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Rosa Luxemburg: revolucionaria, mujer, feminista…

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lecturas

por Antonella Marazzi

(Recordando el asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht el 15 enero de 1919, publicamos la intervención de Antonella Marazzi en el Encuentro sobre Rosa Luxemburg —a 90 años de la muerte— organizado por Utopía roja en Roma en septiembre de 2009. Texto inédito)

Mi primer encuentro con Rosa se remonta a los comienzos mismos de los años 70, cuando, joven militante, intentaba darme una formación teórica de base con métodos tan apasionados como caóticos. Recuerdo que tuve la impresión de una mujer decidida, de fuerte personalidad política y brillantes dotes teóricas que atravesó como un cometa el horizonte político de la Segunda Internacional para acabar siendo asesinada por la contrarrevolución alemana, después de haber polemizado con algunas de las mentes revolucionarias de su época. En el curso de los años, volví sobre algunas de sus obras, siendo la última de ellas en orden temporal La Revolución rusa. El encuentro organizado en Roma por Utopía roja a noventa años de su muerte me ha dado la oportunidad de reencontrarla. Y es así que he pasado con ella el último trozo de un calurosísimo verano, leyéndola sobre las ondas de un lago, en contacto inmediato con esa naturaleza que ella amó en sus múltiples aspectos y en la cual buscó sumergirse siempre que le fue posible.

 

A mi juicio, Rosa ha representado, de modo insuperable, el único ejemplo de mujer revolucionaria a tiempo completo que lograra practicar de modo concreto la fusión entre la militancia activa entre los movimientos de lucha de su época —como agitadora y dirigente— y el empeño teórico. Un empeño volcado en el campo de la polémica con algunos de los más famosos y prestigiosos intelectuales de su tiempo como Bernstein, Kautsky y el propio Lenin (además de Trotsky con quien estuvo con frecuencia de acuerdo). Una producción teórica dirigida a denunciar posiciones que, a sus ojos, representaban un peligro concreto en la vía de la revolución: contra el revisionismo de Bernstein (¿Reforma social o revolución?); contra la teoría leninista del partido (Problemas de organización de la socialdemocracia rusa) y contra la concepción burocrática de la relación entre movimiento de masa, partido y sindicato (Huelga de masa, partido, sindicatos); contra el nacional-chovinismo de Kautsky y de la mayoría del Spd a partir de 1907 (La crisis de la socialdemocracia); contra los peligros de degeneración de la revolución rusa del 17 (La Revolución rusa).

Tampoco hay que olvidar sus textos de economía política como la Introducción a la economía política y La acumulación del capital —en el cual se mide directamente con el Marx de El Capital— elaborados en el período en el que enseñó en la escuela de cuadros del Spd a partir de 1907. Por no hablar también de la prodigiosa mole de artículos publicados en los órganos de prensa del partido en los cuales militó y/o contribuyó a fundar: Partido socialdemócrata alemán (Spd), Partido socialdemócrata de Polonia y Lituania (Sdkpil), Spartakusbund, Kpd. Todo ello la coloca, única mujer en toda la historia del movimiento obrero de la Primera a la Tercera Internacional, en el mismo plano de personalidades político-revolucionarias consumadas como Lenin y Trotsky, que supieron unir la militancia activa a la cabeza de las masas en medio de las revoluciones sociales de su época a una producción teórica de alto nivel, íntimamente ligada a las temáticas que las tareas de la revolución mundial ponían al orden del día.

Pero ¿quién era esta mujer que supo conquistar un puesto de tanta autoridad en la socialdemocracia alemana y en la Segunda Internacional? 

Rosa la revolucionaria

Rosa Luxemburg nació en Zamo??, en la Polonia rusa el 5  de marzo de 1871 —el mismo año de la Comuna de Paris— última de cinco hijos de una familia hebrea no observante. El padre era un comerciante de madera y la familia gozaba de una relativa prosperidad. Cuando Rosa tenía dos años, la familia se transfirió a Varsovia y allí la niña fue aquejada por un padecimiento en la cadera que, mal diagnosticado y curado, la obligó a guardar cama durante mucho tiempo y la afectó de modo negativo para el resto de su vida. Quizás  también el tener que asumir esta minusvalidez contribuyó a hacer su carácter decidido e impávido. Desde la adolescencia expresó una fuerte personalidad, reacia a la autoridad y la disciplina, que la llevó ya desde los primeros años del liceo a entrar en contacto con el grupo clandestino Proletariat, apenas reconstituido,  y a adherirse a este iniciando la actividad de agitación entre los estudiantes, tanto que en 1889 se vio obligada a emigrar a Suiza pues estaba apunto de ser arrestada y deportada a la Siberia.

Apenas con dieciocho años, se encuentra, por lo tanto, sola en tierra extranjera. Su ánimo no decae y se inscribe en la facultad de Filosofía de Zurich para luego pasar a la de Derecho y Ciencias Políticas, donde se graduará en 1897, con una tesis sobre el desarrollo industrial de Polonia, preparada mayormente en Paris1. Entra rápidamente en contacto con el ambiente de los refugiados políticos rusos y polacos y ahí, entre fines del 1890 ye inicios del 91, conoce a Leo Jogiches quien será su compañero de lucha y de vida.

Los años en Zurich son de formación teórica y dedicación política dirigida sobre todo a la construcción del Partido socialdemócrata polaco, transformado sucesivamente en Partido socialdemócrata de Polonia y Lituania, entre cuyos fundadores y dirigentes se encuentra junto a Leo.

En 1898 Rosa —que ya se había dado a conocer a nivel internacional en los dos congresos de Zurich (1894) y London (1896), donde había batallado a nombre del Sdkp contra el Pps (Partido socialista polaco) cuyas posiciones nacionalistas no compartía— decide partir a Alemania. Ya ha tomado la decisión de su vida. Rosa quiere ser una revolucionaria a  tiempo completo y se da cuenta de que Alemania con su Partido socialdemócrata, el más grande y respetado de la Internacional, es el ambiente justo para sus objetivos.

En los próximos veinte años su actividad política estará ligada a la suerte de este partido y de este país. Mas no olvidará su tierra polaca y siempre llevara adelante la doble militancia, tanto que los avatares de su vida estarán vinculados de manera indisoluble a los de esos dos partidos y movimientos obreros: el alemán y el polaco.

 

Así se dirigirá a Varsovia en 1906, en la época de la primera revolución rusa, donde será arrestada por su actividad revolucionaria junto a Jogiches, pero logrará regresar a Alemania, donde participa en todos los debates más importantes en el Spd y en la Internacional. En particular en la batalla contra el militarismo y el nacional-chovinismo, que se afirmarán de manera definitiva con la votación en el Parlamento de los créditos de guerra propuestos por los diputados del Spd. Desde ese momento, con el fin de facto de la Segunda Internacional y la transformación de la naturaleza de la socialdemocracia alemana en partido defensor de los intereses de la burguesía nacionalista y guerrerista, Rosa luchará por la reconstitución de una fuerza marxista revolucionaria que verá la luz con la fundación del Spartakusbund, del cual ella misma escribirá el programa, que luego se disolverá en el Kpd, el Partido comunista polaco, fundado por Rosa, Leo Jogiches y Karl Liebknecht en diciembre de 1918, pocos días antes de que fueran asesinados.

Cuando estalla la revolución rusa del 17, Rosa se pone con entusiasmo del lado de los bolcheviques, pero ello no le impedirá advertir a los compañeros rusos acerca de los peligros del partido único, centralizador e inhibidor de la democracia de los soviets. También critica la disolución de la asamblea constituyente, la distribución de tierras a los campesinos y la firma del tratado Brest-Litovsk. Lo hace en el verano de 1918, desde la cárcel, donde pasará la mayor parte del periodo entre el 1915 y el 1918. En plena revolución, será bárbaramente asesinada a sangre fría en enero de 1919 junto a Karl Liebknecht (Leo Jogiches será asesinado en el marzo sucesivo) por la acción represiva de los Freikorps del gobierno socialdemócrata de Scheidemann y Ebert.

Rosa había decidido muy tempranamente dedicar totalmente su existencia a la causa revolucionaria. Hay una frase reportada por Lelio Basso en su prefacio al volumen que recoge las cartas a Leo2, escrita por Rosa a los 17 años en el reverso de una fotografía regalada a una compañera de escuela, que es muy significativa para comprender las profundas motivaciones de esta elección. Rosa  escribe: 

“Mi ideal es el régimen social en el que pudiera con la conciencia tranquila amar a todo el mundo. Tendiendo hacia este fin y en su nombre, sabré quizás algún día también odiar”. 

Esta joven de 17 años, que en aquel entonces ya militaba en el grupo Proletariat, tenía claro que para alcanzar su ideal tendría que luchar denodadamente, utilizando las armas de la política revolucionaria. Intuía que para poder practicar ese amor hacia los demás al cual tendía naturalmente su ánimo, tendría también que forzar su índole verdadera, tendiente al bien y al amor, y usar todas sus capacidades intelectuales y humanas para destruir la sociedad imperialista que con su bárbara explotación impedía el despliegue de  las mejores potencialidades de la especie humana.

Rosa la mujer

Rosa escogió, por lo tanto, su camino de revolucionaria porque sabía que no tenía alternativas y lo hizo con rara coherencia. No creo que experimentase un placer particular en su actividad de agitadora, periodista y teórica. Lo que hacía lo entendía como deber irrenunciable hacia sí misma y sus propios ideales. Era sin dudas ambiciosa, mas no amaba el poder por el poder mismo. Sus batallas en el Spd y en la Internacional no estaban dirigidas a hacer carrera o gratificar su ego: ella veía el éxito de sus posiciones como un medio para difundir las ideas que consideraba justas e importantes para la causa revolucionaria. Quería adquirir influencia, no conquistar poder.

Ello se deduce de su rigor teórico, como de su corrección política, pero más aun de las cartas —en primer lugar a Leo— en las cuales Rosa evidenciaba sus verdaderos estados de ánimo. En muchos pasajes se intuye cuan pesada debía serle su actividad. La política era también una realidad entretejida de intrigas, envidias, carrerismo, traiciones contra las cuales —como afirma Lelio Basso “se despedazaba el idealismo militante” de Rosa3. A propósito de su idealismo, Rosa, en el 1899 escribe así a Leo: 

«la suprema ratio a la cual he llegado a través de mi experiencia revolucionaria polaco-germana es la de ser siempre uno mismo, sin tener en cuenta el ambiente y los otros. Y yo soy y quiero seguir siendo una idealista” 4

Un aspecto importante de su idealismo estaba constituido por su tendencia “a ser buenos” expresada más de una vez en sus cartas y presente hasta el fin de su vida. Escribiendo a Hans Diefenbach el 5 de marzo de 1917 desde la cárcel, afirma: 

«Por lo demás, todo sería más fácil de soportar si  no me olvidara la ley fundamental que me he prefijado como regla de vida: ser buenos, he ahí lo esencial. Ser buenos, muy simplemente. Es eso lo que abarca todo y vale más que toda la pretensión de tener razón »5.

¡Pero no debía ser fácil seguir este ideal en política! Y de hecho, acerca de los peores aspectos de la política, Rosa no duda en escribir, una vez más a Leo, en 1905:   

«Ayer estaba casi decidida a abandonar “de golpe” toda esta “maldita política” o más bien esta cruenta parodia de la vida “política” que conducimos y mandar al diablo a  todo el mundo »6

Rosa era una óptima oradora, una verdadera atracción en sus comicios, y también en las intervenciones polémicas en el interior del Spd y de la Internacional se transparenta – en los testimonios y en lo que cuenta ella misma – la carga, la agudeza y la brillantez de su pensamiento. Sin embargo eso no debía serle inocuo dada la frecuencia con que en sus cartas se lamenta de la fatiga física y sicológica que acompañaba su actividad de agitadora y teórica.

Sufría de migrañas frecuentes y agudas y de desórdenes estomacales. Con una lectura sicosomática moderna, esos malestares se pudieran interpretar como una somatización debida al stress emotivo y psíquico que acompañaba su trabajo. Creo que, de haber podido, se habría dedicado a una actividad del todo diferente de la política. En una carta escrita desde la cárcel a Sonia Liebknecht, esposa de Karl, en mayo del 17, afirma: 

«en lo profundo de mí me siento más en casa en un pedacito de jardín como aquí, o en un campo entre los abejorros y la yerba, que…en un congreso de partido…No obstante todo espero morir en la trinchera: en una batalla callejera o en la cárcel. Pero en la parte más intima soy más afín a las avecillas canoras que a los “compañeros” »7

Le encantaban las matemáticas, la botánica, la zoología, la literatura, el arte; le gustaba dibujar y pintar y tenía dotes también en este campo. Sobre todo en sus periodos de inactividad forzada en la cárcel, se dedicaba – siempre que podía – al cuidado y estudio de las plantas, cultivándolas y llenando herbarios. Amaba a los animales y su compañera predilecta era la gata Mimi de la cual se preocupaba constantemente en los períodos de encarcelamiento. En particular en las cartas escritas en los últimos periodos de su vida transcurrida en prisión (1915-1918) a Luise Kautsky, Gertrud Zlottko (su doméstica), Sonia Liebknecht, Hans Diefenbach, se extendía al hablar de los pájaros, las abejas, las hormigas, las flores que veía a su alrededor y que frecuentemente cuidaba. Así como se detenía en temas de literatura, arte, ornitología, geología8.

Y sin embargo había un deber imprescindible que le imponía echar a un lado su verdadera naturaleza para atender las tareas revolucionarias.

Era el mismo código ético que gobernaba sus relaciones interpersonales. Rosa no se entregaba fácilmente a la amistad. Debía tener la certeza de poder depositar completa confianza en las personas a las cuales se abría. Ejemplo de ello es su relación con Luise y Karl Kautsky. Con este último no  tuvo nunca un verdadero lazo de amistad, más bien de colaboración política, hasta la ruptura; pero lo juzgaba negativamente en el plano personal. Con Luise, por años, más que de amistad se trató de relaciones de buena vecindad, más bien formales. A veces Rosa evitaba las invitaciones a la casa de Kautsky. Todo ello se transparenta en sus juicios expresados acerca de la pareja, en sus cartas a Leo9.

Solo más tarde, en particular después de la ruptura con Karl, su relación con Luise se transformó en una verdadera amistad y sus cartas se hicieron más intimas. Pero en general era una mujer reservada, celosa de su propia autonomía y libertad. Necesitaba momentos de silencio y soledad, un espacio privado en el cual vivir consigo misma o, al máximo, con Leo.

Rosa concebía la amistad como algo absoluto, como por otra parte el amor. Cuando se abría, lo hacía de manera total – como saben hacerlo con frecuencia las mujeres – con sinceridad y franqueza que desarmaban y de manera limpia, sin incertidumbre. Pero pretendía de los otros la misma quemante sinceridad: porque su rigor ético le hacían insoportables la ambigüedad e hipocresía.

En una carta a Hans Diefenbach escrita el 7 de enero de 1917 - a propósito del fin del matrimonio de Clara Zetkin con el segundo marido, Friedrich Zundel, al cual su amiga le niega el divorcio desde inicios de la guerra – Rosa, muy duramente, afirma:

«El drama de Sillenb10  ha sido para mí un golpe más duro de lo que pueda imaginar. Un golpe dado a mi paz interior y a mi amistad. Me exhortará usted a la compasión. Sepa que siento y sufro por toda criatura […] Mas, dígame, ¿por qué no debería aquí sentir piedad por la otra parte, quemada viva y, en cada día concedido por Dios, obligada a pasar por los siete círculos del infierno dantesco? Pero más aun, mi piedad como mi amistad tienen muy nítidos confines: terminan inexorablemente allí donde comienza la mezquindad. En efecto, mis amigos deben someter a las exigencias más rigurosas no solo sus vidas oficiales, sino también las privadas. Por un lado enunciar grandes frases sobre la “libertad individual” y en la vida privada someter a un alma humana con una pasión insensata, esto no lo comprendo y no lo perdono. Constato en esto la ausencia de dos elementos fundamentales de la naturaleza femenina: la bondad y la dignidad».

Idéntico rigor en el comportamiento, pretendía Rosa en el campo del amor. En cierto sentido, creo que en ella – junto al amor por el hombre amado – estuviera presente al mismo tiempo también el “enamoramiento por el amor en sí”: Rosa, en sustancia, estaba “enamorada del amor”. En una carta a Sonia Liebknecht del 24 de noviembre de 1917, a propósito escribe:

«!Y cómo comprendo que esté enamorada “del amor”! Para mí el amor ha sido (¿o es?...) siempre más importante, más sagrado que el objeto que lo suscita. Porque permite ver el mundo como una fábula espléndida, porque hace emerger del ser humano lo que eh él hay de más noble y bello, porque eleva aquello que hay de más común y humilde y lo adorna con brillantes y porque permite vivir en la ebriedad, en el éxtasis…»11.

Rosa, por ende, no era solo rigurosa, sino también apasionada y exigía del otro una pasión equivalente. Ello es evidente, sobre todo, en su relación con Leo Jogiches, que fue el amor de su vida, el lazo afectivo más importante.

Se habían conocido en Zurich, en el 1890-91, refugiados políticos ambos, y su amor duró cerca de 15 años, hasta el 1906, al momento en que fueran arrestados en Varsovia. Eran dos personalidades profundamente distintas y la relación entre ellos fue tan profunda como controvertida. Lo podemos reconstruir solo a través de las muchísimas cartas (cerca de 900) de Rosa a Leo que nos quedan, pues las de Leo se perdieron. Sin dudas estas cartas representan el mejor instrumento para comprender la compleja personalidad de Rosa, porque en ellas se mezclan los dos elementos determinantes de esa relación: la actividad político-revolucionaria y el amor.

En su necesidad constante de absoluto, Rosa deseaba construir una relación que fuera expresión de una fusión total con el amado: una fusión en la cual pasión revolucionaria y pasión amorosa se compenetrara de modo inextricable. En sus cartas se hace evidente esta necesidad totalizadora, sus intentos de realizarla y, en fin, su derrota. Porque esta tensión binaria choca inexorablemente, y desde el inicio, con la personalidad de Leo: un hombre introvertido, profundamente cerrado y bloqueado en el plano emocional, con una estructura caracterológica muy compacta, así como Rosa lo describe a través de los reproches y apremiantes pedidos que le dirige.

Leo nació en 1867 en Vilnius y desde muy joven se había politizado, poniéndose en contacto con la organización populista y terrorista Narodnaja Volja, luego abandonada para adherirse al marxismo. De esta primitiva experiencia había recabado el método conspirativo y clandestino de entender el empeño político que mantendrá como elemento característico de toda su militancia revolucionaria. Dotado de óptimas cualidades organizativas fue – junto a Rosa que era la inspiradora teórica - uno de los fundadores del Partido socialdemócrata polaco y después del Spartakusbund y del Partido comunista polaco. Sin su inagotable y extenso trabajo organizativo ninguno de los partidos antes mencionados habría probablemente visto la luz y podido operar.

También Leo amaba a Rosa y la amó por toda la vida. Pero su estructura caracterológica muy introvertida y su personalidad autoritaria y con frecuencia arrogante le impedían expresar abiertamente las propias emociones, el amor, la ternura, el abandono, tal como Rosa habría querido y como hacía constantemente en sus cartas, arriesgándose a las reprimendas de él. En una bellísima y desgarradora carta escrita en la noche del 16 de julio  de 1897, Rosa desnuda una vez más su alma, revelando a Leo toda su desesperación por la frialdad del y su desesperada necesidad de amor. La escribe a un hombre que vive en otra casa a unas decenas de metros de la suya, un hombre que la ha dejado apenas sin comprender ni acoger el deseo de Rosa de una relación amorosa física con él. No hay reproches ni recriminaciones en las palabras que Rosa dirige a Leo, mas en ellas se expresa la conciencia lúcida y desgarradora de no poder penetrar en el ánimo del amado y sobre todo de no poder ser acogida en su propio deseo de amar. Como si la frialdad de Leo hiciera vano el amor de Rosa. Pasarán los años, la unión entre ellos continuará. Pero no cambiará la cualidad de su recíproco amor12.

Fue Rosa, en la primavera de 1907, quien rompió la relación. Las verdaderas motivaciones de la ruptura no han sido aclaradas. El principal biógrafo de Rosa, P. Nettl, afirma en tal sentido: 

«Su amor por Jogiches concluyó bruscamente... cuando supo que algunas de las puertas para ella cerradas le habían sido abiertas a otra persona»13

Admitiendo que Leo haya frecuentado brevemente a otra mujer, poco después de su fuga de la cárcel (febrero de 1907), la impresión que de ello se deriva es que la mutua relación hubiera llegado a una disyuntiva porque Rosa ya no soportaba los silencios y la frialdad de Leo, el encierro de los sentimientos más íntimos y las partes más ocultas de la personalidad de él. Evidentemente la incesante necesidad de sinceridad y de fusión total se había hecho insostenible e impostergable, frente a lo cerrado de aquel hombre tan amado y tan poco disponible a desnudar la propia intimidad del modo en que ella lo hacía. Una vez más, el rigor ético de Rosa hizo que la ruptura afectiva fuese definitiva. Creo que,  a propósito, sea reveladora una frase que escribiera a Matilde Jacob en una carta del 9 de abril de 1915, es decir muchos años después de la ruptura: 

«Sigo siendo de la idea que el carácter de una mujer se mide no cuando comienza un amor, sino cuando termina»14

Leo nunca aceptó el final de la relación y más de una vez trató de hacerla cambiar de idea, incluso con comportamientos agresivos y amenazad, según cuanto afirma P. Nettl15.

Mantuvo las llaves de su casa común en Berlín y con frecuencia incursionaba allí de manera imprevista, tanto que finalmente Rosa, aunque estaba muy apegada a la casa, cambio de apartamento.

Sin embargo, la intransigencia d Rosa se detuvo ante la relación política que no sufrió alteraciones. Pero la intimidad y la complicidad habían terminado y las cartas que escribió a Leo a partir de 1907 presentan un estilo absolutamente formal e impersonal, como si se estuviera dirigiendo a una persona distante miles de años luz. Solo Rosa conoció el desgarramiento y el dolor que debió costarle el continuar militando junto al hombre tan amado en otro tiempo, como si nada hubiera cambiado.

Sucesivamente tuvo otras relaciones afectivas: con dos hombres más jóvenes y de personalidad menos fuerte que la suya – Konstantin Zetkin, hijo de Clara, y Hans Diefenbach. Pero la intensidad de estas relaciones jamás alcanzó los niveles de la pasión absoluta expresada hacia Leo. Como si Rosa, después de esta experiencia, hubiera intuido que su deseo de una fusión existencial total con el ser amado fuera irrealizable.

En el último y trágico periodo de su existencia, estos dos seres tan disímiles en el carácter cuanto idénticos en la dedicación a sus ideales, se volvieron a acercar. En el Berlín revolucionario de 1918, Leo cuidó y protegió a Rosa cuanto pudo, dentro y fuera de la cárcel. Tras la muerte de ella, sus últimos dos meses de vida los dedicó a la investigación y la denuncia de los autores del asesinato de su antigua compañera.

Rosa la feminista

Cuando Rosa llegó a Berlín en el 1898 e iniciara su actividad en el Spd, los dirigentes del partido trataron de dirigir sus inagotables energías y su ardor revolucionario hacia la labor, tranquilizadora y descentrada, entre las mujeres este era el “destino natural” de las militantes, no solo en la socialdemocracia alemana, sino en toda la Internacional. En esa época, incluso entre los marxistas, lo que prevalecía en la práctica era un comportamiento machista y paternalista en relación a las mujeres (defecto este que, aun hoy en día, está lejos de haber desaparecido), más allá y no obstante las posiciones teóricas abstractas a favor de la emancipación femenina. Así, la cuestión femenina era una problemática de importancia secundaria, relegada a la atención exclusiva de las militantes, que difícilmente frecuentaban como protagonistas la escena política más general.

 

Por lo demás, se consideraba – con una visión optimista e ingenuamente evolucionista – que, con la derrota del capitalismo, el problema de la discriminación y subordinación femenina se resolvería automáticamente por la actuación concreta, en el plano del derecho a la paridad entre los sexos, en la óptica de la construcción de una sociedad socialista. El movimiento revolucionario de la Primera y Segunda Internacional nunca se planteó de manera concreta el problemático hecho de que la discriminación hacia las mujeres tiene raíces en tiempos antiquísimos de la historia humana y que el poder del hombre sobre la mujer se ha expresado en la estructuración de una sociedad, en primer lugar, patriarcal (y solo sucesivamente de clase) transmitida de manera transversal a través de varios tipos de sistemas económico-político-sociales conocidos por la humanidad, hasta desembocar —casi inalterada— en los amplios brazos del capitalismo. La necesidad consiguiente de una lucha implacable contra el patriarcado habría podido ser realizada justamente por la Tercera Internacional, pero la contrarrevolución estalinista truncó —junto a tantas otras cosas— la afirmación posible de un feminismo revolucionario capaz de conducir al centro de la experiencia revolucionaria sucesiva al Octubre ruso, los contenidos de una lucha libertaria contra la discriminación entre los sexos y la opresión de la mujer, mediante una liberación efectiva de todos, mujeres y hombres.

Volviendo a la socialdemocracia alemana, a caballo entre el XIX y el XX, la política “verdadera”, aquella que se medía con las problemáticas al centro del  debate de la Segunda Internacional —la cuestión nacional, el revisionismo, el nacional-chovinismo, la concepción del partido, la democracia  directa, etc.— estaba dominada de modo inexorable por hombres y las mujeres eran, en el mejor de los casos, espectadoras o, al máximo, comparsas que se limitaban a votar las resoluciones presentadas por los compañeros (con la única otra excepción de Clara Zetkin).

Al contrario, Rosa irrumpe en la escena y lo hace como protagonista. Rechaza desdeñosamente, por lo tanto, el intento masculino de relegarla en el «ghetto» de las mujeres. De la cuestión femenina nunca se ocupará en primera persona, aun cuando seguirá sin dudas las iniciativas conducidas  por la organización femenina del Spd, cuya dirección la ocupaba su amiga y compañera Clara Zetkin, única mujer que participara activamente, junto a Rosa, en la batalla política contra la degeneración chovinista de la socialdemocracia.

Y sin embargo opino que Rosa pueda ser considerada plenamente una auténtica feminista revolucionaria, a la par de Clara Zetkin y Alexandra Kollontaj. A continuación trataré de sustentar tal afirmación. 

1. En primer lugar, las elecciones de su existencia. Adolescente aún, toma conciencia de la barbarie del sistema capitalista dominante y decide dedicar su vida a subvertirlo. A los 18 años se ve obligada por motivos políticos a huir clandestinamente de Polonia para refugiarse en Suiza, abandonando familia, afectos, seguridades. En Suiza estudia y se gradúa, intentando mantener su autonomía económica, contribuye a fundar el Partido socialdemócrata polaco, se forma como marxista. En 1898 decide transferirse a Alemania y desarrollar su actividad revolucionaria  en el epicentro de la Segunda Internacional, el Spd, el partido de mayor autoridad y con más seguidores entre las masas. No duda en lanzarse en las más encendidas polémicas contra los grandes teóricos del marxismo (todos varones), así como no vacilará en participar en primera persona en los movimientos revolucionarios de su época. Irá a Varsovia en diciembre de 1905 durante la primera revolución rusa que estallara en el año precedente; será protagonista de la revolución alemana de 1918 hasta pagar su empeño con la propia vida.

Toda su actividad política estuvo signada por el rigor y la claridad teórica y en el comportamiento. Se mantuvo distante de las mezquindades y bajezas del ambiente político, rechazando los aspectos más decadentes del modo “masculino” de hacer política, hecho de engaños, traiciones, inconsistencias, ataques personales, envidias. A estos buscará contraponer  un estilo de polémica y de confrontación que por duro que fuera, era correcto en el plano personal y riguroso en el teórico. Se midió de igual a igual con figuras consideradas las máximas personalidades del movimiento obrero de su época como Bebel, Bernstein, Kautsky, Bauer, Bucharin, Lenin, Trotsky, Parvus, Radek: siempre, como se ve, todas masculinas.

Se mostró segura y decidida en la defensa de sus propias posiciones, en la tranquila conciencia del valor propio, sin ceder ante un mundo político prevalentemente masculino que le contrapuso su actitud patriarcal y machista, llegando con frecuencia a considerarla una histérica conflictiva.

2.  En sus relaciones interpersonales —y en primer lugar con Leo  Jogiches, el compañero de su vida— tendió a construir relaciones basados en la paridad y autonomía recíprocas.

En lo que se refiere a su relación con Leo, sobre todo en los primeros años de la unión y hasta el traslado a Alemania, Rosa sufrió indudablemente la influencia de la personalidad de Leo, mayor no solo en edad sino también en experiencia revolucionaria. En las cartas Rosa le pide con frecuencia consejos y puntos de vista acerca de posiciones que ha tomado o del contenido de sus artículos y ensayos, pero nunca se le sometió. Siguió sus consejos y opiniones solo si estaba de acuerdo y no vaciló en rechazarlos cuando los consideró equivocados.

Leo estaba en desacuerdo con su traslado a Alemania, probablemente porque era celoso y temía perder influencia sobre ella —demostrando en esto ser súbdito de ese machismo que lo llevaba a considerar a Rosa como de su propiedad. Ella no lo secundó, aún cuando constantemente le manifestase su amor y su estima. Pero se negó a someterse a sus chantajes afectivos y realizó sus elecciones políticas y vivenciales en autonomía, aunque le expresara el deseo de vivir al lado de él. Ni siquiera se permitió el error de descargar los eventuales disensos políticos sobre sus relaciones personales y viceversa. Tanto es así que en el momento de la ruptura afectiva continuó colaborando estrechamente con él en el plano político, como lo demuestra la correspondencia posterior al 1906.

3.  Rosa nunca renunció a su ser mujer, a su carácter impetuoso y apasionado, que sabía emocionarse ante el vuelo de un pájaro o una acuarela de Turner. En sus relaciones de amistad o de amor, no se avergonzaba de sus emociones y las mostraba con sencillez y transparencia superando la natural contención de su índole reservada. También en esto es fiel testimonio el epistolario dirigido a sus amigas y a los hombres que amó. El hecho de convertirse en lo que hoy llamaríamos una “mujer de carrera” en un mundo prevalentemente masculino, no la indujo a asumir las modalidades de comportamiento y relación típicas de ese ambiente —como ya hemos subrayado y como desgraciadamente hacen hoy en día la mayoría de las mujeres de carrera (también política), aún cuando a pesar de todo quieran aparecer como mujeres libres.

No renunció a su propia humanidad, a la capacidad de gozar o desesperarse, pero también de seguir amando la vida en sus múltiples manifestaciones y con ella a toda la especie humana a cuya redención dedicó la propia existencia.

En definitiva, creo que el feminismo sea incluso inconsciente en Rosa, pero, al ser concretamente practicado, se reencuentra en esta  su capacidad de vivir en plena libertad interior, haciendo de esta libertad —en el plano práctico y teórico— el instrumento determinante de su lucha a favor de la liberación más general de la humanidad de la opresión y la explotación.

Para concluir

Al borde del abismo de la destrucción planetaria a la cual nos empuja a grandes pasos la barbarie de el capitalismo actual, rapaz y explotador, no hay a mi parecer duda alguna de que sobre todo a las mujeres —y a su intacta capacidad potencial de reconstruir allí donde se destruye, de cuidar y mitigar allí donde se mortifican y niegan la humanidad y dignidad de la especie— van confiadas las esperanzas de revuelta y renacimiento de la población humana. Cómo y cuándo, no lo sé. Pero no queda mucho tiempo.

En el intento de reconstruir in potencial subversivo capaz de volver a elevar los destinos de nuestra especie, la praxis y el pensamiento revolucionario de Rosa, unidos a su extraordinaria experiencia existencial, pueden constituir un luminoso punto de referencia.

BIBLIOGRAFÍA ESENCIAL

(en italiano)

Obras de Rosa Luxemburg

L’accumulazione del capitale, introd. de P. Sweezy,  Einaudi, Torino 1960 (1972)

Scritti scelti, edición al cuidado de L. Amodio, Ed. Avanti!, Milano 1963 (Einaudi, Torino 1975)

Scritti politici, al cuidado de L. Basso, Ed. Riuniti, Roma 1967

Lettere 1915-1918, di K. Liebknecht e R. Luxemburg, al cuidado de E. Ragionieri, Ed. Riuniti, Roma 1967

Lettere ai Kautsky, al cuidado de L. Basso, Ed. Riuniti, Roma 1971

Introduzione all’economia politica, Jaca Book, Milano 1971 (1975)

Lettere a Leo Jogiches, al cuidado de F. Tych y L. Basso, Feltrinelli, Milano 1973 (1978)

Scritti sull’arte e sulla letteratura, al cuidado de F. Volpi, Bertani, Verona 1976

Lettere 1893-1919, al cuidado de L. Basso, Ed. Riuniti, Roma 1979

Tra guerra e rivoluzione, al cuidado de P. Bruttomesso, Jaca Book, Milano 1980

Lettere d’amore e d’amicizia (1891-1918), al cuidado de A. Bisceglie, Prospettiva ed., Roma 2003

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Obras sobre Rosa Luxemburg

G. LukácsStoria e coscienza di classe (1923), Sugar, Milano 1970

F. OelssnerRosa Luxemburg, Rinascita, Roma 1953

P. FrölichRosa Luxemburg, La Nuova Italia, Firenze 1969 (Rizzoli, Milano 1987)

G. BadiaIl movimento spartachista. Gli ultimi anni di Rosa Luxemburg e di Karl Liebknecht, Samonà e Savelli, Roma 1970

Aa. Vv.Rosa Luxemburg vive, Jaca Book, Milano 1970

D. GuérinRosa Luxemburg e la spontaneità rivoluzionaria, Mursia, Milano 1974

M. LöwyDialettica e rivoluzione, Jaca Book, Milano 1974

Aa. Vv.Rosa Luxemburg e los sviluppo del pensiero marxista, Mazzotta, Milano 1977

O.K. FlechtheimLuxemburg-Liebknecht, Massari ed., Roma 1992 (1995)

C. OlivieriGli Spartachisti nella Rivoluzione tedesca (1914-1919), Prospettiva ed., Roma 1994

R. Massari, «Introduzione» a R.L., La Rivoluzione russa (e «La tragedia russa»), Massari ed., Bolsena 2004

D. Renzi-A. BisceglieRosa Luxemburg. Gli irrisolvibili del socialismo scientifico, Prospettiva ed., Roma 2006

NOTAS

1.Para la parte biográfica, ver P. Nettl, Rosa Luxemburg, 2 vol., Milano 1970.

2.Ver R. Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches, Milano 1978, p. 10.

3.Ibidem, p. 11.

4.Ibidem, p. 161.

5.R. Luxemburg, Lettere d’amore e d’amicizia (1891-1918), Roma 2003, p. 82.

6.R. Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches, cit., p. 246.

7.Ibidem, p. 11

8.R. Luxemburg, Lettere d’amore e d’amicizia, cit.

9.Ver R. Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches, cit. pp. 176, 211.

10.Sillenbuch, localidad en la cual vivía Clara Zetkin. En R. Luxemburg, Lettere d’amore e d’amicizia, cit., pp. 79-80. Ver también G. Badia, Zetkin,femminista senza frontiere, Roma 1994, p. 155.

11.Ibidem, pp. 107-8.

12.R. Luxemburg, Lettere a Leo Jogiches, cit., pp.68-70.

13.P. Nettl, op. cit., vol. 1 p. 42. Sobre los motivos de la ruptura, véase también en el vol. 2 las pp. 417-8.

14.R. Luxemburg, Storia d’amore e d’amicizia, cit., p. 67.

15.P. Nettl, op. cit., I, p. 418.

Traducción: Omar Pérez

Nella diffusione e/o ripubblicazione di questo articolo si prega di citare la fonte: www.utopiarossa.blogspot.com 

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Postato da E.V. su RED UTOPIA ROJA il 2/03/2013 11:56:00 AM

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