Laura Bécquer Paseiro
El escándalo de espionaje de Estados Unidos en América Latina no solo sacó a la luz la intromisión en sus asuntos internos, sino también demostró lo mucho que han cambiado las relaciones entre el Norte y lo que este considera su "patio trasero". Ahora existe una determinación de no dejarse intimidar y de enfrentar a la Casa Blanca, cosa que era impensable años atrás. Una región indignada alza su voz en todos los escenarios posibles para denunciar la violación de su soberanía.
El politólogo cubano Carlos Alzugaray no se sorprende por lo sucedido e indica a Granma que "bajo la legitimación de la Guerra Global contra el Terrorismo, Estados Unidos ha expandido sus mecanismos de inteligencia y espionaje. Quizás sea por un designio general o quizás porque los propios instrumentos han tomado vida propia y han extendido su espacio de acción para cubrir Gobiernos extranjeros".
A su vez, el periodista brasileño Mauricio Savarese señaló recientemente a Russia Today que el espionaje "demostró que los días de la Doctrina Monroe, que durante 190 años fue el fundamento de la política exterior de Washington en la región, han terminado".
A diferencia de los países europeos, que se han comportado como cómplices de Estados Unidos, América Latina está enojada, explica Savarese, mientras indica que la postergación de la visita oficial a Washington de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, así como el apoyo unánime a esta decisión por parte de los líderes latinoamericanos, "son pruebas de que los días de la Doctrina Monroe han terminado".
Precisamente Brasil, uno de los blancos principales de las escuchas por su creciente papel en la geopolítica mundial, reclamó una explicación a Washington por lo sucedido. Ante la respuesta poco convincente y las excusas de la Casa Blanca de que espió para protegerse del terrorismo, la presidenta Rousseff, espiada también, dijo que su país sabía protegerse por sí mismo.
Al intervenir el martes pasado en el 68 periodo de sesiones de la Asamblea General de la ONU, no solo describió el espionaje de la Agencia de Seguridad Nacional norteamericana como una grave violación a los derechos humanos y las libertades civiles, sino que lo denunció como el "quebrantamiento del derecho internacional", y una "afrenta a los principios de las relaciones entre los países".
Sobre la reacción de Brasilia, el profesor Alzugaray comentó a este diario que ello "coincide objetivamente con la tendencia general observada en América Latina y el Caribe hacia más autonomía, más autodeterminación y hacia el rechazo de todo lo que huela a injerencia externa. La injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos de los países de la región, en otros tiempos aceptada y tolerada, hoy ya no es aceptable".
A la Presidenta se unieron también sus homólogos de Bolivia, Evo Morales, y de Uruguay, José Mujica. En el mismo plenario, Morales cuestionó el hecho de que los norteamericanos no solo espían a gobiernos que consideran enemigos y a ciudadanos comunes, sino también a sus aliados europeos.
En días pasados Mujica consideraba que Washington no podía pretender "cosechar amigos mientras hubiera sospechas de espionaje". El Mandatario tocaba también un punto esencial: la necesidad de una independencia tecnológica. A su juicio, "con la evolución de las comunicaciones inalámbricas que existen hoy, hay que suponer que todo se escucha y lo que no se escucha es porque no se quiere escuchar".
Es por ello que, entre las primeras medidas destinadas a matizar los efectos de las escuchas, sobresale el anuncio de Brasil de crear sus propios centros de datos y conexiones a Internet para blindarse contra el espionaje de Estados Unidos. O sea, que los datos de los internautas brasileños sean guardados en servidores en su país, y no en Washington, como pasa actualmente.
Por lo pronto, la voz latinoamericana de denuncia retumba fuerte en los oídos de su vecino del Norte, porque parafraseando al poeta, América Latina, la de entonces, ya no es la misma.