. Andrés Santa Cruz Calaumana, cholo también, acostumbraba retratarse con uniforme de mariscal francés para esconder quizá su complejo de no ser blanco,
El gobierno desesperado y encerrado en su propia trampa, esperó a los marchistas con una reforma sustancial a su ley corta, por la cual, borraba de un plumazo la herida al corazón del Tipnis y lo declaraba, como quien esconde un fusil bajo el poncho, como diría el leído vicepresidente, “intangible”, esperando sin duda, en esa doble moral, en esa doble cara con que siempre juega, crear problemas a futuro, sin otra vez medir las consecuencias que le trajo el gasolinazo, primero y la marcha después. La inmediata movilización de los cocaleros en defensa del trazo original de la carretera por el medio, es una muestra de la manipulación de Morales. Si en verdad, el gobierno diera por terminado el conflicto, pues, sencillamente los cocaleros desaparecerían del escenario, como desaparecieron luego de la masacre de Yucumo, cuando con la policía bloqueaban el puente y no dejaban a las mujeres y a los niños ni siquiera beber agua del arroyo, culminando en la masacre del 25 de septiembre. Ya la “intangibilidad” tendría que interpretarse en los términos cabales que señaló Fernando Vargas, uno de los dirigentes de la marcha, en el propio palacio de gobierno al advertir: “No pensar que el Tipnis es para que los indígenas vivan como los pajaritos, colgados de los árboles”.
El país conoce los odios de Morales, sus rencores recónditos, sus rabias y complejos; sabe la gente de esas cosas que generan facturas a cobrar con creces. Seguramente, nos aproximamos a una guerra de baja o alta intensidad (según las circunstancias), mientras se resuelve —a puertas cerradas, por supuesto— los negocios turbios con la empresa brasileña, tan allegada, dicen, a un Lula que un día había sido revolucionario. Para el gobierno, el Tipnis será el comienzo de una nueva pulseta que no sabemos como terminará. ¿Y qué dirán nuestras autoridades ausentes y nuestras instituciones adormecidas entre el chantaje, el miedo y la vergüenza? O es que el tema del Tipnis no es con ellos?
Bolivia es un país pobre que ha vivido durante años con el cuento de que “somos un mendigo sentado en una silla de oro”, cuando en realidad somos un pobre país, con malos gobiernos y una historia triste de guerras, derrotas y fracasos; somos un pordiosero sentado en una silla desvencijada con tres patas, tras un escritorio robando las arcas del Estado; somos un pobre país copado por el narcotráfico y el contrabando, donde existe una región que nunca antes fue cocalera y ahora se dedica a producir materia prima para el narcotráfico a vista y paciencia del mundo entero. Los bolivianos somos esos individuos que cuando presentamos nuestros pasaportes en las fronteras nos miran como a delincuentes y en las aduanas nos revisan hasta los calcetines para ver si llevamos cocaína. Bolivia es un país donde nadie invierte, un país que no exporta sino materias primas, donde no hay generación de empleos y la salud y la educación tienen el mayor déficit de América del Sur. El analfabetismo funcional es crónico en un país que no tiene acceso al libro. Somos un país en negativo gracias a nuestra ingenuidad y nuestra ignorancia.
Yo no soy patriotero ni patriota, como tampoco soy hincha de la selección de fútbol, ni me llaman la atención los símbolos de himnos, banderas y escudos. No creo en héroes de bronce ni de papel; esto, sin desconocer el valor de hombres y mujeres en el desarrollo de la especie humana, su cultura, su ciencia, las artes y su saber. No creo en originarismos de ninguna clase porque eso es fascismo puro, lo que en su tiempo me trajo exilios y persecuciones políticas en épocas de dictaduras. Por eso adverso a las dictaduras de derecha o izquierda, las del proletariado o de los militares que, de comienzo y hasta el final son exactamente iguales. Creo en los seres humanos del mundo entero, negros o blancos, morenos o albinos, y me molestan los indigenismos, los feminismos, los machismos y toda la sarta de tonterías que los intereses de poder quieren envolvernos. El mundo es del hombre y la mujer como garantes de la continuidad de la especie, en absoluta unidad de igualdad, y me molestan las bellacadas discursivas de “el” y “la”, de “ellos” y “ellas”.
Creo firmemente que la tierra, la ciencia y la tecnología debe estar al servicio del género humano y no a la inversa, y es por eso mismo, que debemos respetar el medio ambiente para que nos garantice la vida en el planeta donde se entienda también el respeto a la vida de los árboles y de los animales tanto como la nuestra, ya que la única diferencia que tenemos con los animales es el odio que nos corrompe y la envidia que nos enferma a los seres humanos y nos hace inferiores, pero además, nos vuelve injustos e hipócritas. El animal más temible es más noble que el hombre, y tiene alma. Esa alma que día a día la despedazamos desvergonzadamente en el bistec que comemos. El campesino originario no es parte de la ecología, es, sencillamente, un cuidante y protector de ella como el resto de los mortales. Detesto el folklorismo político que quiere dividirnos tergiversando la historia, pasando facturas por lo que no supieron defender. Soy orgulloso de mis sangres y de mis antepasados y pienso que siempre será la hora de los honestos, antes que los demagogos del color o del sexo que fuesen. Nunca he sido autonomista aunque tampoco estoy contra ella, porque creo que sólo es una extensión de la provincia, a excepción de la republiqueta cocainera del Chapare que sí, es una supra autonomía, administrada por seis centrales (sindicatos) cocaleras de las que todo el mundo sabe quién es el jefe. Pero amo la provincia porque nos hace sencillos, transparentes y leales con nuestra cultura y nuestras tradiciones más caracterizadas. Pero sigo creyendo que el poder político debe manejarse desde donde está el poder económico. Así lo hizo La Paz hace ciento y pico años y le fue muy bien.
Es por eso que la marcha por el Tipnis me recordó muchas cosas: El valor de la dignidad, el respeto por el otro, el derecho a la vida en libertad, y, lo que es mejor, esa gente sencilla de la marcha me dio clases de valor que en los libros sólo es teoría y sentí, por un día, por primera vez en mi vida, que no es malo ser unitario, cuando observé a nuestros hombres y mujeres amazónicos rodeados de tanto cariño en las calles paceñas; sentí que la bandera blanca con el patujú impresa era mi bandera y que esta Bolivia, a pesar de ser un error inevitable, pobre y desvalida, es mi país. Y comprendí que a pesar de ese error que es Bolivia, valió la pena por ese día unitario, pasando un momento por alto la estupidez de la gente del gobierno y de nosotros, porque nosotros también tenemos de esa gente.
Creo que el Tipnis le cambió el rostro a Bolivia. En todo caso, nos devolvió la esperanza.