"Sépase que por cada uno que vino a combatir,
se quedaron 20 perfectamente entrenados
que no tenían armas".
Fidel en el juicio del Moncada
Marta Rojas
De que la base del pueblo cubano estaba políticamente preparada e imbuida de fervor patriótico en 1953 lo ejemplifica la composición social del movimiento revolucionario que el joven abogado Fidel Castro Ruz, logró nuclear en corto tiempo tras el artero golpe de Estado o "madrugonazo" militar del 10 de marzo de 1952, perpetrado por Fulgencio Batista y pronto reconocido por el gobierno yanki, cuando se estaba en las vísperas de unas elecciones generales, a efectuarse el 1 de junio de ese año.
Los integrantes de lo que sería un movimiento revolucionario transformador, supieron aquilatar el momento crucial que se vivía. Ellos formaban parte de la concepción de pueblo que luego definiría Fidel en su alegato de defensa de la acción del Moncada, conocido como La Historia me Absolverá.
Fue entre las capas mayoritarias de los cubanos: campesinos, obreros, profesionales modestos y jóvenes desempleados, o de empleos precarios y cíclicos los que representaron a la población. En ellos prendió la chispa de una revolución cabal, con un programa político contenido en el Manifiesto del Moncada a la Nación. No se trataba de un grupo únicamente audaz. Ellos sabían y querían que su objetivo no fuera un simple cambio de gobierno usurpador.
Antes de aquella silenciosa organización de jóvenes dispuestos a dar la vida por la patria, es justo recordar un antecedente. En Cuba se había gestado en esa década un movimiento de masas, calificado por muchos de "populista" organizado por un líder indiscutible —el senador Eduardo Chibás—, que proclamaba la virtud y la honradez administrativas en la gobernación del país, como bandera política, cuyo símbolo fue una escoba que debía barrer con todo lo malo heredado de una República surgida manca, luego de la intervención extranjera, tras decenios de contienda librada por los cubanos a partir de 1868, cuando Carlos Manuel de Céspedes inició la guerra anticolonial por la libertad de Cuba, la que comenzó dándole él mismo la libertad a sus esclavos del ingenio La Demajagua e invitarlos, ya como hombres libres, a luchar por la libertad de Cuba. Ejemplo único en la historia de América.
Los jóvenes de 1953, en su Manifiesto político asumían: "La revolución de Céspedes, de Agramonte, de Maceo y de Martí; de Mella, y de Guiteras, de Trejo y de Chibás", a tenor de que "en la vergüenza de los hombres de Cuba está el triunfo de la Revolución Cubana".
Por distintas razones no se alcanzó el triunfo definitivo en uno y otro momento histórico, pero al igual que en 1953, en las anteriores guerras grandes, la composición del cuerpo insurrecto o revolucionario fue semejante al contingente de 1953, a 50 años de la primera República, manca.
Cierto que en la década del 50 había un número creciente de analfabetos, y la enseñanza y la salubridad no eran programas favorecidos por los gobiernos de turno, pero la cultura política, en su más alta expresión se ganó finalmente las palmas en nuestra sociedad.
Baste un número de ejemplos entre los combatientes del 26 de julio, muertos (asesinados en su mayoría) y algunos más de los sobrevivientes, en cuanto a su extracción social. Se trata este de un listado representativo, pues Fidel logró juntar a más de mil, la mayoría de los cuales, después, ingresarían en el Movimiento 26 de Julio y desempeñarían tareas heroicas, sumándose a la lista de héroes y mártires.
Gama social de la gesta
Los hermanos Horacio y Wilfredo Matheu Orihuela y Remberto Abad Alemán Rodríguez, albañiles, masilleros; Lázaro Hernández Arroyo, Pedro Véliz Hernández, Armando Mestre Martínez, Tomás Álvarez Breto, y Juan Almeida Bosque, albañiles; Rafael Freyre y Hugo Camejo, obreros de un tejar; Flores Betancourt Rodríguez, trabajador de una pedrería; Pablo Agüero Guedes, auxiliar de albañil; Emilio Hernández Cruz y Manuel Saiz Sánchez, carpinteros; Armando del Valle López y Juan Domínguez, constructores de muebles, ebanistas; René Bedia, pintor de brocha gorda.
Alfredo Corcho Cinta, Manuel Isla Pérez, Marcos Martí Rodríguez, Carmelo Noa Gil, Manuel Rojo, Gerardo Antonio Álvarez, José Labrador e Ismael Ricondo; todos de origen campesino u obreros agrícolas.
José Luis Tasende de las Muñecas y Vicente Vázquez, mecánicos de refrigeración; Juan Manuel Ameijeiras, Mario Martínez Ararás, choferes; Francisco Costa Velásquez, ayudante de chofer o "machacante"; Jacinto García Espinosa y Antonio Betancourt Flores, braceros de los muelles; Virginio y Manuel Gómez, cocineros, que trabajaban en el Colegio Belén; Antonio Ñico López, cargador y casillero del Mercado Único; José Ramón Martínez, curtidor de pieles; José de Jesús Madera, obrero sin especialidad; Félix Rivero Vasallo, cantinero; Pablo Cartas Rodríguez, gastronómico; Andrés Valdés Fuentes, panadero; Ángel Guerra García, chapista; Pedro Marrero, empleado de cervecería; Víctor Escalona, zapatero.
Abel Santamaría Cuadrado, empleado de una importante oficina comercial y estudiante al igual que Boris Luis Santa Coloma, quien era además dirigente sindical; Mario Muñoz, médico; Julio Reyes, empleado de un banco; Oscar Alcalde, dueño de un laboratorio de fármacos; Ramón Méndez Capote, viajante de comercio al igual que Elpidio Sosa; Miguel Oramas, empleado y fotógrafo al igual que Fernando Chenart Piña; Raúl de Aguiar, estudiante, Raúl Gómez García, maestro, poeta, dirigente sindical; Renato Guitart Rosell, comisionista de buques en la empresa de su padre; Julio Trigo, estudiante y viajante de Medicina; Oscar Alberto Ortega, dependiente de comercio; Gildo Fleitas estudiante y profesor a la vez, además oficinista; Guillermo Granados, empleado de comercio; Rigoberto Cocho, trabajador del sector eléctrico; Gregorio Careaga, empleado en una funeraria; Roberto Mederos Rodríguez, trabajador del comercio; Ciro Redondo, empleado, viajante de comercio, Ramiro Valdés, empleado, como Pepe (José) Suárez. Salvo algunas excepciones todos militaban en el Partido o la Juventud Ortodoxa en su lugar de residencia.
Este cuadro, sintético pero elocuente, da una idea contundente de la composición social. Pero habría que agregar a los desempleados en aquel momento, como Osvaldo Socarrás y Humberto Valdés Casañas, que se ganaban el sustento diario, apenas para comer, como parqueadores de autos, o Gerardo Córdoba Cardín, que se estrenaba como boxeador; a Rolando San Román, eventual vendedor de ostiones o José Testa Zaragoza, vendedor de flores.
Otros, son de imprescindible mención para completar la concepción de pueblo, si de lucha se trata, ofrecida por Fidel: Pedro Miret, estudiante de ingeniería en la Universidad, Raúl Castro, estudiante, Haydée Santamaría, estudiante autodidacta y ama de casa; Melba Hernández Rodríguez del Rey, abogada en funciones, al igual que Fidel Castro Ruz, y otros que serán recordados en próximos artículos.
Ninguno de los más humildes —mencionados o no—, era analfabeto. Estaban imbuidos, además, en el conocimiento de la historia, desde los próceres independentistas hasta los más contemporáneos. Conocían y se demostró en el proceso judicial, por ejemplo, la valía de Jesús Menéndez, a quien, por cierto, Abel admiraba extraordinariamente y conocía, pues trabajó en el antiguo Central Constancia donde vivían los Santamaría.
Podrían ser considerados mambises del siglo XX, en su composición social, si bien la esclavitud había sido abolida, como sistema, y no podrían estar entre ellos hombres como aquellos a los que Céspedes les desató las cadenas.