Brasil
Resumen Latinoamericano/Douglas Belchior, especial desde Brasil, 16 de marzo de2015 -Resumen de los acontecimientos del 15 de marzo:
1) Elite blanca.
2) Mucho odio.
3) Consigna única: el odio al PT.
4) Fuerte apelación a la intervención militar (todavía no es la mayoría), pero casi nadie de los allí movilizados saldría de casa contra un golpe de Estado.
Un montón de gente como yo, que vive cerca de mí, toma el tren muy temprano y gana el salario mínimo están de acuerdo con muchas de las apelaciones y quejas lanzadas en las calles por las multitudes en este 15 de marzo.
Seguramente no han participado de esta marcha, pero existen estas personas. Y también están insatisfechos con tanta corrupción, con ladrones políticos de dinero público, con los hechos ilegales protagonizados en Petrobras, con la ineficiencia de los servicios públicos, con la violencia generalizada, la falta de agua, con el precio de la electricidad y la gasolina, con el desempleo, la recesión y así sucesivamente. Y es así, todo mezclado. El objetivo es y siempre será embestir al gobierno de la época, ya muy expuesto por la campaña de los medios corporativos.
Hasta aquí todo normal. La protesta es justa y tiene mucho sentido. Dilma terminó mal y recomenzó peor su mandato. Prometió mucho y no ha cumplido, huele a fracaso. Hasta cierto punto, ha traicionado los apoyos de la gente humilde y de izquierda que fueron vital para su victoria electoral.
Pero hay un problema más grande: la identificación de las causas y las soluciones propuestas.
Es preocupante que un trabajador, ciudadano común, y otros tan pobres como él, que componen la mayoría de la población, tengan el mismo punto de vista y las mismas propuestas de solución que la clase media reaccionaria y las élites brasileñas más recalcitrantes.
Para esta masa cargada de confusiones, el gran y único responsable de la corrupción endémica en el país y la crisis económica en curso sería el PT y el dúo Lula/Dilma. Y eso no es cierto. Además, sugieren que la solución sería someter a la Presidenta a juicio político, o convocar nuevas elecciones inmediatamente para que derrotado PSDB llegue al gobierno o, en el peor de los casos, que se produzca una intervención militar. Francamente, percibir que mis iguales defienden esas y otras propuestas parecidas a las que se han gritado rabiosamente me asusta.
Y eso es lo que se percibe.
La vieja clase media y los grandes medios de comunicación atacaron desde 2003 cada una de las iniciativas más progresistas de los tres términos del gobierno del PT. Esta campaña opositora de la televisión, igual a la que hacen diarios, revistas y radios, ataca sin cesar; hay que sumar los errores normales de desgaste, que resultó un caldo de opinión que fluyó en las calles en junio de 2013, en las urnas en octubre de 2014 y de nuevo en las calles este día 15 de marzo 2015.
¿Y el PT? ¿Y Dilma? Allí están, acurrucados, asustados, rehenes de sí mismos y de sus propias opciones. Lo peor: no parecen arrepentidos, ya que, inexplicablemente, reafirman los mismos errores en el manejo inicial de este cuarto mandato. Es decir, sin desearlo, le hacen el juego a estos desaforados que hoy ganan las calles multitudinariamente.
Repito apelaciones y argumentos:
No hay grandes diferencias entre la práctica del PT en el gobierno y una eventual del PSDB, al menos con respecto al 80% del presupuesto en temas políticos y en el desarrollo de la economía. Tanto uno como otro están sujetos al mercado, al capital y al interés privado.
Pero es justo y necesario decir: el PSDB y la oposición de derecha no tienen derecho moral a señalar con el dedo acusador. De ningún modo.
La movilización y la protesta “contra la corrupción” y el “juicio político a Dilma”, convocado por estos sectores y que llevó a millones a las calles fue un circo armado con gran oportunismo por el PSDB, junto con los medios de comunicación, especialmente la Red Globo.
La crítica despolitizada que alimenta la demonización de todos los partidos por ser iguales, o juzgar a todas las instituciones como anticuadas y burocráticas, o acusar a la política y a los políticos —a todos sin excepción— como criminales y responsables de la corrupción y las malas acciones de los gobiernos, sólo sirve para alejar a la población de la participación política organizada y hace que sea más fácil apuntalar un discurso oportunista y manipulador.
Es preciso disputar, no como una acción de defensa al gobierno de Dilma —que a esta altura es indefendible— sino como una tarea de diferenciar en las mentes y los corazones cuáles son los auténticos valores progresistas, transformadores y de protección de los derechos sociales.
Fortalecer y popularizar temas neurálgicos como la democratización de los medios de comunicación, la reforma política, el fin de la financiación privada de las campañas, la tributación de las grandes fortunas, la reforma agraria, la morosidad de la deuda pública y la fiscalización y la lucha contra el racismo, el sexismo, la homofobia y, sobre todo en este momento, el rechazo de cualquier tipo de intención autoritaria es la clave.
Más que nunca tenemos que disputar la mentalidad y la opinión colectiva. Y esto requiere pensar nuevas estrategias y dar la batalla ideológica.
No creo en una reacción del gobierno y el PT. Pero me encantaría ver a Dilma demostrándome lo contrario.