Vamos a andar
Rafael Puente
Nada menos que en Brasil, la nueva potencia emergente, el poderoso vecino que nos marca línea —y que de paso intenta controlarnos— se ha producido una explosiva cadena de manifestaciones populares (en Río 300 mil personas, en San Pablo 250 mil, y así en más de ochenta ciudades) que expresan el descontento y la decepción fundamentalmente de la juventud. ¿Qué pasó? ¿No era que Lula y el PT habían puesto en marcha un significativo proceso de cambio? ¿O es que esa masa de jóvenes —que se comunican a través de las redes sociales y no parecen depender de los medios televisivos— se han pasado a la derecha? A partir de sus demandas no parece ser el caso. Cierto que la derecha intenta aprovecharse de las movilizaciones —igual que en Bolivia—, pero se trata de auténticas movilizaciones populares, incluso así lo reconoció la presidenta Dilma Rousseff.
¿Y por qué se movilizan? Porque están hartos y hartas de 12 años de conciliación de clases y de no poder participar en la vida política de su país. Porque los servicios públicos, sobre todo los del transporte urbano, son caóticos y caros. Porque, mientras no hay recursos para mejorar los servicios de salud y educación, el Estado brasileño está dispuesto a erogar un montón de millones para el Mundial de fútbol (para que la juventud brasileña proteste contra el Mundial tiene que estar verdaderamente enojada). Porque eligieron ya tres veces al PT para que se produjeran cambios profundos en el país, y no para que siga siendo el capital financiero el que domina la situación, ni para que siga reinando la corrupción. Porque el lucro de las grandes empresas sigue intacto.
Todo esto ¿no nos da que pensar? Después de siete años y medio de proceso de cambio en Bolivia, ¿cómo anda entre nosotros el servicio de transporte urbano? ¿Cómo andan los servicios de educación y, sobre todo, los servicios de salud? Claro que nuestro Estado no se piensa tirar la plata en un Mundial de fútbol, pero sí quiere tirársela en el Rally París-Dakar (proporcionalmente para Bolivia más dispendioso que el Mundial para Brasil). ¿Cómo anda el predominio del capital financiero y, en general, de las grandes empresas privadas (incluidas aquí las brasileñas)? ¿No acaban de decirnos los señores de Asoban que están muy contentos con la nueva Ley de bancos? ¿No siguen intactas las grandes empresas mineras y cada vez con mayores y renovadas ventajas las petroleras? ¿No seguimos plagados de corrupción en los diferentes niveles de este flamante Estado plurinacional?
Y cuando los responsables del área económica del Gobierno brasileño se preguntan de dónde saldrían los recursos para responder a las demandas de los jóvenes manifestantes —¿no les suena conocida la pregunta?—, éstos responden: “¡Del sector privado!” ¿No podrían responder algo parecido los portavoces de la última gran movilización por el Fondo de Pensiones?
Deberíamos pues aprender las lecciones que llegan de Brasil, las que nos da esa juventud que no se siente partícipe del proceso —igual que la nuestra— y que se informa y comunica a través del FaceBook -igual que la nuestra— y que sigue creyendo que otro mundo es posible —¿igual que la nuestra?
Estos acontecimientos también podrían ayudarnos a entender por qué Lula viene y le aconseja a nuestro presidente Evo que no deje de contar con la empresa privada, y nos debería ayudar a entender que el consejo había sido erróneo, incluso para la realidad de Brasil (con una empresa privada eficiente y bastante nacional), pero mucho más para nuestra realidad (con una empresa privada que ha demostrado su incapacidad histórica para desarrollar el país, cuando no su carácter parasitario).
¿Demasiadas lecciones para asimilarlas así de repente? Puede ser. Pero al menos los compañeros del MAS debieran aprender del PT, que en lugar de declarar opositores y librepensantes a los cientos de miles de manifestantes, lo que ha hecho ha sido instruir a sus bases que los apoyen. ¿Sería posible que en nuestro país ocurriera lo mismo? Ojalá aprendamos esas lecciones.
Rafael Puente es miembro del Colectivo Urbano por el Cambio (CUECA), Cochabamba.